Pedro Sánchez se encuentra sumergido en una encrucijada diplomática clave para el Gobierno español. En medio de la polémica por el encaje de Gibraltar tras el brexit y el párrafo suprimido en el acuerdo final entre Reino Unido y la UE que daba a España poder de veto sobre su estatus, el presidente del Gobierno ha cogido un avión hasta el otro lado del Atlántico para reunirse con su homólogo cubano, Miguel Díaz Canel. Son éstos días importantísimos para la política exterior del Ejecutivo socialista en dos plazas concretas que conducen al pasado, al recuerdo de dos acontecimientos marcados en negro en la historia de España.
La pérdida del peñón de Gibraltar en 1704 y el desastre ratificado en 1898 en la Guerra de Cuba conviven en la memoria colectiva española en forma de tragedia. La primera enroca con la cesión de un minúsculo pero simbólico territorio de la Península a los ingleses, mientras que la segunda fue de dimensiones mucho más catastróficas, la corroboración de la decadencia del imperio español y la ruptura con su época de potencia dominante en el mundo. Conocer estos hechos ayuda a comprender problemas del presente.
La caída de Gibraltar
El contexto en el que se enmarca la pérdida de Gibraltar de dominio español se halla en la Guerra de Sucesión. El rey Carlos II, el último representante de la rama de los Habsburgo falleció sin descendencia a finales de 1700. En su testamento nombró a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia, heredero de todas las posesiones de la corona española, restableciendo de esta forma a los Borbones en el trono. A raíz de este relevo y el temor de Inglaterra y otras potencias a que Francia y España se reuniesen bajo la autoridad de un mismo rey, en 1701 se inició un conflicto global entre los partidarios de Felipe V y los del archiduque Carlos de Austria.
En agosto de 1704 una potente flota anglo-holandesa al mando del almirante inglés George Rooke y el príncipe de Hesse-Darmstadt buscaba un lugar estratégico de la península para convertirla en base de operaciones contra las fuerzas de Felipe V. Cataluña había sido la primera opción, pero tras verse frustrada la acometida, las tropas aliadas colocaron el punto de mira en Gibraltar a causa de su posición estratégica como puerta de entrada y salida al Mediterráneo.
El poblado andaluz apenas estaba defendido por una guarnición de un centenar de soldados y un par de cientos de civiles a los que se podría armar en caso de asedio. Las piezas de artillería también eran escasas. Era prácticamente imposible resistir un ataque y así se plasmó el 4 de agosto. La flota de Rooke inició la embestida tras manifestar los gibraltareños su decisión de sacrificar la vida en defensa de los intereses de Felipe V. Los buques aliados descargaron un incesante bombardeo previo paso del desembarco de miles de marineros.
Los defensores borbónicos, impotentes ante la superioridad de sus enemigos, se vieron obligados a entregar la ciudad y aceptar los términos de capitulación redactados por el príncipe Darmstadt: la salida de las tropas con honores de guerra, la escolta de los civiles y el respeto de los privilegios de los gibraltareños que jurasen libertad al achiduque Carlos.
Finalmente, la Guerra de Sucesión acabó decantándose a favor de Felipe V aunque se vio obligado a hacer importantes concesiones a sus enemigos. Una de las más dolorosas fue ratificar en el Tratado de Utrech de 1713 el dominio británico de Gibraltar, que se ha prolongado hasta la actualidad a pesar de varios intentos de reconquista: en 1727, por el propio Felipe V o entre 1779 y 1782, emprendida por su hijo Carlos III.
El desastre de Cuba
El territorio que España perdió con la entrega de Gibraltar a los ingleses es una nimiedad comparada el desastre acaecido en 1898. A finales del siglo XIX, el imperio español apenas controlaba las colonias de Cuba, Puerto Rico, Filipinas, las islas Carolinas, las islas Marianas, Guam y Palaos. La decadencia era palpable en todos los ámbitos y la eclosión del movimiento independentista en Cuba, sumado al apoyo de EEUU a sus vecinos, significó la pérdida definitiva de los últimos territorios españoles de ultramar.
La Guerra de Independencia de Cuba se inició en 1895 tras la llamada a la revuelta contra el dominio español del Partido Revolucionario cubano, encabezado por José Martí. En paralelo, se produjo una escalada de tensiones entre los gobiernos de Estados Unidos y España que explotó con el hundimiento, en extrañas circunstancias, del acorazado estadounidense Maine en la costa de La Habana en febrero de 1898. La opinión pública del país norteamericano, azuzada por los periódicos de William Randolph Hearst, culparon a España y reclamaron la inmediata declaración de guerra. "¡Recordad al Maine, al infierno con España!", clamaban.
Fuese cierto o no la participación española en el hundimiento del acorazado, Estados Unidos se inmiscuyó en la contienda y su flota hizo añicos a los buques enemigos. A España, desbordada ante la superioridad del ejército norteamericano, no le quedó otra opción más que rendirse. El Tratado de París, firmado el 10 de diciembre de 1898, dio por finalizada la Guerra hispano-estadounidense, declaró la independencia de Cuba y Filipinas, Puerto Rico y Guam pasaron a ser propiedad de EEUU.
Del imperio en el que no se ponía el sol, expresión popularizada durante el reinado de Felipe II cuando España era una de las mayores potencias del mundo, apenas resistían ya los escombros de su demolición. A todo ello hubo que sumarle una campaña propagandística que propulsó por todo el planeta la mala imagen de todo lo que tenía que ver con los españoles, la Leyenda Negra.
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