Las 66 'momias' de Menorca que conservaron restos de músculos y de pelo durante 3.000 años
Las investigaciones en la Cova des Pas desvelan un curioso ritual funerario prehistórico y los expertos buscan recursos para realizar nuevos análisis de ADN que determinen el parentesco.
24 enero, 2020 03:25Noticias relacionadas
Hace 3.000 años, los habitantes de un asentamiento prehistórico de Menorca descubrieron una cueva recóndita en la pared de un barranco del suroeste de la isla, cerca de la localidad actual de Ferreries. Allí, en lo que era una sala única de unos siete metros de largo y cinco de ancho, comenzaron a enterrar los cuerpos de sus difuntos, a quienes trasladaron sobre parihuelas de madera y envueltos, en posición fetal, con una mortaja de piel animal.
La cueva permaneció intacta —debido fundamentalmente a su difícil acceso: se encuentra a 15 metros de altura del suelo y 35m por debajo de la plataforma del despeñadero— hasta que en el año 2005 dos espeleólogos y una arqueóloga menorquines lograron acceder a su interior. Observando la fina capa de sedimentos percibieron la presencia de huesos humanos y materia orgánica como trozos de madera o, lo que era más raro todavía, restos de pelo. Rápidamente se dio aviso a las autoridades y se organizó una excavación de urgencia intensiva.
"Decidimos que valía la pena jugársela en el sentido de que no había certeza de que el pelo y los huesos no fuesen de un hippie de los años 60 o de un antiguo romano", explica José María Fullola Pericot, catedrático de Prehistoria y director del SERP de la Universidad de Barcelona. Y vaya si resultó un éxito: los investigadores hallaron en la Cova des Pas —la Cueva del Paso, como así la bautizaron por el pequeño saliente en la roca a través del cual se accedía— los restos de un total de 66 individuos datados entre 1200 y 800 a.C.
Esos hallazgos que el equipo de arqueólogos fue documentando confirmaron la excepcionalidad del yacimiento prehistórico. El primer cuerpo, en la misma entrada de la cavidad, ya deparó la primera sorpresa: "Pudimos observar que se conservaba cuero cabelludo y, sobre todo, una trenza hecha con un pasador de estaño puro", comenta el profesor Fullola, uno de los directores de las excavaciones. Además, en el cráneo de esa mujer —los análisis paleoantropológicos confirmaron que su género era femenino aunque al principio se creyó que era un hombre— se descubrieron restos de cerebro.
No fue una anomalía encontrar restos orgánicos entre los individuos depositados en la cueva —son 24 hombres, 23 mujeres y 19 sujetos indeterminados; la mayoría pertenecientes al grupo de los infantiles de los primeros años por los altos niveles de mortalidad de la época o al de los adultos jóvenes, sometidos a duros trabajos—. Adheridos a los huesos, los expertos recogieron restos de musculatura y tejidos blandos. Incluso en uno de los esqueletos se documentó un tumor benigno que había quedado incrustado entre las costillas. También se hallaron diecisiete objetos metálicos como agujas, brazaletes o puntas de lanza.
Pero la pregunta más obvia es cómo, después de tres milenios, los cuerpos de estos primeros menorquines podían presentar un estado de conservación tan inaudito. La conclusión a la que llegaron los investigadores, después de analizar más de un centenar de muestras de los tejidos humanos, es que se generó un microclima en la cueva con dos etapas diferenciadas. La primera, debido a la reunión de semejante cantidad de cuerpos en descomposición, favoreció la aparición de la adipocera, una sustancia que inhibe la bacteria que causa la putrefacción; la segunda, después de que algún elemento hecho por la mano del hombre cerrase la cueva, alteró las condiciones previas y derivó en una deshidratación de los restos por el aumento de las temperaturas y el descenso de la humedad.
Rituales mortuorios
Tras más de una década de investigación que todavía sigue en marcha, los expertos han sido capaces de determinar el curioso ritual mortuorio que emplearon estas gentes talayóticas, habitantes de las Islas Baleares durante finales de la Edad del Bronce y principios de la Edad del Hierro. Los 66 cuerpos fueron hallados en posición fetal, con las rodillas flexionadas hacia el pecho y las manos sobre las clavículas o la cara. Solo había uno que rompía esta armonía: un sujeto de mayor envergadura, de más de 1,80 metros, con los pies atados y cuyas extremidades inferiores no estaban del todo dobladas. ¿La hipótesis? Que se trataba una persona obesa.
Todos los muertos depositados en la Cova des Pas estaban envueltos con fardos, sudarios de piel de animal, de los que también se conservaban algunos vestigios, que a su vez habían sido atados con cuerdas de esparto. "Esta fue otra cosa absolutamente excepcional, eran como los lazos de las bandejas de pastelería", expone José María Fullola. "Pudimos empezar a deducir que no solo iban dentro de fardos de piel de vacuno, sino también el tipo de envoltura que hicieron". Eran como una suerte de momias prehistóricas.
Otro hecho sobresaliente fue hallar los restos de dos parihuelas, una especie de camilla de madera compuesta de dos varas gruesas y unas tablas atravesadas, debajo de sendos muertos, uno de ellos infantil, y cubriendo otros anteriores. "Se supone que les trasladaban desde el poblado hasta allí en esos artefactos y luego los reutilizaban, pero hay dos casos en que los dejaron en el lugar", comenta el experto sin saber el porqué. Para separar los cadáveres, según los restos vegetales documentados, utilizaron lechos de ramas.
Pero el ritual no finalizaba ahí: el estudio de huellas de plantas olorosas —uno de los individuos fue enterrado con un ramo— y de aceites en el pelo de tres mujeres de entre 24 y 40 años, así como el hallazgo de un tubo de cuero con clavos de madera que en su interior escondía una ofrenda de cabello humano, dan a entender que los menorquines de hace tres milenios preparaban a sus muertos en el viaje hacia el más allá. Además, en lo más profundo de la cueva se encontraron pequeños carboncillos que pudieron ser parte de alguna ceremonia de purificación inicial del sitio.
"Nuestras investigaciones han permitido establecer con certidumbre científica este ritual funerario que da como resultado el hallazgo de restos humanos en posición fetal, un hecho tan común a lo largo de la Prehistoria", destaca Fullola, uno de los directores del proyecto. Además de resolver el enigma de cómo se introducían los difuntos en una cavidad de tan difícil acceso, queda por determinar la relación de parentesco de estos 66 individuos que sufrían patologías comunes en la mandíbula, la columna o la pelvis —incluso uno de ellos, según los estudios, manifestaba problemas de audición, lo que le podría convertir en el primer sordo de la historia—.
Los análisis del poco ADN que se ha podido extraer, por el momento, no arrojan datos concluyentes. Pero ya hay una nueva movilización en búsqueda de recursos económicos para conducir un nuevo examen genético con técnicas más avanzadas. "No podemos saber aún si se trata de un linaje específico o la familia dominante de un poblado. No hemos encontrado ningún resto de cerámica que arroje pistas, pero si se pone en marcha esta investigación tal vez podamos conocer con profundidad la relación que había entre todos estos individuos e incluso prolongar los análisis hasta poblaciones actuales, como se ha hecho en otros sitios", concluye Fullola. El árbol genealógico de Menorca puede residir en estos 66 cadáveres.