"No podía creérmelo. Todavía estábamos en la etapa de la artillería tirada por la fuerza de los caballos. Todo parecía muy atrasado en esta edad moderna". Son palabras que escribió el joven alemán de 19 años Siegfried Knappe, quien se había incorporado al destacamento de artillería con el objetivo de formar parte de una fuerza de élite con armas modernas motorizadas. Limpiar cuadras sería su nueva rutina diaria.
Como Knappe muchísimas personas, también en la actualidad, se creyeron los discursos y las mentiras infladas y alejadas de la realidad de Hitler y demás líderes políticos. Exactamente es lo que el escritor e historiador James Holland trata de exponer en su nuevo libro: El auge de Alemania, la Segunda Guerra Mundial en Occidente 1939-1941 (Ático de los libros). "Gran parte de lo que creemos saber sobre la Segunda Guerra Mundial se basa más en percepciones y mitos que en hechos reales", considera el británico.
Para no caer en leyendas negras ni revisionismos, Holland ha viajado a lo largo de esta década a países como Austria, Noruega, Canadá, Egipto o Nueva Zelanda para entrevistar a veteranos, consultar archivos de primera mano y visitar los terrenos en los que sucedieron los acontecimientos bélicos más relevantes del conflicto.
De esta manera, el historiador ha llegado a la conclusión de que muchas de las percepciones acerca de la guerra más cruenta de la humanidad están basadas en discursos propagandísticos y análisis de soldados que únicamente presenciaron batallas aisladas sin tener acceso a documentos más generales sobre la contienda. En resumen, Holland constata que ni Alemania contaba con el ejército mejor armado y moderno, ni Gran Bretaña estaba ahogada económicamente y militarmente por los nazis, ni la alianza entre la Italia de Mussolini y el Tercer Reich era tan sólida.
Muchos de los testimonios consideraban que las tropas británicas eran lentas y perdían demasiado tiempo "preparando el té", los estadounidenses carecían de disciplina y las ametralladoras alemanas eran "claramente superiores" a las de sus contrincantes. Entre todas las máquinas, los Aliados temían al Tiger, considerado el mejor tanque de guerra.
Este prejuicio estaba basado en los propios testimonios de los Aliados, pues era realmente superior a cualquier carro aliado. Su blindaje era verdaderamente extraordinario. Lo que los soldados británicos y estadounidenses ignoraban era lo complicado y poco fiable que era desde el punto de vista mecánico, además de que solo era útil en distancias cortas y debía trasladarse por ferrocarril. "El Tiger también era insaciable en el consumo de combustible —del que los alemanes eran muy deficitarios en 1942, cuando este modelo de tanque empezó a usarse—", añade Holland.
La planificación alemana tampoco era de envidiar, tal y como se cree hoy en día. El capitán Von Schell, quien había vivido en Estados Unidos brevemente, conocía a la perfección la industria automotriz norteamericana e incluso pasó una temporada en las plantas de Ford en Detroit. Al regresar a Alemania intentó mecanizar el ejército y proponer alternativas sobre la mejoría del sector automotriz germano. Por orden de Hitler se convirtió en el coordinador y supervisor de la mecanización de la Wehrmacht pero Von Schell sabía que aquel milagro que el führer exigía era imposible de realizarlo a corto plazo.
En primer lugar, en Alemania no había producción en serie como en Estados Unidos ola industria motriz alemana estaba formada por pequeñas empresas que producían sus propios vehículos. "Cuando Von Schell asumió el puesto de General Plenipotenciario de Vehículos de Motor, había nada más y nada menos que 131 tipos diferentes de camiones y 1.367 modelos distintos de tráilers, lo que requería piezas diferentes, técnicas diferentes de reparación y, en muchos casos, también herramientas diferentes para cada uno de ellos".
En cuanto a los Aliados, tal y como expone el libro, jamás se quedaron sin armamento o artillería de la que disponer. Holland entrevistó a pilotos, quienes siempre tenían al alcance un nuevo avión, y a soldados, quienes siempre recurrían a nuevos tanques sin ninguna complicación cada vez que el carro de combate quedaba inhabilitado, para demostrar la superioridad de preparación aliada.
El caos nazi en Polonia
La invasión de Polonia fue la primera ofensiva militar de Alemania y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Debido a una ofensiva desde el oeste y el este, Polonia capituló a los veinte días sin apenas ofrecer resistencia. No obstante, pese a que finalmente todo se resolviera para el ejército alemán con óptimos resultados, la precaria Wehrmacht solo contaba con algún tipo de mecanización en 15 de 54 divisiones. "El resto dependía de grandes cantidades de caballos y hombres que marchaban a pie, del mismo modo que lo habían hecho los ejércitos prusianos y alemanes durante cientos de años", narra el historiador británico. Holland también explica que nadie conocía el término ni la estrategia Blitzkrieg, pues fue acuñado posteriormente por la revista estadounidense Time.
De hecho, para Von Schell fue un alivio que la ofensiva se hubiera solventado en apenas dos semanas. Debido a las malas carreteras y el mal uso de los escasos transportes, la rama mecanizada de la Wehrmacht se hubiera visto obligado a detener la marcha si la ofensiva se hubiese prolongado. Asimismo, Hitler había ordenado el ataque a Polonia con tres días de antelación. Para los miembros de los estados mayores era ridículo preparar una ofensiva en tan poco tiempo. "Contradecía todos los principios de la práctica militar".
La traición de Hitler a Mussolini
Polonia también fue el desencadenante de un conflicto entre la Alemania nazi y la Italia fascista. Galeazzo Ciano era el ministro italiano de Asuntos Exteriores e intentó por activa y por pasiva mantener a su patria al margen de la guerra. El pacto de acero entre ambos países comprometía a Italia a apoyar a Alemania en todas las cuestiones que concernían a la política exterior —incluida la guerra— pero Ciano se aseguró de que los alemanes prometieran que "no planeaban hacer nada de forma inmediata, y mucho menos llevar a cabo un ataque inminente contra Polonia".
Era evidente que Italia no podía competir con los demás países europeos ni económicamente ni militarmente. En todo momento, el rey Víctor Manuel trató de persuadir al duce para que no aceptara la guerra, en caso de ofensiva germana. Holland indica que los italianos desconfiaban de los nazis ya que les constaba que les estaban ocultando información.
Nos han traicionado y mentido (...) El pueblo italiano se estremecerá de horror
Cuando Ciano se reunió con Hitler entendió que los alemanes estaban dispuestos a entrar en guerra sin importar los intereses de los italianos. Indignado, volvió a Roma y se presentó inmediatamente en el Palazzo Venezia ante Mussolini para manifestarle lo sucedido. "Nos han traicionado y mentido. Ahora nos están arrastrando a una aventura que no queríamos y que podría comprometer al régimen y a todo el país. El pueblo italiano se estremecerá de horror", exclamó. Incluso se atrevió a recomendar al duce que abandonara el Pacto de Acero y evitar apoyar a la Alemania nazi.
Casi ocurrió el milagro que podría haber cambiado el destino de millones de personas. En un principio, Mussolini se mostró de acuerdo con no apoyar a Hitler pero finalmente cambió de idea y dijo que "el honor obligaba a Italia a marchar junto a Alemania".
Así, los nazis y fascistas se embarcaron en una guerra que perderían y en el que ambos líderes resultarían muertos. Pese a las victorias iniciales, con la entrada de los Estados Unidos en la guerra y la paciencia de Gran Bretaña, quien resistió y mantuvo su imperio y flota intactos, acompañados por la Unión Soviética desde el este, la guerra llegó a su fin el 8 de mayo de 1945.
El auge de Alemania, la Segunda Guerra Mundial en Occidente 1939-1941 solo presenta la primera parte de una trilogía que Ático de los Libros publicará íntegra en los que desgrana los mitos y las creencias que 80 años después siguen acompañando a la sociedad de hoy en día.