El 30 de abril de 1945 Adolf Hitler decidió poner fin a su vida. Poco después de las dos de la mañana, el führer se despidió de los guardias, sirvientes y personal médico que aún se encontraban en el búnker. Junto a Eva Braun entró en su estudio: diez minutos después, su ayudante de las SS Otto Günsche y Martin Bormann abrieron la puerta. Ambos estaban desplomados en el sofá. Un fuerte olor a cianuro emanaba del cuerpo de la mujer. A su derecha, a Hitler, con la cabeza caída hacia adelante, la sangre le salía por un agujero de bala en su sien derecha; su pistola estaba a sus pies. A partir de entonces, un tal Karl Dönitz pasaría a ser la persona más importante de la Alemania nazi.
Pero la II Guerra Mundial no concluyó con la muerte del dictador alemán. Al menos durante un puñado de días. A medida que los soviéticos conquistaban la ciudad de Berlín, el führer trató de dejar todo bien atado para cuando él ya no estuviese. "Hitler no confiaba en sus generales, incluso los más leales estaban consternados por su falta de criterio", escribe Thomas Childers en El Tercer Reich: una historia de la Alemania nazi (Crítica). Se dedicaba a gritar a todo aquel que cuestionaba sus órdenes y después de cada arrebato de ira se paseaba de un lado a otro por el borde de la alfombra.
Puede que el 20 de abril fuera la última vez que aparcara los insultos para poder celebrar junto a sus leales su 56 cumpleaños. En años anteriores, la fecha había sido motivo de todo tipo de celebraciones nacionales, desfiles, conciertos y homenajes públicos. En 1945, no obstante, Goebbels, Göring, Himmler, Speer, Bormann, Keitel, Jodl, y el almirante Karl Dönitz se abrieron paso entre las ruinas de la ciudad para llegar al cuartel general subterráneo de Hitler y presentarle sus respetos. Este último sería la persona en quien confiaría para la reconstrucción de un Reich que debía durar mil años.
Dönitz había participado en la Primera Guerra Mundial como miembro de la tripulación del crucero Breslau, el cual realizó diversas operaciones militares en el Mar Mediterráneo. Con el tiempo fue ascendido a comodoro hasta que finalmente obtuvo el grado de contralmirante. A raíz del ascenso de Hitler, intentó basar la flota marina en los submarinos de guerra.
A pesar de contar con pocos efectivos -el futuro almirante siempre criticó los escasos recursos navales-, hundió más de seis millones de toneladas de barcos aliados para el año 1942. De todos modos, la defensa aliada mejoró sus sistemas de localización submarina y consiguió reducir las bajas en los años posteriores.
Líder del Tercer Reich
Sus grandes aportaciones a la guerra le alejaron del mar para acercarlo a Hitler, quien se encontraba en Berlín. En los últimos días de la guerra, Hitler dejó en su testamento como heredero del Tercer Reich a Dönitz, para sorpresa del Alto Mando alemán. Asumió el cargo que el 30 de abril de 1945, después del suicidio del dictador. No llegó a recibir el título de führer, pero sí el de Reichspräsident o jefe del Estado de la Alemania nazi.
Así, la guerra no finalizó el 1 de mayo y Alemania continuó resistiendo bajo las órdenes del nuevo líder. "Desde su cuartel general en Flensburgo, en Schleswig-Holstein, el almirante resistió una semana más con la esperanza de permitir que la mayor cantidad posible de sus compatriotas huyera al oeste antes de que llegaran los rusos", narra el historiador Thomas Childers.
Pese a suceder a Hitler, optó por expulsar a los líderes nazis de su gobierno, aunque mantuvo a Speer, quien había sido ministro de Armamento y Guerra del Tercer Reich. Según Childers, estaba especialmente ansioso por librarse de Himmler, quien seguía insistiendo en sus planes para un gobierno pos-Hitler. Este, al ver que no era escuchado por el Reichspräsident, intentó pactar con el general británico Bernard Montgomery y aferrarse al poder.
El 8 de mayo dio luz verde al general Jodl para que firmara la rendición incondicional en Reims; un día después, Keitel firmó una capitulación similar con los rusos, y la guerra de Hitler llegó a su fin. Prácticamente todo el continente estaba en ruinas. Desde su cuartel general, Dönitz prosiguió reuniéndose con su gabinete y verificando que sus directrices fueran cumplidas. De esta manera, el 9 de mayo de 1945, el Tercer Reich dejó de existir y Dönitz fue detenido.
En los Juicios de Núremberg se enfrentó a cargos de crímenes de guerra y crímenes contra la paz, pero en ningún momento se le acusó de crímenes contra la humanidad. Sí se le señaló, sin embargo, de dar órdenes para no prestar ayuda a los náufragos en los ataques de los submarinos. Empero, dicha acusación contrastaba con la no penalización de otros almirante aliados. Dönitz llegó a presentar una declaración jurada del almirante norteamericano Chester Nimitz, en la que reconocía que en la guerra del Pacífico, los Aliados usaron las mismas tácticas de no rescatar náufragos.
De todos modos, el reconocido periodista y divulgador histórico británico Max Hastings duda de si la condena de 10 años fue injusta o no. "El comportamiento que mostró Dönitz durante su breve y grotesca aparición como último führer dio al traste con sus pretensiones de hacer ver que no era más que un oficial de Marina que había caído en malas compañías. Tuvo suerte de escapar del patíbulo durante los juicios de Núremberg", considera en Armagedón: La derrota de Alemania 1944-1945.
En 1956 abandonó la cárcel y lejos de olvidar su etapa como líder del Tercer Reich escribió dos libros sobre sus experiencias como marino y breve jefe del Estado. Falleció el 24 de diciembre de 1980 a los 89 años.