A la muerte de su esposa, la reina Bárbara de Braganza, en agosto de 1758, el devastado Fernando VI se recluyó en el castillo de Villaviciosa de Odón, del que no saldría nunca más con vida. Pasó un año entero —"el año sin rey", según el término acuñado por la historiografía— guiado por la depresión y la locura, fingiendo su propia muerte, humillando a los cortesanos y negándose a cambiar las ropas de cama o lavarse. Uno de los pasquines satíricos de la época aseguraba que el monarca estaba "energúmeno, endiablado, enemigo de rezar, irritable y asqueroso".
Su desgracia y apariencia de cadáver viviente concluyeron el 10 de agosto de 1759, día en que el borbón, hijo de Felipe V y María Luisa Gabriela de Saboya, exhaló su último aliento para alivio de sus asistentes y ministros. Ya nadie le libraría de la etiqueta de "rey loco"; y por si esto no fuese suficiente, los logros de su reinado discreto pero ilustrado, que llenó las arcas reales y fomentó el auge de la creación científica, literaria y artística, quedaría ensombrecido por el más brillante de su sucesor y hermanastro Carlos III.
La demencia de Fernando VI, criado en una profunda sensación de soledad por la prematura muerte de su madre, ha sido sujeto de numerosos estudios y se ha relacionado con diversas enfermedades, como el alzhéimer, un trastorno bipolar —patología que ya había asaltado a su padre—, tuberculosis del sistema nervioso central o incluso encefalitis autoinmune. Ahora, un estudio del neurólogo Santiago Fernández Menéndez propone la hipótesis de que el monarca español padeció "un trastorno neurológico focal frontal derecho rápidamente progresivo". Es decir, un daño cerebral.
Para su investigación, que trata de buscar una explicación verosímil a la pregunta de por qué Fernando VI perdió sus capacidades mentales en el plazo de un año, el investigador se ha basado en un total de 1.176 documentos conservados en distintos archivos en los que se recogen los testimonios de los testigos principales de aquellos hechos, como el doctor Andrés Piquer, nombrado médico de cámara a finales de 1751, el infante don Luis y el ministro Ricardo Wall.
"El análisis de la documentación permite obtener una historia clínica detallada, donde se concluye que Fernando VI sufrió un trastorno rápidamente progresivo", escribe Fernández. "Ese trastorno se caracterizó por una desorganización conductual con impulsividad, potenciación de sus rasgos de personalidad previos y una conducta alimentaria errática; un deterioro cognitivo con pérdida precoz de capacidad de juicio hasta llegar a una demencia severa, y crisis epilépticas de semiología focal frontal derecha. Además, el monarca sufrió importantes complicaciones médicas sobreañadidas que le llevaron a una situación de caquexia extrema con úlceras por encamamiento. Finalmente, Fernando VI falleció en el contexto de una descompensación epiléptica severa que empezó a tener a principios de agosto de 1759".
El problema radica a la hora de determinar la causa original de dicho trastorno, si bien fue provocado por un tumor, un traumatismo u otra circunstancia: "No se puede establecer una etiología a la enfermedad de Fernando VI al tratarse de un evento lejano en el tiempo, y la ausencia total de lo que hoy se considera un estudio complementario reglado. No obstante, desde el punto de vista sindrómico sí se puede establecer con un alto nivel de certeza que Fernando VI padeció un trastorno neurológico focal frontal derecho rápidamente progresivo", concluye el neurólogo en Estudio de la enfermedad del rey Fernando VI.
A lo largo de su diagnóstico histórico, Santiago Fernández analiza las otras investigaciones al respecto sobre la extraña salud del monarca borbón, que apuntaban sobre todo a la manifestación de una enfermedad psiquiátrica cuyas raíces estarían relacionadas con la muerte de Bárbara de Braganza, mujer a la que estaba muy unido. Esta línea también ha predominado en base a los diagnósticos de Piquer, que describió los violentos arrebatos de Fernando VI que evolucionaban en carreras en ropa interior por las estancias del castillo o en mordiscos a los cortesanos.
En conclusión, el neurólogo expone que los episodios de locura de Fernando VI no fueron nada agradables para él, sino que "debió de sufrir mucho durante su enfermedad". Además, en base a sus resultados, Fernández asegura que "los médicos solo demostraban su ignorancia diagnóstica y terapéutica", con lo que se registró una situación que "empeoró las tensiones políticas que se dieron en el contexto de un rey absolutista, sin descendencia y en una situación de incapacidad para gobernar".