Cuando llegó el final de la Segunda Guerra Mundial 50 millones de personas habían fallecido. El mundo, pero principalmente Europa, quedaba devastada y la hambruna y las consecuencias de la cruenta contienda se prolongaron más allá del 8 de mayo de 1945. Austria y Alemania, los grandes derrotados, carecían de leña y de materias primarias para la supervivencia. Lejos de cualquier ideología, los inocentes niños eran el colectivo más vulnerable.
Por ello, y para lavar la imagen que se había ganado Franco en la comunidad internacional, el régimen comenzó a finales de 1945 a planificar un plan de ayuda a los niños que habían sufrido la guerra que se traduciría en el Programa de Acogida de Niños Centroeuropeos. "El Gobierno del Caudillo, continuando en su clara y tenaz trayectoria de basar su política en los postulados cristianos y humanitarios, ha acordado recientemente acoger en España para este invierno a 50.000 niños de las zonas de Europa más afectadas en la última conflagración", expresó el delegado sindical provincial de Córdoba en noviembre de 1945.
Finalmente, fue la Iglesia Católica la encargada de coordinar el programa. El Doctor en Historia Contemporánea Javier Más ha publicado recientemente Los niños de la mantequilla (Actas), donde se ha sumergido en los archivos eclesiásticos y testimonios directos de personas que fueron partícipe de aquella iniciativa olvidada. Según indica el escritor en una entrevista concedida a EL ESPAÑOL, el propio progreso de España y su aceptación en la comunidad internacional relegó a un segundo plano un proyecto que en un principio contó con todo el apoyo del régimen. "Creo que se olvidó muy pronto de forma oficial, no porque no interesara en ese momento, sino porque la sucesión de hechos hizo que se quedase pequeño", comenta a este periódico. Ahora, rememorar esta iniciativa "no se recupera en democracia porque no interesa hablar de las cosas sociales que se hicieron en dictadura", añade.
Tal y como indica el escritor de Castellón, el programa fue "el primer movimiento internacional de España tras el bloqueo". Utilizó como recurso propagandístico los miles de niños, principalmente alemanes y austríacos, que llegaron a España a partir de 1949. "Quizás no sepamos valorar lo que tenemos, pero para más de 4.000 niños de la posguerra mundial, España fue, durante un mínimo de nueve meses, el verdadero paraíso terrenal".
Los primeros vieneses
El 18 de febrero partió desde Viena la primera oleada de niños varones austríacos rumbo a España. La segunda, donde todas eran niñas, ya estaba organizada. "La mayor parte de ellos estaban acompañados por padres y familiares que acudieron a despedir a los pequeños", narra Más. Los niños apenas llevaban nada consigo: una pequeña maleta y la ropa que vestían. Escapaban de una antigua ciudad imperial que no les daba de comer.
Los 500 jóvenes que viajaban en tren eran noticia allá por donde pasaban. Cruzaron la frontera desde Irún, donde se detuvieron para cenar. Tal y como recoge el libro, muchos de los vieneses se sorprendían con alimentos desconocidos. No sabían qué era una naranja o un plátano.
Hubert Rogelböck había nacido el 31 de agosto en Viena. Solo conocía la guerra. Él mismo alentó a sus padres de que le llevaran en cuanto le fue sugerida la idea. "Mi madre me explicó que España estaba en el sur de Europa y había mucho sol y el mar", recuerda el austriaco, quien se mudó a España con tan solo siete años —la mayoría de los niños tenían entre 6 y 12 años—. De España, al igual que otros muchos, recuerda la comida y la sorpresa que le generaba que se cocinara con aceite en lugar de mantequilla.
A Hubert lo enviaron a Ágreda, un pequeño pueblo de Soria. Toda España acogió a los miles de niños que vinieron, desde las grandes capitales hasta los pueblos más pequeños. Quizá el hecho más insólito fue el de Ingrid (11), Elene (9) y Martha (11), las tres hermanas que adoptó Franco en 1949.
De aquellas tres pequeñas niñas austriacas pocos detalles se recuerdan en la actualidad. En un principio, la familia Franco tenía la intención de acoger a una de las niñas, pero para que no se separaran, decidieron adoptar temporalmente a las tres. Todavía queda el testimonio de Victoria Lasso de la Vega, una niña entonces de la misma edad que las austríacas, hija del Teniente de la Guardia Civil don José Lasso de la Vega, regidor del Palacio de El Pardo, quien jugó con ellas a lo largo de su estancia.
Al parecer, las tres hermanas se integraron perfectamente a la familia Franco. Iban a misa juntos, y veranearon en San Sebastián y el Pazo de Meirás. Tal y como señala Más, convivieron con los Franco adaptándose a sus costumbres y quehaceres hasta que regresaron a Austria una vez finalizado el programa.
Javier Más sigue trabajando sobre qué fue de aquellas niñas una vez regresadas a su Viena natal. ¿Mantuvieron el castellano? ¿Intercambiaron cartas con la familia Franco? Como todos los demás niños que participaron en el programa, durante nueve meses conocieron en España otra cosa que no fuera la guerra o sus consecuencias directas. Tras su estancia, regresaban a su hogar, donde la adaptación volvió a ser un obstáculo. Muchos habían olvidado hasta su propia lengua. Los más de 4.000 niños, cuyos últimos supervivientes rondan los 90 años, todavía recuerdan el poco tiempo que vivieron en España. En 1979 se fundó el Club Encuentro y desde entonces los "niños de España" se reúnen para mirar atrás y recuperar con "añoranza" aquellos meses difíciles de explicar.