Si hay un acontecimiento histórico que ha sido idealizado y manipulado hasta la saciedad ese es, sin duda alguna, la batalla de las Termópilas. El conocimiento popular, contaminado por películas y la literatura nostálgica con el período clásico, ha creado la figura de 300 espartanos vigoréxicos liderados por el rey Leónidas I que se enfrentaron a un ejército de 2.800.000 persas. Estos, dirigidos por Jerjes, trataban de conquistar la península Helénica para unirla a su Imperio, el más grande que la humanidad había conocido hasta entonces.
Pese a la dificultad de ubicar en el tiempo este acontecimiento, los historiadores han consensuado que la contienda pudo haber tenido lugar el 7 de agosto del 480 a.C. Es decir, este 2020 se cumplen 2.500 años desde que los espartanos defendieron Grecia de una invasión externa. Sin embargo, de todo lo que se vierte sobre la batalla, ¿qué es verdad y qué es mentira?
El motivo por el cual Jerjes quería invadir Grecia era para vengar a su padre Darío, quien había sido derrotado diez años antes en la batalla de Maratón. El catedrático Tony Spawforth escribe en Una nueva historia del mundo clásico (Crítica) que "la Persia arqueménida era gobernada como una especie de empresa familiar, de manera bastante parecida a la de los clanes dirigentes de los estados del Golfo actuales".
De esta manera, Jerjes organizó un ejército mayor para atacar Grecia. Es cierto que superaban por miles a los griegos, pero los soldados persas no debían sobrepasar la cifra de 200.000 unidades. Por otra parte, no eran 300 espartanos. Esparta no estaba sola en la contienda, sino que tanto ellos como los atenienses y representantes de la Grecia continental decidieron dejar a un lado sus diferencias y forjar una alianza militar y naval.
La retirada griega
Los persas debían cruzar por las Termópilas, un paso defendible de unos 15 metros de anchura en su punto más estrecho y estaba rodeado por montañas, marismas y el propio mar. Allí, un pequeño ejército aliado compuesto por 5.300 hombres tomó posiciones bajo el mando de Leónidas. La estrategia es comúnmente conocida. Pese a ser inferiores en número, aprovecharon el espacio reducido para impedir el avance de Jerjes.
No obstante, un griego local traicionó a los helenos guiando a los persas durante la noche por un camino de montaña que les permitía sorprender a los griegos por la retaguardia —en la película de 300 de Zack Snyder este hombre es encarnado por un jorobado que Leónidas rechaza tener en sus filas al no poder combatir junto a él—.
Al conocer la noticia, Leónidas ordenó a sus hombres que se retiraran y se quedó con tan solo 1.200 efectivos. "Con estos hombres y sus espartanos presentó una última batalla, porque hubiera sido «impropio» abandonar el mando, y lucharon hasta la muerte «con espadas, manos y dientes»", escribe Spawforth. Fueron aniquilados.
Al saber lo sucedido, las naves griegas que esperaban en el mar se marcharon definitivamente y Jerjes prosiguió su marcha hacia el sur, saqueando los santuarios griegos y, según Heródoto, violando las mujeres que se encontraban a su paso. Jerjes no encontraría resistencia hasta que una alianza de ciudades-estado griegas fulminó su flota en la batalla de Salamina.
Una sociedad mitificada
Instantes antes de la batalla de las Termópilas, un explorador persa llegó a la posición griega y se encontró a los espartanos haciendo ejercicio desnudos mientras acicalaban sus largas cabelleras. "Un renegado espartano explicó a un igualmente incrédulo Jerjes que los soldados espartanos siempre peinaban sus cabellos antes de arriesgar sus vidas", señala Spawforth.
De todos modos, tal anécdota no confirma que los espartanos fueran una sociedad de cuerpos escultóricos que idealizaban la muerte. Tal y como narra el catedrático en Historia Antigua César Fornis en El mito de Esparta (Alianza), "la laconofilia y la sublimación de todo lo espartano emergen en la segunda mitad del siglo V a.C. entre los atenienses críticos con las estructuras democráticas que regían en su polis". Por aquella época las élites de Atenas, no conformes con la legislación vigente, defendían la oligarquía espartana.
Los escritos continuaron a lo largo de los siglos; desde Eurípides hasta Plutarco; del Imperio Romano a la Edad Media, donde, tras años de especulaciones literarias, hubo un olvido generalizado en una sociedad que abandonó el interés por lo clásico. La figura de Esparta se recuperaría tras la Ilustración, lo cual influiría en las doctrinas de personalidades como Rousseau o François-René de Chateaubriand.
Asimismo, comenta César Fornis que la idea de una Esparta totalitaria, militarizada y obsesionada con la selección natural se deben en gran parte a la propaganda nacionalsocialista durante la década de los treinta y cuarenta. Hitler llegó a declarar su admiración hacia el pueblo espartano abiertamente, al cual definía como "el ejemplo más iluminador de Estado con base racial de la historia de la humanidad".
"Esparta es un pueblo más"
Heródoto nunca describió la Esparta arcaica como una sociedad militarizada, aislada o intolerante con cualquier extranjero —la distribución de vasos laconios a lo largo del siglo VII y V a.C. en la cuenca mediterránea también pone en entredicho la autarquía económica de los espartanos—. Lo mismo ocurría con la más que mitificada educación espartana, donde supuestamente los niños varones eran arrebatados de sus familias para educarlos exclusivamente por el Estado.
En realidad, seguía existiendo un contacto y un vínculo diario entre padres e hijos. Además, Fornis explica a EL ESPAÑOL que el rey Agesilao II "debía ser cojo, y de nacimiento", por lo que habría que matizar la costumbre de eliminar a los hijos que no hubiesen nacido en plenas condiciones físicas. En definitiva, concluye el escritor de El mito espartano, que Esparta es un pueblo más, "en absoluto diferente del resto de los griegos que les rodeaban".