En mayo de 1063, en la localidad de Graus, ubicada en las primeras estribaciones de los Pirineos, se registró una batalla entre el ejército de Ramiro I de Aragón y una coalición castellano-musulmana liderada por al-Muqtádir, el rey de la taifa de Zaragoza, y el infante Sancho II. En ese enfrentamiento, en el que se dice que pudo haber combatido Rodrigo Díaz de Vivar acompañando a su señor, perdió la vida el monarca aragonés; un suceso que en pocas semanas conmocionó a todo el Occidente cristiano.
La derrota de las tropas de Ramiro I provocó una respuesta inédita hasta el momento: la organización de una expedición "internacional", formada por varios miles de caballeros francos, guerreros normados procedentes de Italia y contingentes catalanes y auspiciada por el propio papa Alejandro II, que pretendía vengar la afrenta de los infieles. Su objetivo fue Barbastro, un notable aunque pequeño centro de la civilización islámica en esa frontera incierta y permeable de Al-Ándalus.
La plaza fue asediada y arrasada con gran ferocidad en la primavera de 1064 —la primera recuperada por los cristianos—, aunque al-Muqtádir se adueñaría de ella menos de un año después. Este episodio, olvidado en el discurso tradicional de la llamada Reconquista, tuvo unas importantes consecuencias en las décadas posteriores, desencadenando "un giro decisivo en la historia de la lucha que oponía a musulmanes y cristianos en la España del siglo XI, pero también una transformación esencial a escala europea y del Mediterráneo".
Así lo consideran los historiadores medievalistas Philippe Sénac y Carlos Laliena Corbera, autores del libro 1064, Barbastro (Alianza). Partiendo del dilema historiográfico de si la toma de la ciudad aragonesa fue un ensayo de las cruzadas o un acontecimiento más de la Reconquista, los expertos trazan una encomiable reconstrucción del contexto peninsular, la organización de la hueste cristiana, su implacable victoria y los efectos inmediatos, para concluir que la expedición, "al modo de una epopeya, contribuyó al auge de una ideología guerrera orientada contra los musulmanes".
Una suerte de prólogo de la guerra santa que el papa Urbano II inauguraría en 1095 con su famoso discurso en Clermont y que culminaría con la toma de Jerusalén en 1099. Sénac y Laliena no consideran que la campaña de Barbastro pueda considerarse una cruzada como tal, sino que acuñan la forma utilizada por otro colega de "cruzada antes de las cruzadas". "Barbastro resultó ser ante todo una aventura feudal, reflejo de un Occidente cristiano en pleno auge, ganado por la idea de guerra santa y sostenido por Roma", escriben.
El asedio
La expedición lanzada en 1064 fue un movimiento de gran envergadura al que los musulmanes de Al-Ándalus, divididos en reinos de taifas tras el hundimiento del Califato de Córdoba, no se habían enfrentado hasta entonces. La idea de cabalgar hasta los territorios hispánicos para responder a la muerte del rey Ramiro I germinó en la mente de varios príncipes de Occidente, especialmente aquitanos y catalanes, apoyados por el papa Alejandro II, quien convenció a algunos jefes normandos del norte de Italia para sumarse a la empresa bélico-religiosa de combatir al otro, al infiel, al bárbaro.
Sorprende no encontrar en este variopinto contingente al joven Sancho Ramírez, heredero del reino de Aragón tras la muerte de su padre en combate. Los historiadores valoran que o bien su autoridad era demasiado endeble como para conducir a sus caballeros al combate o que sus fuerzas no habían logrado recuperarse de la batalla de Graus. En cualquier caso, en la primavera de ese año, se presentó un poderoso contingente ante las murallas de Barbastro, que estableció un asedio durante casi cuarenta días.
Según Ibn Hayyan, contemporáneo de los hechos, los cristianos lograron apoderarse de Barbastro al destruir un canal que llevaba a la ciudad agua procedente del río cercano. Los musulmanes propusieron entonces la rendición a cambio de conservar sus vidas y la de sus familias, pero en cuanto salieron fueron ejecutados. Otro cronista, Ibn Idari, relata que seis mil personas fueron pasadas por las armas, mientras que otras murieron en una avalancha que se registró a las puertas de la fortaleza. A los supervivientes se les confiscaron sus bienes y sus propiedades y padecieron todo tipo de malos tratos.
"Todos los autores árabes coinciden en subrayar que a la conquista de la ciudad siguió una carnicería y una explosión de violencia hasta entonces inédita y de la que no hay equivalente salvo en el caso de la toma de Jerusalén en 1099. Ningún cronista andalusí había proporcionado tantos detalles respecto a las escenas de torturas, de matanzas y de violaciones", destacan los autores de 1064, Barbastro. Esas fuentes mencionan también que cinco mil mujeres que fueron enviadas al emperador de Constantinopla como botín de guerra.
La derrota y las descripciones de las atrocidades estremecieron al conjunto de Al-Ándalus. Ibn Hayyan cuenta que "la noticia golpeó los oídos como un trueno; puso a todo el mundo en delirio e hizo temblar la tierra de España de un extremo a otro. Este triste hecho fue entonces la única cosa de la que se hablaba y todos pensaban que (...) la propia Córdoba sería asaltada del mismo modo".
La expedición "internacional" modificó profundamente los lazos que hasta entonces unían Roma con los reinos cristianos peninsulares —desde entonces debieron plegarse a los designios del papado— e impulsó una política aragonesa más agresiva con las taifas cercanas. Todo ello a pesar de que en abril de 1065 Barbastro cayó nuevamente en manos musulmanas. Y así permanecería hasta su definitiva toma en 1100. Para entonces las cruzadas y esa mentalidad de guerra santa eran ya una realidad.