El lema que Cristian VII escogió al coronarse rey de Dinamarca y de Noruega fue el siguiente: "Gloria ex amore patriae" (Gloria por amor a la patria). Pese a que viviera la época de la Ilustración y realizara diversas reformas liberales desde el absolutismo, el amor hacia su país ha de matizarse.
Siempre se le consideró un monarca débil y relegó la mayoría de las decisiones que concernían a la corona en terceros. Los historiadores especulan sobre su posible esquizofrenia, la cual daría una explicación a todos los despropósitos que realizó en la bella Copenhague.
Al contar con una gran cantidad de asesores y consejeros que decidían por él, Cristian dedicaba sus días a satisfacer sus deseos y vicios. El matrimonio tampoco recondujo la situación. En 1766, a los 17 años, se casó con la princesa de Gales Carolina Matilde de Gran Bretaña, hermana del rey Jorge III del Reino Unido. Juntos tendrían un hijo, el príncipe Federico, aunque desde el principio de la relación Cristián fue infiel a su esposa.
Fuera de palacio, Cristian VII se dedicaba a organizar todo tipo de fiestas y orgías a las que acudían las prostitutas más prestigiosas de la capital danesa. Entre las muchas que asistían a sus juergas, Anna Cathrine Benthagen era su favorita.
Al monarca no le preocupaba que el hecho de que tuviera una amante saliera a la luz. La traía consigo a la Corte, sin temer que su esposa pudiera increparle. De esta forma, Anna Cathrine Benthagen compartía la faceta monárquica de Cristian cuando acudía a los bailes de la Corte, y también lo acompañaba en sus orgías y en los burdeles. Se convirtió en la persona de confianza del rey danés.
Sus correrías no solo se basaban en el sexo y la infidelidad. La esquizofrenia del monarca le llevó a ser un delincuente en el país que él mismo regía. Tal y como señala el escritor Karl Shaw en 5 People Who Died During Sex: and 100 Other Terribly Tasteless Lists (Three Rivers Press), el rey solía golpear su cabeza contra las paredes del palacio hasta sangrar.
Asimismo, se reunía con sus amigos para realizar todo tipo de actos vandálicos, "ocasionalmente destrozando burdeles". Su locura le llevó a tener varios altercados con la policía de Copenhague.
Aquellas nocturnas fiestas vandálicas llegarían a su fin y poco a poco el rey desapareció de la vida pública. Sus últimos años de vida los dedicó a firmar los documentos que le presentaba el Consejo. Murió el 13 de marzo de 1808, a los 59 años.