Hasta aquella jornada, un lance más de la mortífera Guerra de los Treinta Años (1618-1648), un halo de invencibilidad acompañaba al ejército sueco. Pero en Nördlingen, el 6 de septiembre de 1634, el rey Gustavo Adolfo vio como las picas y arcabuces de los Tercios españoles, infatigables a pesar de las numerosas cargas enemigas, enterraron sus sueños de convertirse en una gran potencia europea. Fue una victoria total de la mejor infantería del mundo en aquel entonces, y hubiera sido probablemente el golpe de gracia a la causa protestante si no llega a ser por la intervención in extremis de la Francia de Richelieu.
Al mando de las tropas católicas, compuestas por más de 20.000 infantes y 13.000 caballos imperiales y españoles, había dos Fernandos, que eran primos: el archiduque de Austria y rey de Hungría, y el cardenal-infante de España y hermano de Felipe IV. Gracias fundamentalmente a la bizarría de los tercios de Martín de Idiáquez, el miembro de la familia real hispana, que se dirigía hacia Bruselas para tomar posesión como gobernador de Flandes, quedó consagrado como un destacado estratega. Así se lo reconocieron el propio monarca y su valido, el conde-duque de Olivares.
La batalla de Nördlingen fue el gran hito de la carrera militar de un hombre que siempre había soñado con protagonizar importantes gestas en el campo de batalla, pero que desde joven había sido empujado a desempeñar cometidos religiosos: en marzo de 1620, con apenas 19 años, fue nombrado arzobispo de Toledo, viendo su educación condicionada. "Un infante nacido para las armas quedó sometido a un yugo al que su naturaleza no le inclinaba", esboza el investigador y diplomático José I. Benavides, autor de una nueva biografía de Fernando de Austria.
En El cardenal-infante (La Esfera de los Libros), el experto en la historia de España en los Países Bajos católicos durante el siglo XVII indaga en la breve pero intensa vida del tercer hijo varón de Felipe III y Margarita de Austria. Muerto en 1641 probablemente a causa de unas fiebres tercianas, a los 32 años, fue cardenal de la Iglesia, presidente de las Cortes y virrey de Cataluña en nombre de su hermano en 1632, gobernador general de Milán (1633) y de Flandes y dirigente de los ejércitos católicos en la guerra con Francia.
Cardenal, hombre, soldado, político y diplomático. Esas cinco facetas que marcaron la biografía de Fernando de Austria casi en un sentido cronológico se funden en la obra de José I. Benavides, autor también de Spínola. Capitán general de los Tercios —editado asimismo por La Esfera de los Libros—, y donde retrata con precisión el convulso contexto europeo, un "avispero" condicionado por incontables guerras en el que la paz era una quimera. En esa encrucijada, el hermano de Felipe IV se reveló en uno de los personajes más importantes e influyentes en el seno de la Monarquía Hispánica.
La carrera militar
Los primeros años de vida de Fernando de Austria estuvieron marcados por la ausencia de su madre, fallecida cuando el niño apenas contaba con dos años, y por el escaso interés que Felipe III mostraba por la educación de sus hijos. Si Felipe, el hermano mayor, estaba destinado a ser el heredero de los títulos y la fortuna de la Casa de Austria, y Carlos, el mediano, a servir con las armas; el pequeño del trío quedaba encasillado al estado eclesiástico, tuviese o no vocación para ello.
"Se sentía claramente soldado y no clérigo, sin que le produjese la menor preocupación que esto resultara patente a los ojos del rey, del valido [el duque de Lerma] y de la corte", asegura Benavides. Uno de los principales enemigos del cardenal-infante en esta primera etapa fue el conde-duque de Olivares, quien soñaba con colocar algún día al hermano de su rey en el Vaticano.
"A mí me atraían las armas, los caballos, la guerra y los juegos propios de mis años, pero me encontré encerrado en la jaula de oro de aquella Casa que pronto me pusieron y que era una muralla que me impedía desarrollar mi personalidad y me encerraba en una maraña de intereses de los que no lograba zafarme", escribiría el cardenal-infante en una suerte de mini autobiografía redactada en Bruselas en noviembre de 1941, un mes antes de morir.
Tras un breve paso por Cataluña, don Fernando embarcaría en abril de 1633 rumbo a Génova y Milán, previa parada a su destino final, Flandes, donde iba a recoger el testigo de su tía Isabel Clara Eugenia como gobernador general. Esta, la hija favorita de Felipe II, le recomendó quitarse los hábitos de eclesiástico ante el rechazo que suscitaban los cardenales en los Países Bajos. Ahí comenzaría su anhelada carrera militar, cuyo punto álgido se registraría derrotando al ejército sueco en Alemania.
A pesar de las dificultades económicas y logísticas a las que se tuvo que enfrentar para mantener la guerra con Francia y las Provincias Unidas, el cardenal-infante pergeñó en 1636 un movimiento que permitió a la Monarquía Hispánica capturar la plaza fuerte gala de Corbie, a escasos kilómetros de París. Toda la familia real, a excepción del monarca Luis XIII, huyó de la ciudad ante la amenaza de las tropas españolas. La campaña, sin embargo, no pudo transformarse en una concatenación de éxitos militares sobe el rey galo, que a la postre era su cuñado.
Siempre sin fondos suficientes, con escasez de tropas y abandonado por el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, el cardenal-infante se enfrentó a una misión prácticamente imposible: hacer frente a la gran potencia emergente. Además, tuvo que enfrentarse a personajes como Pierre Roose, primer ministro flamenco, que discutía y ponía trabas a todas sus iniciativas. Con la muerte prematura de don Fernando en 1641 se esfumó una figura de las que carecía el Imperio español en esa encrucijada en la que sus cimientos comenzaban a derrumbarse.