En julio de 1539, el almirante otomano Barbarroja, con su flota y un ejército de 50.000 hombres, lanzó un feroz ataque contra Castelnuovo. La plaza —la actual Herceg Novi, en Montenegro— estaba defendida por una desabastecida guarnición española de 4.000 soldados al mando del maestre de campo Francisco Sarmiento. Tras varias semanas de intenso bombardeo y numerosas cargas, rechazadas todas por los defensores a un alto coste de vidas, los jenízaros lograron finalmente penetrar en la ciudad.
Pero lejos de claudicar y a pesar de la nula esperanza de éxito, los españoles prolongaron una resistencia a ultranza. . "Unos doscientos de ellos se refugiaron con sus familias y criados en una de las últimas fortalezas de la ciudad, mientras que los demás, exhaustos y heridos, congregados alrededor de Sarmiento en una de las plazas centrales, lucharon hasta la muerte contra oleadas de infantería y caballería otomanas, lo que convirtió el asalto final de Barbarroja en una sangría", escribe el historiador Idan Sherer en Soldados de los Tercios (Desperta-Ferro, Cuadernos de Historia Militar).
Al final, uno de los capitanes que resistía con vida, rindió la plaza. Muchos de los supervivientes fueron masacrados o esclavizados por los otomanos, que habían perdido unos 20.000 hombres. Castelnuovo, al igual que Rávena en abril de 1512, donde los Tercios aguantaron durante siete horas el intenso fuego de artillería y las cargas de la infantería y caballería francesas —"jamás antes se ha visto mejor defensa que la de los españoles, que, sin brazos ni piernas, mordían a sus enemigos", dijo el general Pierre du Terrail, presente en la batalla—, consolidó la imagen del hispano como un soldado disciplinado y eficaz, símbolo de determinación y resistencia.
Esa fue una de las claves que explican el dominio del brazo armado de la Monarquía Hispánica en los campos de batalla de Europa durante el siglo XVI y la primera mitad del XVII. Otro, también fundamental, fue el desarrollo de la tecnología bélica, con el uso de armas de fuego como los arcabuces y los mosquetes, y la implantación de nuevas tácticas de combate. En este sentido, uno de los movimientos más sorprendentes y arriesgados establecidos por los Tercios fue el de la encamisada, a la que también se recurrió en el episodio de Castelnuovo.
Esta suerte de operación especial, realizada por un grupo de soldados experimentados, consistía en atacar por la noche, amparándose en la negrura, el cuartel enemigo e infligir el mayor número de bajas antes de que se diesen cuenta. Los Tercios eran como fantasmas, vestidos con camisas blancas para no confundirse con el objetivo, que resultaba sorprendido mientras dormía en la tienda o junto al fuego. En 1539, armados únicamente con daga y espada, los españoles provocaron el pánico en las filas otomanas y hasta la retirada momentánea del almirante Barbarroja a su nave.
El riesgo de las encamisadas era enormemente elevado, y no todas salieron bien. Pero algunas fueron célebres, como la de Pavía de 1525, que precedió a la famosa batalla en que las fuerzas españolas capturaron al rey francés Francisco I, o la que condujo Julián Romero, que había perdido una pierna en la batalla de San Quintín, contra el campamento de Guillermo de Orange cerca de Mons, Flandes, en 1572, en el contexto de la Guerra de los Ochenta Años.
Con los soldados españoles, "todos ellos cubiertos con camisas blancas", narra Àlex Claramunt en Los Tercios (Desperta-Ferro), "Romero cayó sobre los cuarteles orangistas y, tras degollar a los centinelas, prendieron fuego a las tiendas, acuchillaron a cuento enemigo hallaron y desbarrigaron a no pocos caballos. Murieron 300 orangistas. Por parte hispana, cayeron el capitán Antonio Múgica y dieciséis soldados que no se retiraron por el camino señalado y toparon con la caballería rebelde". Aunque la operación fue un éxito —poco después Guillermo de Orange se retiró con sus tropas de regreso a Alemania—, las bajas demuestran el alto riesgo. El propio maestre de campo recibiría un arcabuzazo en el brazo y tendrían que amputárselo.
Los Tercios, a debate
La fascinación por los Tercios, que eran soldados profesionales orgullosos de su nación, su rey y su fe, es infinita. Y no solo en lo que atañe a las batallas en las que tomaron parte, también en torno a su vida diaria, en la que había ascensos y recompensas, además de motines y penurias. Cervantes, que fue uno de ellos, narra en El Quijote: "Y a veces su desnudez suele ser tanta, que un coleto acuchillado le sirve de gala y de camisa, y en la mitad del invierno se suele reparar de las inclemencias del cielo, estando al raso, solo con el aliento de su boca, que, como sale de lugar vacío, tengo por averiguado que debe salir de frío, contra toda naturaleza".
Ese interés por la infantería de la Monarquía Hispánica se ha traducido en las últimas décadas en numerosas obras de ficción —el capitán Alatriste de Pérez-Reverte es el mejor ejemplo de ello— y ensayos históricos. Pero también reuniones y debates de expertos, como las Jornadas de los Tercios: Súbditos de un rey, señores de su tiempo, organizadas por la Asociación 31 Enero Tercios en colaboración con el Instituto de Historia y Cultura Militar —donde se celebrarán desde este lunes hasta al jueves 28— y la Cátedra de Historia Militar de la Universidad Complutense de Madrid.
Las ponencias, que se podrán seguir a través de YouTube y serán impartidas por algunos de los mayores especialistas en los Tercios, están dividas en cuatro ramas temáticas según el día: creación, organización y ocaso de este ejército, sus operaciones en campaña en Flandes, Italia o Portugal, las guerras que libraron en el mar y su impronta en las artes y la cultura. Este es el programa completo: