En la Atenas de los siglos V y IV a.C. surgieron las vanguardistas obras de Sófocles, las grandes tragedias de Eurípides, las magníficas esculturas de Fidias... Fue el momento en que la civilización griega alcanzó el apogeo de su creatividad. A ello contribuyeron personajes tan importantes como el estadista Pericles, los filósofos Sócrates, Platón y Aristóteles, los historiadores Tucídides y Jenofonte, el comediógrafo Aristófanes e ilustres extranjeros como Heródoto, el padre de la Historia, Anaxágoras, a quien puede colocarse entre los primeros científicos, o Gorgias, gran sofista y maestro de la retórica.
Pero esa admirable producción artística, literaria y filosófica nunca se hubiera registrado sin un ambiente idóneo, sin un sistema político estable en el que los atenienses, "siempre amigos de novedades, muy agudos para inventar los medios de las cosas en su pensamiento, y más diligentes para ejecutar las ya pensadas y ponerlas en obra", según un diplomático corintio, diesen rienda suelta a su imaginación, a platicar sin descanso. Una coyuntura ilustrada resultado de una revolución todavía más importante: la democrática.
Los entresijos de ese experimento político griego, que se prolongó desde el año 508 a.C., cuando el legislador Clístenes estableció un régimen que, además de reconocer el estatus de libre a todo ateniense, introducía la deliberación política como elemento diferencial de la categoría de ciudadano, hasta 322 a.C., fecha de la prematura muerte de Alejandro Magno, es lo que describe El nacimiento de la democracia (Ático de los Libros), el nuevo ensayo de Laura Sancho Rocher, catedrática de Historia Antigua en la Universidad de Zaragoza.
La obra de esta historiadora especializada en el mundo clásico griego ofrece un esclarecedor viaje por el embrión de ese sistema de gobierno que domina nuestro presente. Un test de dos siglos que alumbró cambios institucionales fundamentales como la libertad de los ciudadanos, el respeto a la ley o la igualdad política; y también escenarios peligrosos como la respuesta de la tiranía o la aparición de la demagogia. Un libro, en definitiva, que explica de forma inteligente y didáctica el origen de la democracia en un momento en que sus cimientos amenazan con tambalearse.
La democracia en Atenas, resume la catedrática Sancho Rocher, no fue un plan elaborado para lograr un objetivo definido ni el resultado de un modelo preexistente al que imitar. Más bien, la libertad, solo aplicable a los ciudadanos varones nativos —la esclavitud no quedó prohibida, algo que hoy en día suena a oxímoron—, "nació del combate contra el despotismo tiránico o persa, y no tanto de la idea de los derechos individuales frente a los comunitarios". Las decisiones estratégicas y militares de las guerras médicas, como la construcción de la flota por la que Temístocles argumentó en la Asamblea y donde reside el éxito de la victoria naval griega en Salamina, se revelan, por lo tanto, en uno de los principales pilares del nuevo régimen político.
Democracias modernas
Para los atenienses, constituía un orgullo ser parte de ese sistema. Así lo constata el célebre discurso fúnebre que Pericles pronunció en el año 431 a.C., uno de los más influyentes de la historia, en el que idealizó los valores democráticos y el amor por la libertad de todos los que habían dado la vida durante el primer año de la Guerra del Peloponeso:
"Tenemos un régimen de gobierno que no envidia las leyes de otras ciudades, sino que más bien somos ejemplo para otros que imitadores de los demás. Su nombre es democracia, por no depender el gobierno de pocos, sino de un número mayor; de acuerdo con nuestras leyes, cada cual está en situación de igualdad de derechos en las disensiones privadas, mientras que según el renombre que cada uno, a juicio de la estimación pública, tiene en algún respecto, es honrado en la cosa pública; y no tanto por la clase social a la que pertenece como por su mérito, ni tampoco, en caso de pobreza, si uno puede hacer cualquier beneficio a la ciudad, se le impide por la oscuridad de su fama".
Si bien Clístenes está considerado como el padre de la democracia, hay dos personajes anteriores y aparentemente contradictorios que allanaron el terreno para la implantación de la isonomía: el legislador Solón, que pretendió incluir al pueblo en la polis, abriéndole canales de participación y brindándole dignidad; y el tirano Pisístrato, bajo cuyo mandato se registró en Atenas una edad de oro. "Solón, si nos atenemos a los hechos, aparece como uno de esos políticos providenciales que miran al futuro y sacrifica las ventajas inmediatas por un bien superior: la concordia de los ciudadanos", destaca la catedrática.
El libro de Laura Sancho Rocher no es tan solo una narración histórica de cómo fue evolucionando el experimento democrático ateniense. También ofrece una visión más amplia para descubrir la ardua tarea de derribar el equivocado arquetipo democrático de una Atenas en la que se creía que gobernaba un demos tiránico al que no se oponía nada ni nadie y que provocó que las primeras 'democracias' modernas, como los revolucionarios franceses o los padres fundadores de EEUU, se decantaran por el modelo republicano romano o el orden militarista de Esparta.
"En ambos casos, la democracia pura significaba el caos, la ausencia de ley y la dictadura de la multitud, mientras que los modelos aplaudidos aportaban la disciplina y el patriotismo del que, supuestamente, habría carecido la democracia ateniense", desgrana la historiadora. Nada más lejos de la realidad: en Atenas se forjó el reparto del gobierno entre todos con la soberanía de la Asamblea, el reparto de funciones y los elevados controles sobre las mismas, así como los valores de cohesión e igualdad. Una herencia impagable.