Las claves de cómo la URSS pasó de ser un ejército desorganizado a derrotar a la Alemania nazi
El sello HRM Ediciones reedita el clásico del historiador militar Earl F. Ziemke sobre la contraofensiva soviética desde la batalla de Stalingrado a la toma de Berlín.
14 junio, 2021 01:41Noticias relacionadas
Las campañas militares en Rusia y el este de Europa han supuesto algunos de los capítulos más desastrosos de la historia bélica. El desgaste del ejército persa durante su campaña en Escitia en el año 512 a.C. o la incursión napoleónica en 1812 prueban las dificultades que el invierno ruso y la tenacidad de sus gentes imponen.
La II Guerra Mundial sufrió un cambio cualitativo a partir de 1941 que marcaría el resto de la contienda. La impronta que la Gran Guerra había tenido en la educación de las cancillerías se demostraría inútil a medida que el Tercer Reich fue ensanchando su frente este. Pero también supondría un punto de inflexión en la creación del aparato militar ruso como una superpotencia que cambiaría el rumbo del mundo durante la siguiente mitad del siglo XX.
Un ejército fragmentado
Como señala el historiador militar Earl F. Ziemke en De Stalingrado a Berlí: (HRM Ediciones), "la Unión Soviética no estaba preparada para la guerra como tampoco lo estaba Inglaterra o Estados Unidos". La participación de Moscú en la Guerra Civil española había dado dos grandes lecciones a los mandos castrenses rusos. Por un lado, la inutilidad de las grandes unidades blindadas y, por otro, el uso exclusivo de la aviación como apoyo a las unidades terrestres.
El Ejército Rojo hasta ese momento se encontraba fragmentado. Lenin había desmovilizado las fuerzas militares en un sistema de comisarios, líderes más ideológicos que castrenses bajo el sayo de la ausencia de autoridades y rangos promovida por el régimen. Con el fin de la guerra en Finlandia en 1940, Moscú decidió cambiar su estrategia militar y enfocar su participación en la contienda desde otra perspectiva.
Las dos grandes bazas en el desarrollo militar bolchevique a partir de este momento fueron la inclusión de los modernos tanques T-34, propulsados por diésel y que contaban con un mayor blindaje que sus homólogos alemanes y una mayor velocidad sobre el terreno. Al mismo tiempo, se desarrollaron los lanzacohetes Katyushas, armas fundamentales en la lucha contra los blindados del Reich. Sin embargo, los umbrales de producción se encontraban todavía muy por debajo de la demanda que la guerra requeriría.
Los Planes Quinquenales cambiaron la faz de la economía rusa pero no su planificación militar. Los sistemas de defensa de las nuevas fronteras no se habían terminado de construir y la Línea Stalin había quedado muy dañada y necesitaba urgentemente de una reforma. Erróneamente, la cúpula militar moscovita pensó que entre los primeros ataques y la movilización habría el suficiente tiempo para organizar una defensa férrea con la que plantar cara al Eje. Sin embargo, se equivocaban.
El error de Hitler
Con el fin de la campaña francesa, el ejército alemán se congratulaba de la acción rápida y eficaz de la guerra blitzkrieg. El rápido avance de los modernos carros de combate Panzer fue determinante en la sofisticación del ejército alemán. A partir del 1941 se formaría el primer ejército Panzer, a pesar del conservadurismo de algunos altos mandos que seguían viendo la contienda desde la perspectiva del conflicto de 1914, desechando la importancia que acabarían teniendo estos vehículos pesados.
Hitler se embarcó durante el verano de 1941 en la invasión de Rusia, la Operación Barbarroja. El führer había asumido el mando militar de las fuerzas nazis en colaboración con el OKW, el Alto Mando de la Wehrmacht. Los preparativos se enmarcaron en la decisión entre dos estrategias de avance, una que abogaba por lanzar una ofensiva contra Moscú y otra que priorizaba un ataque conjunto sobre Leningrado, Kiev y la capital rusa.
Hitler se mostró favorable al tridente de operaciones y consiguió reunir un ejército de más de tres millones de hombres con el apoyo de carros de combate y un pequeño cuerpo de aviación. Ahí radicó el primer error de Hitler, estableciendo un frente tan amplio que llevó al agotamiento de sus propios recursos.
El problema, sin embargo, seguía siendo la aviación. Goering, al mando del ejército del Aire, centraba sus esfuerzos en el frente inglés sobre el Canal de la Mancha. Un cambio en la estrategia alemana supondría un aumento de las suspicacias de los cuerpos de inteligencia aliada, que sabrían de los planes de Hitler. La solución: una campaña de confusos mensajes por radio mientras se movilizaba a las unidades al frente oriental.
De esta forma, se bombardeó a la inteligencia inglesa con consignas y planes de movilización que hicieron creer a los ingleses que el Reich no estaba preparando ninguna movilización en su frente oriental.
La anexión de los ejércitos finlandeses, rumanos y noruegos terminó por conformar la entente de la Operación Barbarroja, que aún debía enfrentarse al problema de la movilización en Rusia, actuando deprisa antes de que cayese el invierno. La Unión Soviética entonces contaba con más de un millón de kilómetros de carreteras de los cuales al menos un millón eran caminos de tierra. Lo mismo ocurría con los escasos 82.000 kilómetros de vías férreas, un problema que agravaba la movilidad de la Wehrmacht y los recursos en el frente.
La pinza roja
El ejército ruso quedó dividió en tres, uno al norte con el mariscal de campo Wilhem Von Leeb al mando, otro al sur con Gerd Von Rundstedt y finalmente uno en el centro con Von Boc a la cabeza. Estos ejércitos debían atacar Leningrado, Moscú y Kiev respectivamente.
El avance fue rápido y triunfal durante los primeros meses. En menos de un año los nazis habían llegado hasta las puertas de Stalingrado y amenazaban sitiando a su vez la ciudad de Leningrado. Sin embargo, la Operación Ciudadela y la consiguiente batalla de Kursk, en 1943, terminarían por sellar el futuro de la campaña rusa.
La tremenda fuerza del Ejército Rojo y el agotamiento entre las filas provocaron un desgaste cada vez mayor en los ejércitos norte y sur. Horrorizados, los nazis vieron cómo las fuerzas soviéticas, en un movimiento de pinza, se preparaba para acorralar a Von Boc y aislarlo del resto. Por primera vez en la contienda, Adolf Hitler permitió la retirada de un ejército alemán, marcando así el principio del fin para la Operación Barbarroja.
Las condiciones extremas y las dificultades sobre el terreno también se unieron a la presencia cada vez mayor de ejércitos partisanos. Grupos de campesinos que combatían con el material militar que iban dejando las columnas de ambos ejércitos, organizando operaciones de sabotaje y debilitando a las tropas nazis. Los partisanos llegaron a reunir hasta 250.000 hombres que actuaron en diversas partes del frente.
A medida que la contienda avanzaba, las suspicacias contra las dotes militares de Hitler fueron en aumento en el ejército. El führer demostraba carecer de instinto militar y se empecinaba en dirigir las operaciones. Sus acertadas decisiones en los primeros dos años de la contienda le costaron muy caros a medida que aumentaba el desgaste de sus tropas en frentes cada vez más amplios y aislados.
Comisarios y generales
Hacia el año 1942, Moscú perdió un 47% del territorio ruso a manos de los ejércitos nazis, una extensión en la que se acumulaba la mayoría de los recursos naturales de la Unión Soviética. Una pérdida a la que se le sumaban los 8 millones de militares que habían muerto en combate y el desplazamiento de grandes grupos de civiles.
El 23 de junio de 1941, Stalin creó la Stavka, el Alto Mando de la Fuerzas Armadas Soviéticas, un órgano que se encargaría durante toda la guerra de la organización militar con el mariscal Semen K. Timoshenko como cabeza de la organización. Con la llegada de este nuevo aparato militar comenzó un proceso de profesionalización militar que alcanzaría su cenit en 1942.
Con la aparición de la Stavka se desmanteló el sistema de comisariado, volviendo al sistema de graduación militar tradicional. Los comisarios dejaron de estar equiparados con los grados castrenses y se limitaron a un puesto de alentamiento moral e ideológica dentro del ejército.
A la vuelta de los mandos únicos se le sumó un sistema de gratificaciones para los mandos que subiesen en el escalafón militar que Earl F. Ziemke señala como "vital" para poder entender este cambio. Los informantes de la inteligencia nazi llegaron a la conclusión de que en 1942 Moscú había alcanzado el entendimiento pleno para la guerra moderna.
Sin embargo, hay un factor clave para poder entender la victoria rusa en el frente oriental. Hacia el final de 1942, los nazis esperaban con ansias la llegada de una nueva quinta a ambos frentes. El agotamiento de quienes entraron a filas entre los 40 y los 50 años en las primeras levas y habían combatido ya en más de una guerra era enorme. Sin embargo, no llegaron al medio millón los hombres que se incorporaron a la Wehrmacht y que provenían de la quinta de 1925. Moscú en cambio incorporó en ese mismo año a un millón y medio de soldados a su Ejército Rojo, supliendo la profesionalización militar por el relevo generacional entre sus filas.