El horror del siglo XX según los diarios de Stefan Zweig: "Empieza el mayor desastre de la historia"
Acantilado editado por primera vez en nuestro país los diarios del escritor austriaco. Más de tres décadas de impresiones que abarcan la Gran Guerra o el ascenso del nazismo.
18 julio, 2021 01:09Noticias relacionadas
Stefan Zweig vivió una de las épocas más convulsas y apasionantes de la historia de la humanidad. El fin del siglo XIX en su Austria natal había desperdigado la semilla de la modernidad: el psicoanálisis de Sigmund Freud, el atonalismo de Schoemberg o la pluma de Joseph Roth bebían de un tiempo fascinante. Una época dorada para el pensamiento que se vio truncada por la Gran Guerra y la alargada sombra que proyectó sobre el este de Europa.
Zweig mantuvo relaciones con los grandes nombres de su tiempo, dejando también una profunda huella en el mundo de la literatura. Sus lúcidas biografías de María Antonieta o Magallanes, sus Momentos estelares de la humanidad, la Novela de ajedrez o la Carta a una desconocida, así como su genial autobiografía, El mundo del ayer, dan cuenta de una inmensa producción literaria (editada por Acantilado en nuestro país) que junto con sus artículos y conferencias le convirtieron en uno de los más importantes cronistas de los albores del siglo XX.
Ahora se edita por primera vez en nuestro país sus Diarios (Acantilado). Un compendio de textos que abarcan tres décadas y guardan sus impresiones sobre la Gran Guerra, el ascenso del totalitarismo en Alemania, su viaje a Brasil o el comienzo de la II Guerra Mundial. Una prosa ágil y en la que se nos presenta un Zweig vital, que llena sus páginas de opiniones que nos hacen sentir como confidentes al leerlas. Afortunados de poder mirar a la historia a través de los ojos del escritor.
Zweig y Strauss
Zweig experimentó en sus propias carnes el antisemitismo en Europa. Vio con buenos ojos a principios de los años 30 el ascenso del nazismo, como una fuerza plagada de "juventud" que debía remover los pilares de la anquilosada sociedad alemana. Sin embargo, con la llegada al poder de Adolf Hitler, Zweig empezó a sentir el peligro que se cernía sobre Europa: "A la gente le falta tiempo para cambiar de chaqueta en cuanto presiente que soplan aires nuevos".
Nacido en el seno de una familia judía, colaboró a mediados de los años 30 con Richard Strauss en la elaboración del libreto de la ópera La mujer silenciosa. El compositor tuvo que defender, ante las autoridades nazis, la presencia del nombre de Zweig en el texto. Adolf Hitler se negó a asistir el 24 de junio de 1935 a su estreno en la ciudad de Dresde.
Sobre sus conversaciones con el compositor relata la fascinación de Strauss por Mozart, el breve encuentro con Wagner o los pensamientos del alemán, desterrado de Bayreuth y la esfera musical nacionalsocialista: "Se siente bastante solo, como el último de una gran estirpe clásica".
En 1936, los libros del austriaco fueron prohibidos en Alemania. Entendiendo el peligro que corría decidió mudarse a Londres durante una temporada. Para cuando el infame Anschluss se llevó a cabo y Austria se anexionó a Alemania, Zweig escapó a Francia y más tarde a Inglaterra, encontrando refugio en la ciudad inglesa de Bath.
Zweig en Vigo
El 8 de agosto de 1936, el escritor se embarcó en el Alcántara desde Plymouth para asistir a una gira de conferencias por Sudamérica. A los dos días, el navío atracó en la Ría de Vigo y a los pasajeros se les permitó bajar "bajo su propio riesgo". Zweig pasó solo dos horas en el puerto, pero las descripciones se suceden con entusiasmo, escribe: "Dos horas en España valen más que un año en Inglaterra".
Describe la disciplina militar alemana de los soldados que desfilan, los niños de 13 años con revólveres al costado que se dejan hacer fotos por los turistas y las tropas extranjeras. Ve a Goya en las ancianas "de pelo enmarañado y pies negros" y a Murillo en los rostros de los niños que corren por la ciudad.
Siempre atento al estado de la cultura, describe el escaparate de una librería donde conviven el Mein Kampf con el ignominioso Judío internacional de Henry Ford o su propio María Estuardo. Describe cómo "nada se detiene" y la gente continua con una vida que "más adelante los gobiernos transforman lentamente".
Brasil
La llegada a Río de Janeiro el 21 de agosto fascina al escritor. Apunta la unión entre el olor del mar y el de la tierra que rodea a la ciudad. La montaña acoge las casas como "los dedos de una mano que se alzan para sostenerla". Zweig describe una joven nación en la que le sorprende "la falta de racismo". Ve como personas de distintas condiciones y orígenes conviven juntas, una torre de Babel que nada tiene que ver con la tan lejana Europa.
Al caer la noche, describe el mar como un "metal negro" sobre el que se reflejan las luces de la ciudad, iluminando la bahía. Pasea por Río Branco, que describe como una mezcla de Madrid, Lisboa, Nueva York y París. El espíritu tolerante del austríaco se corresponde con los viajes que hizo, mostrando en todo momento el respeto y el interés por la cultura local.
Se encuentra con grandes poetas brasileños como Cláudio de Souza y Peixoto. Comparte con ellos licor de caña de azúcar, puros y comidas. Se siente feliz, solo le preocupa "la sombra de las malditas conferencias". Se sorprende con la música local, con la dignidad de las gentes que abarrotan los clubes nocturnos. Describe la música frenética brasileña y apunta: "Solo en el Cotton Club de Nueva York he visto a gente bailar así".
Pero el sueño termina y los felices días en Brasil llegan a su fin. El 1 de septiembre de 1939, Zweig retoma su diario para anunciar la invasión de Polonia: "Hoy es el día que ha empezado el mayor desastre de la Humanidad".
Europa en Guerra
No pudo regresar a Austria, con todas sus propiedades embargadas y su gran biblioteca perdida. La situación del escritor se tornaba cada vez más oscura. Señala en los primeros días de septiembre el sentimiento que recorre la espina dorsal inglesa: "Qué diferencia con aquellos días en Austria en que la gente, ebria de cerveza y entusiasmo, celebraba la guerra en las calles".
Recuerda a los jóvenes prusianos que se alistaban voluntariamente por miedo a no llegar a conocer la guerra, como "inconscientes víctimas de los templos de la Antigüedad", partiendo hacia el frente cargados de flores que las mujeres les entregaban en cada pueblo.
Zweig, como ciudadano austriaco, debe dar parte ante las autoridades de su paradero. Los días en Bath se suceden entre las noticias de la guerra que aparecen en los tabloides y la mudanza a su nuevo hogar. Espera con impaciencia sus muebles, entre los que se encuentra el escritorio de Beethoven, comprado años antes.
Describe la situación en las calles como calma, y añade: "En la ciudad no hay el menor indicio de cambio, todo sigue exactamente igual. Solo de noche se propaga el miedo, pues todo queda a oscuras y uno se siente encarcelado".
Zweig desespera en su ostracismo. Privado de la palabra, sin conocer lo suficientemente bien el inglés y sin poder expresarse en los medios de su país natal por la censura nazi, se sume en la desesperanza cada vez más: "A partir de hoy empieza otra vida para mí: ya no soy libre e independiente". Predice los horrores que la guerra traerá con las nuevas armas químicas y sentencia: "De esos asesinos puedo esperarme cualquier cosa".
Cicerón
Anota el delicado estado de salud de su amigo Sigmund Freud. El cáncer de paladar consumiría finalmente el 23 de septiembre de 1939 al padre del psicoanálisis. Mientras la guerra marcha, intenta concentrarse en la biografía de Cicerón. Zweig se siente abatido, no sabe siquiera quién le publicará el texto y se lamenta: "Aún siendo uno de los autores más conocidos".
A medida que se instala el invierno, escasean las entradas en el diario. El escritor anota que se siente "asqueado" por el curso de la guerra y "sin ganas de escribir". La gran biblioteca de su casa languidece, en esos días su única visita es la de Louis Gillet quien le cuenta "muchas cosas de París" aunque "ninguna información relevante"; y añade: "El resto del tiempo lo paso esperando, siempre esperando, y a menudo esperando".
El 17 de diciembre describe el acercamiento de los bombarderos del Eje a la ciudad de Edimburgo. El autor ve así truncadas sus esperanzas de la que guerra no comience jamás, y desesperado anota: "La capacidad de destrucción ha progresado tanto que basta un año para sumir al mundo entero en la miseria absoluta".
Los últimos días
En la primavera de 1940, Zweig retoma el diario con una prosa mucho más enérgica. Su entrada del 22 de mayo recoge los cambios vividos en la política inglesa: la elección de Churchill como primer ministro y los primeros avances del Eje en el oeste sobre Bélgica, Francia y Holanda. Zweig se muestra aún más clarividente, anota la ausencia de comensales en los restaurantes o las fluctuaciones de la bolsa y añade: "A la gente se le ha caído la venda de los ojos".
Describe el cambio en la opinión pública inglesa, cómo los diarios ya no tienen miedo a ser catastrofistas. Pero se desmarca al señalar: "Dudo que sean tan conscientes como nosotros, que aprendimos a leer la prensa en 1914".
En estos días de preludio al caos, el autor señala tener ya preparados "los frasquitos", en referencia al preparado químico que tomar en caso de que los nazis consigan arrinconarle. La caída de París y el consiguiente terror generalizado le hacen viajar de nuevo a Sudamérica, asentándose en la llamada 'ciudad imperial de Brasil': Petrópolis.
Viaja junto con su mujer, Lotte Altman, con quien se suicidaría el 22 de febrero de 1942. Ya en su nuevo hogar, de vuelta en el país que le había fascinado durante sus conferencias de 1939, la pareja tomó la determinación de despedirse de un mundo que no sentían ya suyo. Los cadáveres fueron descubiertos por sus criados, junto con los testamentos de ambos y sendos vasos de veneno, ya vacíos, sobre la mesilla de noche.