Por qué Barcelona ha sido una ciudad tan sangrienta en los últimos dos siglos
La ciudad violenta (Península) de Jordi Corominas sigue el rastro de la criminalidad en Barcelona desde el siglo XIX. Un trabajo periodístico exhaustivo y que pretende huir del amarillismo y la "versión oficial".
26 septiembre, 2021 02:21Noticias relacionadas
El amarillismo infectó a la opinión pública casi al mismo tiempo que la prensa escrita hizo acto de presencia. El poder político maquinó el resto con el mantra goebbeliano de la repetición, la mentira y la confusión como sus principales armas. Barcelona sufrió un proceso de industrialización a mediados del siglo XIX que fue el detonante de toda clase de movimientos sociales y respuestas sangrientas.
150 años después es posible tomar el pulso a cada década de la historia de la ciudad a través de los crímenes que la prensa cubrió, recreó o inventó; siempre con motivaciones más o menos políticas. Un rastro que puede ser trazado hasta nuestros días, y en el que la violencia —junto con sus consecuencias—, termina por reconstruir el pasado de la ciudad.
Jordi Corominas nació en Barcelona en 1979. El tiempo suficiente para ser testigo del advenimiento de la era "de Messi y Gaudí" que se manifiesta en cada rincón de la capital catalana. Ahora firma La ciudad violenta (Península), un ágil trabajo de investigación a golpe de hemeroteca, que parte desde el pistolerismo de principios de siglo hasta la Urquinaona de 2019. Una suerte de geografía de la violencia que discurre de forma paralela con su historia reciente.
La Barcelona de la 'bullanga'
El 25 de julio de 1835 se da la primera bullanga, los fenómenos de violencia esporádica y profundamente anticlerical que se extenderían durante toda la década siguiente. La quema de 'manos muertas' de la Iglesia y la implicación de la ciudadanía, guardaba el velado interés de una burguesía incipiente por obtener parcelas en terreno codiciados a través de su destrucción.
A finales del siglo XIX, en 1897, la ciudad anexionaba los pueblos que se extendían en sus márgenes, duplicando el número de habitantes en una sola noche hasta el medio millón. Corominas señala la importancia de un hecho que dividió aún más la ciudad entre el "centro burgués y el extrarradio obrero". El periodista señala la impresión que Madrid causó en Josep Pla, quien decía que "estaba lleno de señoras, aunque la mayoría eran de pueblo"; frente a la cultura señorial y cosmopolita que ya desarrollaba la ciudad condal.
El autor hace referencia a la industrialización de Cataluña como un hecho principal para entender estos levantamientos violentos. "Mientras que Madrid y País Vasco eran socialistas, a Barcelona llegaron los delegados anarquistas que lo implantaron en todas las fábricas, la sindicación era enorme".
El anarquismo vertebró las luchas políticas de los obreros de la Barcelona fabril. Estos años estuvieron marcados por "la violencia sin organización" del atentado en el Liceo a la Semana Trágica. Un episodio este último que su autor subraya como un advenimiento del golpe de Estado de 1936. "El pueblo fue carne de cañón y ya había dos Españas muy distintas: una de reformas laborales que deseaba vivir mejor; y otra de militares, Iglesia y terratenientes que defendía lo suyo". Una realidad política que se manifestaría de la forma más cruenta en la década de los 30.
La vampira del Raval
De estas divisiones sociales surgió también el amarillismo más feroz. Por un lado, centrado en hacer negocio de la inestabilidad social y por otro como mecanismo de represión y poder. Enriqueta Martí fue acusada en 1912 del secuestro de dos niños, un suceso que la prensa cubrió durante todo un año y que no paró de generar historias e invenciones macabras.
"La burguesía se había tomado muy mal que se quemasen iglesias y se desafiase a su poder", explica Corominas. "Con Enriqueta mataron dos pájaros de un tiro: los periódicos defendieron a la burguesía y criminalizaron al mismo tiempo a toda una clase social". Martí, de origen muy humilde, tuvo que enfrentarse las acusaciones de tráfico de menores, de órganos o venta de remedios a base de restos humanos. "Lo único que le faltaba a Barcelona para ser una gran ciudad era un asesino en serie, así que se lo inventaron".
Su particular Jack el Destripador fue una mujer de mediana edad que sirvió como cabeza de turco de las revueltas cada vez más frecuentes por parte del obrerismo: "Cuando se descubrió que no había matado a nadie y era inocente, los diarios presentaron una protesta contra la sentencia". Corominas señala este momento como el nacimiento de una prensa amarilla que habría de correr en paralelo con la violencia de la ciudad, alimentando fuegos fatuos o desviando la atención del pueblo.
La ciudad violenta
De las bullangas y atentados anarquistas, La ciudad violenta nos lleva hasta la última década. El turismo, las leyes de civismo y el procés se convierten en protagonistas con el telón de fondo de la crisis económica y social en Barcelona. Corominas blande la 'violencia mental' de aquellos a los que "se les prometió cruzar la meta, cuando la propaganda les dijo que estaban a las puertas". Una violencia alimentada por los medios de comunicación y de la que se lamenta su autor: "En Cataluña los medios de comunicación han creado un ruido infame que no permitía a la gente desconectar del procés".
De octubre a noviembre de 2019, se extendieron por Cataluña las protestas contra la sentencia del juicio a los líderes del proceso independentista. Los seis días de altercados alimentaron los fuegos de la indignación en el centro de la ciudad. El resultado final fue de más de 580 heridos y el retumbar de viejos fantasmas. "La prensa tuvo el gatillo muy fácil a la hora de relacionar Urquinaona con la Semana Trágica pero no tienen nada que ver".
Corominas apunta a las grandes diferencias que separan las revueltas violentas de los siglos pasados con las actuales: "Somos muchísimo más pasivos que nuestros abuelos y bisabuelos, tenían más ideología y se la jugaban por el pan. En Urquinaona estaban mucho más desorganizados, no había tampoco una motivación política clara".
El autor hace referencia a las "resacas de la historia", las jaquecas que los grandes procesos históricos acaban provocando y de los que la población sale aletargada. Un proceso en el que parece sumirse ahora Barcelona, entre el final de la pandemia y el desmantelamiento de la línea dura del independentismo. "Ahora parecen haberse relajado los ánimos. Hoy concretamente con lo de Puigdemont da la sensación de que hace dos años se habría 'liado' en la calle 'la de Dios'", resume.
En los últimos capítulos del libro, el periodista llega hasta 2019 y los sucesos de Urquinaona, sin equidistancias con el pasado; pero con la vista sobre lo que la historiografía de la violencia puede decirnos del futuro de la ciudad. "La resaca histórica en Cataluña va a tratarla mal, ha sido muy violento. No ha habido una ruptura de España —como decían algunos partidos—, pero sí que han quedado heridas".