Julio Verne apenas fue un escritor futurista. La inmensa mayoría de sus obras transcurrían en la más absoluta contemporaneidad. Y sin embargo, muchas de las cosas que escribió se hicieron, a su manera, realidad. La exposición Julio Verne. Los límites de la imaginación, en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid, hace un repaso a la enorme influencia que sus escritos y sus ficciones tuvieron en muchos de sus contemporáneos y, sobre todo, incide en la enorme popularidad que alcanzó, con especial atención a España, donde sus libros se publicaron desde fecha muy temprana y con una total regularidad.
Sin embargo, esa relación con España fue incluso más allá. Como por ejemplo, cuando escribió sobre Vigo sin haber puesto nunca el pie allí... para acabar visitándola en dos ocasiones, ninguna de ellas de manera planeada.
El capitán Nemo, ácrata submarino, sufragaba sus viajes y los movimientos de liberación de las minorías nacionales oprimidas con los robos.
Y eso que la ciudad gallega había dado nombre a uno de los capítulos cruciales de la obra cumbre del escritor francés, Veinte mil leguas de viaje submarino (1869). Concretamente, el VIII de la segunda parte, titulado La bahía de Vigo, donde se nos revela al fin cuál es la vía de financiación con la que el capitán Nemo, ácrata submarino al mando del maravilloso Nautilus, sufraga sus viajes y a los movimientos de liberación de las minorías nacionales oprimidas: los tesoros sumergidos de los galeones españoles que, en 1702, fueron hundidos en la batalla de Rande en plena ría, para evitar que cayeran en manos de los ingleses y los holandeses.
La batalla de Rande
En palabras del propio Verne, Nemo "era el heredero directo y único de todos esos tesoros arrancados a los aztecas, a los vencidos de Hernán Cortés". O sea, el legítimo continuador de la lucha de los pueblos oprimidos.
Cuando Verne escribió esto, la batalla de Rande había vuelto a primera línea por un doble motivo. Por un lado, por el escándalo que se había producido cuando, tras conceder el Gobierno español (que pensaba, ingenuamente, que las riquezas sumergidas servirían para paliar su extremo déficit) la exclusiva para el rescate del tesoro a un pillo inglés llamado David Langland, éste la traspasó a un inversor francés por una enorme suma de dinero, sin que le dolieran prendas, a la vez, para emitir acciones de su empresa como si aún tuviera los derechos. El escándalo alcanzó rango internacional.
Al final, fue un francés, Hipólito Magen, el que organizó la búsqueda, para la que Ernest Bazin (a quien los chavales que deambulaban por el puerto de Vigo terminarían conociendo como "el tío Bazin") desarrolló un batiscafo y un tipo de iluminación eléctrica subterránea que fascinaron a Verne, y que inspiraron algunos de los pasajes del libro en el que (nunca mejor dicho) estaba inmerso.
Refugio gallego
El éxito de la novela fue descomunal, añadiendo otro jalón en la inmensa popularidad de Verne. Sin embargo, ahí habría acabado su relación con Vigo si no hubiese sido porque, el 1 de junio de 1878, una tormenta obligó a su yate, el Saint Michel III (pagado con los enormes beneficios de la adaptación teatral de La vuelta al mundo en ochenta días), a refugiarse en la ciudad gallega. Y, haciendo de la necesidad virtud, la visita terminó convertida en una celebración continua, en la que fue agasajado por los poderes locales en el Casino y asistió a las fiestas mayores que se estaban celebrando.
El destino le depararía a Verne una segunda visita a Vigo: el 19 de mayo de 1884, una avería en su caldera le obligó a recalar de nuevo en la ciudad
Verne iba acompañado por su hermano Paul, su sobrino Maurice (que años después le dispararía en la pierna y le dejaría cojo, en un oscuro suceso familiar), el diputado Raoul Duval y el hijo de su editor, Jules Hetzel Jr. Duval, encantado por cómo la ciudad se volcó con tan inesperado y famoso huésped, fue el que dejó constancia más detallada de los cuatro días. Las anotaciones de Verne son más escuetas, pero no dejan de tener toques curiosos: "Con el cónsul. Cargamos carbón. Cena a bordo del Flore [un buque francés que estaba también en Vigo]. Comedor de oficiales. Siete salvas de cañón por el cónsul. Noche. En la casa del cónsul. Procesión. Mujeres sobre las rodillas durante cuatro horas. De 4 horas a 8 horas. Retorno a bordo. Mujeres con colores vistosos, amarillo, rojo y verde".
Partieron el 4 de junio, sin saber que el destino aún le depararía a Verne una segunda visita a Vigo: el 19 de mayo de 1884, una avería en su caldera le obligó a recalar de nuevo en la ciudad para repararla. Volvió a darse un baño de multitudes de dos días, y esta vez anotó la sorpresa que le produjo el que las hijas del cónsul francés carecieran de dote. A veces, el maestro Verne podía ser tremendamente terrenal.
*Miguel Ángel Delgado es comisario, junto a María Santoya, de la exposición Julio Verne. Los límites de la imaginación, que se inaugura este jueves en la Fundación Telefónica, sobre el universo imaginario del autor.