“Sus brazos se cerraban alrededor de Carol y sólo tenía conciencia de Carol, de la mano de Carol que se deslizaba sobre sus costillas, del pelo de Carol rozándole sus pechos desnudos, y luego su cuerpo también pareció desvanecerse en ondas crecientes que saltaban más y más allá de lo que el pensamiento podía seguir”.
Esta descripción de un encuentro sexual entre dos mujeres se publicó hace casi 60 años. Si todavía hay ciertos sectores que se escandalizan por la promoción de un restaurante que incluye a dos personas del mismo sexo, imaginen cómo fue recibida en 1952 la novela El precio de la sal, de una joven autora desconocida llamada Claire Morgan.
Todavía quedaban tres años para que se fundara en San Francisco la primera asociación lésbica y doce para la primera manifestación en favor de los derechos de los homosexuales en EEUU a la que acudieron sólo diez personas. Los años 50 fueron dominados por la represión y por las políticas del senador McCarthy, que junto al Secretario de Estado John Puerifory declararon que había una “homosexualidad clandestina” que anticipaba una “conspiración comunista”.
Quizás por ello la autora eligió el anonimato a pesar del millón de unidades de bolsillo vendidas. El precio de la sal ni siquiera fue reeditado y parecía desaparecido de las librerías hasta que en 1989 volvió con una sorpresa incluida. El nombre del libro se había cambiado por el de Carol, y su autora decidía en ese momento desvelar su verdadera identidad. Detrás de esta historia de amor se encontraba Patricia Highsmith que, por recomendación de sus editores, firmó su obra más personal con otro nombre para no ser encasillada como “escritora lesbiana”.
Entonces Highsmith acababa de arrasar con Extraños en un tren, que además se convirtió en un pelotazo de cinematográfico de la mano de Alfred Hitchcock. Los responsables del negocio tenían claro que puestos a poner etiquetas preferían la de 'reina del misterio' a la de 'reina de la literatura homosexual'.
Si escribía una novela sobre relaciones lésbicas, ¿me etiquetarían entonces como escritora de libros de lesbianismo?
Pero la autora, que también abordó el tema de manera secundaria en la saga de Ripley, decidió casi 40 años después que era hora de contar la verdad. De explicar que ella fue esa Carol que se quedó prendada de otra mujer cuando trabajó en la sección de juguetes de unos grandes almacenes. Para desquitarse escribió un prólogo en primera persona en el que se abría en canal y explicaba el proceso de creación de una obra que surgió “de mi pluma como si nada”.
Escribió un tratamiento en menos de dos horas, pero se quedó en un cajón. Sus editores querían que tras el éxito del filme de Hitchcock escribiera otro libro del mismo género para reforzar su reputación.
Condenados a un final trágico
“Si escribía una novela sobre relaciones lésbicas, ¿me etiquetarían entonces como escritora de libros de lesbianismo? Era una posibilidad, aunque también era posible que nunca más tuviera la inspiración para escribir un libro así en toda mi vida”, contaba Highsmith, que por ello decidió presentarlo bajo un seudónimo.
Su editorial habitual, Harper & Bros, rechazó el libro, así que buscó otra que se atreviera. Las críticas fueron positivas, pero el éxito llegó un año después. Las cartas de los fans de la novela llegaban sin parar a la atención de Claire Morgan. La propia Highsmith respondió en persona, sin desvelar su verdadera identidad, varias de ellas y fue allí cuando se dio cuenta de que Carol había supuesto un antes y un después en el tratamiento del amor homosexual en la literatura.
“Antes de este libro, en las novelas estadounidenses, los hombres y las mujeres homosexuales tenían que pagar por su desviación cortándose las venas, ahogándose en una piscina, abandonando su homosexualidad, o cayendo en una depresión infernal”, recordaba la autora en ese prólogo en el que confiesa que fue precisamente su “final feliz” lo que emocionó a gais y lesbianas.
Echando la vista atrás Patricia Highsmith veía a su alter ego, Therese, como “demasiado timorata”, pero no podía ser de otra forma en unas décadas en las que la homosexualidad se vivía en la clandestinidad. Una época en la que los “bares gais eran sitios secretos y recónditos y la gente que quería ir bajaba una estación antes o después para no aparecer como sospechosa de homosexualidad”.
Antes de este libro, en las novelas estadounidenses, los hombres y las mujeres homosexuales tenían que pagar por su desviación cortándose las venas
Los tiempos han cambiado, o puede que no. Este viernes llega a las pantallas la adaptación cinematográfica de Carol. Lo hace de la mano de Todd Haynes y con Cate Blanchett y Rooney Mara como la pareja de amantes. Tras su pase en Cannes la crítica acabó rendida. Todos coincidían en que era una de las mejores obras del año y que merecía un hueco importante en los próximos Oscar. Sin embargo la Academia de Hollywood ha vuelto a dar la espalda a la homosexualidad, como lo hizo cuando dio el premio a la Mejor película a Crash en vez de a Brokeback Mountain.
A ellos Patricia Highsmith les hubiera dedicado las mismas líneas con las que cierra el prólogo que escribió en 1989: “Me gusta evitar las etiquetas, pero, desgraciadamente, a los editores estadounidenses les encantan”.