El cásting que Grace Kelly tuvo que pasar para protagonizar La ventana indiscreta consistió en dejarse observar por Hitchcock -con un telescopio, desde el edificio de enfrente- mientras se desenvolvía en la intimidad con otro hombre. Ella se zafó del director en cuanto pudo; el siguió llamándola siempre Princesa Desgracia. Hitchcock era eso que decía Nietzsche de "un bosque y una noche de árboles oscuros": una vez, de pequeño, su padre lo mandó a comisaría con una carta para que le dieran una paliza en el calabozo. Tuvo toda su vida fobia a los uniformes. Su genio se edificó a base de pánicos, soledades y una educación católica y tiránica.
Para asustar a sus actrices, se levantaba la camisa y les mostraba su ombligo liso. Su vientre extraterrestre. A Melanie Griffith, la hija de Tippi Hedren (Los pájaros), le regaló por su cumpleaños una muñeca caracterizada como su madre, pero recostada en una estrecha caja de pino. "El estilo es plagiarse a uno mismo", decía, con su habano y sus mofletes caídos de perro pachón. Con la rareza aquella de su labio inferior hinchado. Sin olvidar su gusto por travestirse y salir de secundario -como señora gorda y aprisionada- en sus propias películas.
El padre de Hitchcock lo mandó a comisaría con una carta para que le dieran una paliza en el calabozo. Tuvo toda su vida fobia a los uniformes
Por eso tal vez su lento rosario de crueldades: a Peter Lorre -un actor algo bajito- le mandó un traje de niño; a Tippi le incrustó carnaza en la ropa para que la picotearan las aves; a su propia hija la subió a la rueda de un barco de vapor y la giró hasta que, suspendida en la parte más alta, sufrió un ataque de nervios.
El sótano de los mitos
Lo cuenta -y lo ilustra- María Herreros (Valencia, 1983) en Marilyn tenía once dedos en los pies y otras leyendas de Hollywood (Lunwerg), una obra gráfica sobre el sótano personal de algunos mitos del cine: sus manías, sus afectos, sus taritas. Sobre sus crispaciones hechas fábula. Historias hermosas, sonrojantes, imposibles de verificar. Herreros firmaba de pequeña sus dibujos como Mariasso, por María y Picasso. Ahora dedica el libro a sus padres -"que me pusieron más Bud Spencer y Terence Hill, Paco Martínez Soria y westerns que princesas Disney"- y a sus hermanos, con los que "veía pelis hasta que notábamos puntitos blancos en los ojos". Siempre se espera en la butaca hasta el último crédito.
La ilustradora esboza los rostros tal y como como los recuerda y los concluye con palabras, suyas y prestadas. "Crecí en un mundo de ensueño", explicó David Lynch. "Los aviones zumbando en los cielos azules, vallas blancas, verde césped, cerezos. El sueño americano, se supone. Pero entonces en los cerezos veías unas manchas y eran millones y millones de hromigas recorriendo el árbol. Así que ya ves: este precioso mundo, si lo miras un poco más de cerca, está lleno de hormigas rojas". El minúsculo Lynch pintaba obsesivamente armas, ametralladoras y explosivos.
A sus padres les traía sin cuidado: parecía entretenido, no daba mucho ruido. Hasta que un día fabricó una bomba casera y su onda expansiva reventó las ventanas de varios edificios e hirió a un profesor de natación. Lynch sigue eligiendo terapias raras de desquite: ahora monta y desmonta animalitos pequeños disecados como si fueran puzzles.
La ilustradora explica que las anécdotas seleccionadas no corresponden a sus películas favoritas, sino, efectivamente, a sus curiosidades preferidas. En cuanto a sus filias, "lo que más me gusta es ciencia ficción y western", confiesa. "Mi director es Sergio Leone, pero mi película predilecta no es suya: es Odisea en el espacio, de Kubrick".
Tim Burton no jugaba con los demás niños. Se pasaba la tarde mirando por las dos ventanas de su cuarto, hasta que sus padres se las tapiaron casi por completo -con intención de que saliera a la calle-. Le dio igual: se quedó ahí, mirando por el agujerito. Casi premonitorio. "Cuando no tienes demasiados amigos ni vida social, te quedas mirando las cosas en vez de hacerlas. Hay una extraña sensación de libertad cuando no te tratan como parte de la sociedad".
Fue Sergio Leone quien enganchó a fumar a Clint Eastwood. El director de El bueno, el feo y el malo se pasaba largas tardes con el compositor Enio Morricone -autor de las bandas sonoras de sus películas- sentados, charlando. Eran compañeros de clase siendo niño, aunque Morricone no le recordaba. Tuvieron que buscar una foto y enseñársela para que diera crédito.
Recrear a la novia asesinada
Dorothy Stratten era la pareja de Peter Bogdanovich y tenía 20 años cuando fue asesinada a manos del esposo que había abandonado para estar con el director. Ocho años después, el viudo se casó con la hermana menor de su novia muerta. Justo cuando ella cumplió los 20. Dicen que durante años ha intentado transformar quirúrgicamente su rostro para que se parezca más y más a la de Dorothy. Stanley Kubrick lo sabía: "Lo más terrorífico del universo no es que sea hostil, es que es indiferente".
Francis Ford supo que su hija Sofia Coppola sería directora cuando, con tres años, terminó una discusión diciendo: "¡Corten!"; Wes Anderson dice no estar obsesionado con los detalles; Woody Allen desayuna religiosamente una banana cortada en siete trozos en un bol de cereales y un vaso de zumo de ciruelas. El padre de Annie Halltiene miedo a los niños gordos y a morir ahogado con manteca de cacahuete.
Cary Grant, a fuerza de ocultar su homosexualidad -bajo el chantaje de la industria-, cayó en cierta esquizofrenia y alcoholismo que intentó rebatir con LSD. Una noche le detuvieron por acosar sexualmente a un marinero en Los Ángeles. "Pero rápidamente pusieron a un actor de tercera que aceptó los cargos por una suma considerable", cuenta la autora. "La cosa es ¿tienen los estudios de Hollywood tanto poder como para cambiar el nombre de un acusado? Se dice que en sus viajes a Europa había dado servicio al espionaje estadounidense y le debían un favor". María Herreros dedica también espacios a las rinoplastias, las estrellas infantiles, la cienciología, los coches y las casas de Hollywood.
20 años de flores a la tumba
Y, cómo no, a Norma Jean, dulcísima Marilyn con seis dedos en los pies. Con su 94-58-92, con su coeficiente intelectual de 168 IQ. Seis casas de acogida durante la infancia, dos agresiones sexuales, cuatro bodas, una muerte extraña tras amenazar con contar sus relaciones con los hermanos Kennedy.
Y citas falsas de por medio, como "¿Para dormir? Sólo unas gotitas de Channel número 5". Quiso escapar de la vida, del papel que se esperaba de ella. En la escena en la que rebusca diamantes en una mesilla -en Con faldas y a lo loco- fingió una y otra vez que no recordaba la frase que tenía que decir. Hasta que se la apuntaron en el interior del cajón. No quería ser esa Marilyn más.
Dicen que su marido Joe DiMaggio -jugador de béisbol estadounidense-, loco de celos, asaltó una casa junto a su buen amigo Frank Sinatra para sorprenderla con otro hombre. Pero se equivocaron de hogar: casi matan de un susto a otra señora. Joe estuvo enamorado de Norma toda su vida: le envió flores a la tumba dos veces a la semana durante veinte años. Antes de morir él mismo, suspiró aliviado: "Por fin veré a Marilyn".
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