“Un mar de azuladas formas se extendía hasta el horizonte. Brillantes formaciones extrañas a la vista, como las letras de un alfabeto desconocido, aparecían separadas por franjas de penumbra: edificaciones de múltiples segmentos en forma de estrella, torres parecidas a estalagmitas, edificios de planta circular con fachadas cóncavas e inclinadas, baluartes escalonados”. Estamos en Venus, por si no lo habían notado.
Es el primer viaje al planeta y sucedió en 2003, quizá tampoco lo sepan. El testimonio de Robert Smith, piloto de la aeronave que logró superar la distancia, escribe lo que acaba de descubrir, una ciudad. “Y todo ello emitía una luz azul que en el último plano se fundía en siluetas inmóviles y confusas con forma de gigantesca hoz que envolvían el horizonte. Blancas pasarelas que formaban una gran retícula radial surcaban el aire”.
¿No fue una máquina la que mandó a la gente a la guerra, la desquiciada y caótica máquina de ese sistema social que es el capitalismo?
El hombre colonizó un planeta en ruinas. Cuando los humanos conocimos a los venusinos ya no quedaba ni uno. No pudimos saber qué aspecto tenían, ni siquiera imaginarlo. Una guerra civil nuclear arrasó con la población, una solución final absoluta que dejó el planeta en ruinas. No sabemos cómo llenaban sus vidas, sólo supimos que querían aniquilarnos. La expedición humana encontró el plan en una sala con un mapa, grande y animado. De Venus salía “un rayo que llegaba hasta la Tierra e inunda de fuerte luz el mar de nubes”. El rayo atraviesa nuestro planeta hasta tacharlo.
La visita a aquella civilización de perfectos constructores y edificadores que alimentaba grandes planes de destrucción y de dominación sucedió medio siglo antes del aterrizaje, en la cabeza del escritor que hizo viajar al futuro a la población sometida a la dictadura estalinista. Stanislaw Lem (1921-2006) lanzó en 1951 Astronautas -traducida por primera vez al castellano gracias a la editorial Impedimenta-, su primera novela publicada. Antes había escrito El hospital de la transfiguración, pero el libro no destacaba lo suficiente el papel positivo del Partido Comunista como para salir a la luz.
Dieciocho años antes de que el ser humano pisara la Luna, Lem hacía volar la imaginación de Stalin con una novela sobre las complicadas relaciones entre el progreso y la moral, la paz y la guerra y el miedo al diferente y lo desconocido. Astronauta es un libro que disgustó toda su vida a Lem, por su ingenuidad, por su falta de colmillo, por la entrega a la utopía socialista, por el didactismo con el que desarrolló una fantástica ficción cargada de moral.
Unos seres que se consagran a la destrucción, por muy poderosos que sean, llevan en sí su propia destrucción
“El ser humano lleva el orden a los confines del Universo porque crea valores. Unos seres que se consagran a la destrucción, por muy poderosos que sean, llevan en sí su propia destrucción”, dice el profesor Chandrasécar, uno de los héroes del viaje. Aniquilaron su planeta, pero ¿eso significa que haya que condenar a sus habitantes? ¿Hicieron algo para merecer la muerte las millones de personas que perecieron en guerras en la Tierra?
Una máquina del diablo
Preguntas retóricas, claro. Los muertos en la guerra son víctimas. ¿De quién? Del enemigo que trasciende planetas y galaxias. ¿El Galactus de la Marvel? Casi: “¿No fue una máquina la que mandó a la gente a la guerra, la desquiciada y caótica máquina de ese sistema social que es el capitalismo?”. Ahí está. En la construcción de la novela, Lem hace del comunismo un amable sistema que domina el mundo y que ha logrado, entre otras cosas, desviar los mares y ríos para llevar el agua al Sahara.
Imaginó una aniquilación inspirada en Hiroshima, con soles atómicos que arrasaron con todo. “Ruinas, cenizas, desiertos, bosques de cristales coagulados, ríos de plasma fermentando en barrancos salvajes”. Eso es lo que alcanzaba a ver sus ojos, las consecuencias del capitalismo en Venus. “Terrible herencia”. “Frente a la aniquilación a la que lo abocaba la historia, el imperialismo intentó arrastrar tras él a toda la humanidad. Luchando contra él, luchábamos por algo superior a la mera existencia”. Por eso conservarán en la memoria “la tragedia de la vida que se alzó contra la vida y fue destruida”.
Lo mejor del libro es la imaginación desbordante, documentada con su hambre científica
Toda la ironía y el sarcasmo con la que el genial autor de Solaris rocía las conductas interesadas y miserables del ser humano en el arranque del libro -mientras los científicos desvelan el mensaje de la nave venusina hallada en suelo terrícola-, deriva en una claudicación a la libertad de pensamiento en el cierre. Ahí está el arrepentimiento de Lem, que escribió en seis meses una primera novela que arrasó en ventas (fue adaptada al cine) y apunta una trilogía utópica espacial: La nebulosa de Magallanes (1955) y Solaris (1961). Con el deshielo llegaría lo mejor del autor y los cosmonautas.
Lo mejor del libro es la imaginación desbordante -y documentada con su hambre científica-, para construir un viaje imposible pero real (en la Cosmocrátor), en un paisaje tan verídico que deja a Matt Damon (y a Andy Weir) en un decorado de cartón… marciano.