No es sólo una obra de culto, sino un cuento para desaprenderse. Para agudizar las intuiciones; para recuperar los talentos antiguos, la ternura. Aprendió el lector -el adulto y el niño- a pintar corderos, a ver elefantes devorando boas donde la lente pragmática entendía sombreros, a caminar por el desierto, a reconocerse en el rey, en el vanidoso, en el hombre de negocios, en el bebedor. Cada uno con su vicio, su tarita. El Principito sirvió para explorar los pozos, las rosas, las serpientes, las puestas de sol -todos elementos tácitos de la vida; filosofía en dos trazos, como un mordisco pequeño-.
Coincidiendo con el estreno en España de la última adaptación al cine de la obra y con el 70 aniversario de su primera edición por Gallimard, Cristophe Quillien publica Enciclopedia ilustrada (Lunwerg), donde repasa los entresijos de la escritura de Saint-Exupéry, las influencias de su vida en su obra, las diferentes versiones y adaptaciones y todo el márketing que ha rodeado el segundo libro más vendido del mundo -detrás de la biblia-. Aquí diez secretos que explican la arquitectura interna del niño con bufanda más conmovedor de cualquier tiempo.
1. Infancia de Saint-Exupéry.
Antoine nace en Lyon en 1900 y es el tercero de cinco hermanos. Pasa sus vacaciones en un castillo -en la región de Bugey-: está rodeado de un inmenso parque que le es perfecto para inventar aventuras. Allí arrastra a sus hermanos y siempre los lía en algún nuevo juego. Le fascina el salón, donde "los mayores" se entregan al bridge y a misteriosas conversaciones. Pasa largas horas toqueteando los títulos de la biblioteca instalada en la sala de billar. Trepa por los muebles, se deja caer por la barandilla de la escalera. Se pierde en el parque -a pie o en bicicleta-. Por las noches, duerme mal. Escribe pequeñas obras de teatro para que sus hermanos las interpreten. Ellos lo llamaban "Rey Sol".
Las lecturas que le recitaba su madre también marcaron su posterior trabajo: novelas como El farolero, de Maria Cummins, o El país de las 36.000 voluntades, igual que El hombre de la pampa (Jules Supervielle). "He hecho mal en envejecer, eso es todo. Era tan feliz durante mi infancia...", dijo una vez. En el colegio era un trasto: niño talentoso pero inconstante de educación jesuita. No hace los deberes, ama la poesía, está a por uvas. Sus compañeros lo llaman "Picalunas" por su nariz respingona. Su padre muere cuando él tiene catorce años. Le lega un motor a vapor, una bicicleta y una carabina. Aunque debe adquirir responsabilidades muy pronto, siempre se mantiene anclado a esa alegría infantil y mira el mundo desde su óptica. Sólo así puede entenderse la concepción de El Principito. "Viví mucho con personas grandes; las he visto muy de cerca. No he mejorado excesivamente mi opinión".
2. Saint-Exupéry era el aviador de El Principito.
A los diez años fabrica una máquina voladora que nunca le llevó a ningún sitio y le despellejó las rodillas. Quería ser pájaro. A los doce años, vive su bautizo de vuelo -un regalo-; y, al hacer el servicio militar, eligió el ejército del aire. Era 1921 y los aviadores eran los héroes de esos tiempos modernos.
Sin embargo, el autor es caótico, un peligro en suspensión: traspapela las gafas, pierde el control del aparato en el despegue, deja caer bombas -falsas, gracias a Dios- en sitios equivocados... Durante su primer vuelo a África entre Casablanca y Dakar, empieza el paralelismo entre la vida y la obra. Ahí el aparato se encalla en las arenas por la rotura de una biela: un anticipo del aviador de El Principito, caído en el Sahara por una avería y "más aislado que un náufrago sobre una balsa en medio del océano".
3. Y el mismo dibujante torpe.
Antoine de Saint-Exupéry era un dibujante frustrado. Dibujaba casi desde que tenía memoria, pero no le gustaba el resultado. "Mis dibujos son horribles", escribe en una carta que data de 1918. "No sé dibujar... ¡maldita sea!", lamenta al año siguiente. E incluso: "Este dibujo me ha salido así por la sola razón de que mi incompetencia me impide planear previamente qué expresión voy a obtener".
Los mayores siempre le aconsejaron que abandonara esa práctica "poco seria", pero él sigue dibujando de adulto. En el servicio militar se dedica a representar pequeñas escenas impregnadas de humor en las que se ríe de sí mismo. Las mujeres que dibuja son grandes señoras de mundo o jóvenes desnudas: siempre les dio una dimensión poética. Sus personajes masculinos tienen algo de fantástico, criaturas misteriosas de rostro desproporcionado. Hace autorretrato, animales y dibujo técnico, sin abandonar nunca la dimensión poética de su trazo.
"No sé dibujar", repetía. "Dos veces intenté dibujar un barco y un amigo me preguntó si era una patata"
Con todo, aunque al principio pensó en acudir a su amigo el pintor Bernard Lamotte -al que había conocido en Bellas Artes y que había ilustrado Piloto de guerra- para acompañar a El Principito, acabó rechazando sus propuestas. Sus ensayos le parecieron demasiado realistas y oscuros, no lo bastante "ingenuos": por eso los hizo él mismo. En el texto original, justo antes del dibujo que representa al mítico elefante tragado por la boa, Saint-Exupéry había intentado pintar un barco, pero lo abandonó. "No sé dibujar", repetía. "Dos veces intenté dibujar un barco y un amigo me preguntó si era una patata". ¿O es que el amigo era un adulto de esos que no se acuerdan de cuando eran niños?
4. Personajes y recuerdos.
Algunos personajes del cuento de El Principito tienen su origen en los recuerdos de Saint-Exupéry. El zorro es un guiño al fénec -conocido como zorro del desierto- que domesticó cuando estuvo estinando en Cabo Juby. La boa se la inspiró su estancia en Argentina; los baobabs son una reminiscencia de sus escalas en Senegal. El farolero existió "de verdad": lo conoció durante unas vacaciones en Saint-Maurice-de-Rémens. En cuanto al hombre de negocios, los estudiosos dicen que dibuja a Marcel Bouilloux-Lafont, un feroz empresario que compró la línea postal Toulouse-San Luis y dio lugar a la compañía general Aéropostale.
5. ¿El Principito existió en realidad?
Nelly de Vogüé -que fue pareja, socia y biógrafa de Saint-Exupéry- aseguró que el principito estaba inspirado en Pierre Sundreau, que entonces era un niño de doce años que vestía bufanda y leía como un cosaco. Se conocieron porque le escribió una carta al autor donde le expresaba la gran emoción que sintió con Vuelo nocturno. Saint-Exupéry le contestó y se forjó una gran amistad que marcó profundamente al niño. Se convirtió en el gran protegido del escritor. Lo llamaba le petit Pierre, "el pequeño Pierre". El crío se convertiría en político al acabar la segunda guerra mundial.
6. Obra maestra por encargo editorial.
Cuentan que, durante un almuerzo en el café Arnold de Nueva York, en 1942, Elizabeth Reynal -esposa del editor Eugene Reynal- se sintió intrigada por el "hombrecito" que Saint-Exupéry dibujaba una y otra vez en una servilleta mientras hablaban. Reynal acababa de publicarle Tierra de hombres y, dado que había editado recientemente el boom Mary Poppins y buscaba un nuevo éxito, le sugiere al escritor que presente un texto destinado a un público joven. Firman un contrato y se le paga un adelanto de tres mil dólares.
7. Leon Werth, su mejor amigo.
Saint-Exupéry lo describe en la dedicatoria de El Principito como "el mejor amigo que tengo en el mundo" y "una persona grande que puede comprenderlo todo, hasta los libros para niños". Luego puntualiza y le dedica la obra a León Werth "cuando era niño". Werth fue novelista, periodista, ensayista y crítico de arte, antimilitarista, anticolonialista, pacifista y libertario -características todas de un espíritu de independencia bastante poco común en la Francia de entreguerras-. El autor también le rinde homenaje en Carta a un rehén: al principio iba a llamarse Carta a un amigo, y después Carta a Leon Werth. El título definitivo fue elegido para preservar la seguridad de Werth, judío refugiado en el Jura para escapar de los nazis.
El homenaje de vuelta llegó en 1948 con Saint Exupéry, tal como lo conocí, de Werth a su amigo: "No tenía sólo el poder de encantar a los niños, sino de persuadir a los adultos de que eran tan auténticos como los personajes de los cuentos de hadas. Saint-Exupéry no había extirpado de sí mismo su infancia".
8. Método de escritura.
Saint-Exupéry no dejó ningún documento que ayude a entender su método de trabajo o sus fuentes de inspiración. Excepto una indicación que dejó en Carnets: "Método: releer los libros de la niñez, olvidando la parte ingenua que no tiene efecto, pero observando a lo largo de las oraciones los conceptos que tal imaginería acarrea".
9. El capitulo inédito.
El manuscrito original de El Principito, conservado en la Morgan Library and Museum, incluye un capítulo inédito, escrito a mano. Relata el encuentro entre su protagonista y un crucigramista. El señor no le hace mucho caso: le dice que está muy ocupado, porque hace tres días que trabaja sin resultados. "Busco una palabra de seis letras que empieza por g y que significa 'gargarismo'".
10. La conclusión extirpada.
En la Enciclopedia de El Principito se repasan las correcciones de Saint-Exupéry y los párrafos eliminados. Especial mención al que cierra la obra, una conclusión que decidió no conservar y decía así: "Como no formo parte del juego, nunca dije a las personas grandes que no era como ellos. También les escondí que siempre tuve cinco o seis años en el fondo de mi corazón. Y les escondí mis dibujos. Pero quiero enseñárselos a mis amigos. Estos dibujos son los recuerdos".