James Rebanks tenía trece años cuando le dijeron “perdedor” por primera vez: esa palabra ha seguido planeando sobre su cabeza el resto de su vida. Por nacer en el Distrito de los Lagos -en la Inglaterra profunda-, por desear desde pequeño dedicarse a lo que se dedicó su padre -y su abuelo, y su bisabuelo-, por amar el campo, por entender a los animales, por mamar tradición, por dividir su calendario mental en estaciones. El crío quería ser pastor y defecaba en lo académico: todos aquellos libros suponían una amenaza para la honra de su familia, para su forma de vivir. Era fácil coger unos cuantos y levantarse un buen día siendo abogado. ¡O profesor! O banquero. Mudarse a la ciudad, ser útil para la sociedad moderna, convertirse en un peón más del engranaje. Alejarse del olor a hierba. Olvidar las direcciones del viento.
Si Rebanks era un niño trasto en el colegio es porque aquel edificio le parecía “una prisión” y “una violación de los derechos humanos” -además, el chico era redicho-; y porque sus maestros no creían que los granjeros pudieran ser gente inteligente, trabajadora o admirable. El desprecio indirecto de la cátedra hacia sus padres, hacia sus abuelos -hacia la estirpe auténtica y humilde que se dejó el lomo y las manos en las praderas- le hacía saltar como un resorte. Escuchó muchas veces que era “demasiado tonto para querer salir de aquel lugar de trabajos sucios sin futuro y costumbres provincianas de mente estrecha”: “No hay nada aquí para vosotros, debéis abrir los ojos y verlo. Dejar pronto la escuela para ponerse a trabajar con las ovejas es de idiotas”, les repetían los profesores a los niños. Ellos hacían como que oían, pero estaban pensando en engancharse a los árboles. En jugar con los perros. En rodar colina abajo.
La resistencia del niño de pueblo
De lo que James Rebanks habla en La vida del pastor (Debate) es de esa resistencia de los chavales salvajes. “Los niños de pueblo… están convencidos de que ellos tienen algo que ninguno de los recién llegados podrá poseer nunca, un tipo de vida misteriosa, tan perfecta que buscar cualquier otra cosa resulta una pérdida de tiempo”, cita a Daphne Ellington. Eran esos los hombres del futuro a los que no les importaría ese éxito que se consigue a través de la educación, la ambición, el afán de aventura o la ostentación de logros profesionales. “Más tarde, llegaría a entender que las comunidades industriales modernas están obsesionadas con la importancia de ‘ir a alguna parte’ y de ‘hacer algo en la vida’. Lo que queda ahí implícito es una idea que he llegado a aborrecer: que pertenecer a la comunidad local y desarrollar un trabajo físico no tiene mucho valor”, escribe Rebanks, con tino.
Más tarde, llegaría a entender que las comunidades industriales modernas están obsesionadas con la importancia de ‘ir a alguna parte’ y de ‘hacer algo en la vida’
Aquí está el verdadero espíritu del antisistema: elegir la vida maldita, la vida que no sirve, que no se doblega ante el monstruo del capital, ante la rueda imparable de la producción. Rebanks genera un nuevo concepto de “patrimonio”, de “propiedad”: su tierra es su vida. Sus raíces son las de donde pisa. Del lugar del que no quiere salir. De hecho, es tan grave su afán identitario con el Distrito de los Lagos, que siente celos del turismo. “Hay lugares que ya no parecen nuestros”, escribe. “Es como si los convidados se hubieran apoderado de la casa de invitados”.
Mientras construía su propia filosofía, James se dio cuenta -aunque de forma primitiva- de que “si los libros pueden definir los lugares, entonces escribir libros es importante”: “Pensé que necesitábamos libros escritos por nosotros acerca de nosotros mismos”. Y eso hizo. Con su literatura lucha contra el imperialismo cultural, contra la historia de un sitio que no era contada por su gente, contra la marginación, contra el olvido. Recalca el valor de un Distrito en el que sus habitantes se autogobiernan, libres del control de las élites aristocráticas que mandan en la vida de los demás en tantos otros sitios. “Nuestra pequeña comunidad de pastores y granjeros constituye un ideal político y social cuya significación tiene gran alcance: somos una alternativa a la Inglaterra comercial, urbana y recientemente industrial”.
El abuelo líder
Rebanks está conectado con el mundo: sale y se pone con el sol. Ha derribado los mitos institucionales y culturales: sólo admira a su abuelo. “Olía a ovejas y a vacas, y tenía un único diente amarillo, pero con él podía dejar limpia una chuleta de cordero como si fuera un chacal”, describe. “Incluso siendo muy pequeño ya me daba cuenta de que él reinaba en su mundo como un patriarca bíblico. No se quitaba el sombrero ante ningún hombre. Nadie le decía qué tenía que hacer. Llevaba una vida modesta, pero era orgulloso, libre e independiente”. Claro que esas son cualidades más complicadas de ejecutar puramente cuando se está inserto en la sociedad urbana.
Incluso siendo muy pequeño ya me daba cuenta de que él reinaba en su mundo como un patriarca bíblico. No se quitaba el sombrero ante ningún hombre. Nadie le decía qué tenía que hacer
La vida de James es levantarse a las cuatro y media de la mañana, coger su moto quad y lanzarse a la colina antes de que salga el sol. Alimentar a sus perros, cuidar a sus ovejas, no malgastar nunca palabras innecesarias, sobrevivir a los inviernos con sus animales y esperar la primavera y el verano para verlos producir buenos corderos que más tarde criar en las montañas. Su labor es que el ganado se perpetúe y las granjas cuenten con excedente de corderos para la venta.
Siempre intentó ser impermeable al Iphone: “Odiaba el culto a Apple e iba a resistir. Pero cuando murió mi viejo móvil, perfectamente funcional, después de muchos años de buen servicio, me encontré con un nuevo teléfono con cámara y una aplicación de Twitter en la que podía volcar mis horas de trabajo”, explica. “Y, aunque tardé un tiempo en darme cuenta, tenía las herramientas para conectar con miles de personas en todo el mundo. Ahora podía defender lo antiguo a mi manera estrafalaria y probablemente errónea”.
Ahora, ser pastor mola: la cuenta Herdwick Shepherd tiene más de 84.200 seguidores en Twitter. Ha sido galardonado con el premio The Lakeland al mejor libro del año
James Rebanks es viral desde su universo rural: su cuenta Herdwick Shepherd tiene más de 84.200 seguidores en Twitter. Ha sido galardonado con el premio The Lakeland al mejor libro del año, ya traducido a quince idiomas y con más de 200.000 ejemplares vendidos sólo en Reino Unido. Ahora ser pastor mola. Los usuarios le leen, observan en sus fotografías la belleza de su tierra, aprenden y le respetan. Es un favorito a lo largo y ancho, pero cada día le sigue robando un momento a otras tareas para subir a la colina, sentarse con sus perros pastores y darse media hora para contemplar el mundo. Sin filtros.