Novelar la realidad tiene consecuencias. En el momento de hacer de las personas, personajes, la ficción y la verdad entran en una pelea moral a la que el autor debe entregarse con escrupulosidad, para evitar que la realidad intervenga en la novela y en el novelista en su empeño de intervenir en la realidad. “No soy de los que creen que la novela se hace con mentiras. Los enunciados de una novela no faltan a la verdad, son contrarios a los hechos del orden de lo real”, cuenta Justo Navarro a este periódico para aclarar que las novelas pertenecen a mundos imaginarios, con sus propios criterios de verdad y mentira.
La ficción es ficción, y debe ser rigurosa únicamente con sus propios requerimientos internos
Navarro jugó con Ezra Pound, en El Espía (Anagrama), y sus días como agente infiltrado. “Me inventé personajes de ficción y los mezclé”, explica a este periódico. “Pero dejé claro los dispositivos y que estaba contando un cuento”. Entre ellos, Navarro se introdujo en su propia ficción y en las hipótesis del espionaje del poeta americano. Era una historia en su cabeza.
“La ficción es una operación moral y los escritores trabajamos en la moral de las costumbres. El que inventa cuentos debe inventar cuentos que sean verdaderos y morales. Por eso la ficción no es una excusa: el autor no puede escribir una barbaridad y justificarse con la ficción. Siempre es mejor no hacer daño a alguien, aunque siempre molestaremos a alguien”, cuenta Justo Navarro. “La ficción a lo que aspira es a decir alguna verdad, aunque utilice la imaginación”.
Un título equívoco
Elvira Navarro acaba de publicar Los últimos días de Adelaida García Morales (Literatura Random House) y se ha encontrado con un portazo del ex marido de su protagonista, Víctor Erice, que acusa a la autora de haber “robado la vida” a García Morales y de inverosímil. ¿Hay verdad en la ficción? “En las ficciones, la verdad se fabrica con mentiras, y no refiere a los hechos reales en un sentido positivo, sino a lo que el libro mismo urde”, cuenta Elvira Navarro a este periódico. “No es que no existan los puentes entre la realidad y la ficción, pero esos puentes no están en el qué cuenta el libro, sino en el para qué se cuenta”.
No hay ficciones que se acerquen más a la realidad que otras
El título del libro, al incluir a la persona lleva a la confusión porque no se trata de una biografía, como explica la autora y la editorial en el libro. “El título genera un equívoco que enseguida se deshace: basta con ir a la contracubierta y leer que es un relato en clave de ficción. Si lo mantuve fue porque hay una intención de reivindicar y homenajear a Adelaida García Morales. De hecho, así es como ha venido siendo mayoritariamente leído. Haber puesto otro nombre le habría hurtado a la narración uno de sus propósitos”.
Entonces, ¿la ficción está exenta del rigor cuando se acerca a la realidad? “La ficción es ficción, y debe ser rigurosa únicamente con sus propios requerimientos internos. No hay ficciones que se acerquen más a la realidad que otras. En todo caso, lo que hay son ficciones con más apariencia de realidad que otras. Pero son igualmente inventos cuya verdad no tiene que ver con los hechos positivos”, responde la escritora.
Si no hay una voluntad de confusión, basta con advertirle al lector que se trata de una ficción
Elvira Navarro explica que “los géneros se han saltado sus propias normas y eso los desdibuja”. “En cuanto a la diferencia entre biografía y novela, quizás habría que ampliar este debate al cambio de paradigma en las relaciones entre ficción y la no ficción. Y, sea como sea, si no hay una voluntad de confusión, basta con advertirle al lector que se trata de una ficción, aunque pueda no parecerlo”, dice.
La verdad por delante
Marcos Giralt Torrente, autor de Tiempo de vida (Anagrama), asegura que para enfrentarse a la novelización de la realidad el autor debe convertirse en “un científico en la representación que está trazando”. “Una novela sin personajes reales no tiene ese afán científico, porque el autor acude a una verdad de raíz poética. Como escritor tu objetivo debe hacer coincidir la verdad poética con la verdad de los hechos, si no es una trampa. La verdad literaria está supeditada a la verdad de los hechos cuando haces no ficción; cuando uno se enfrenta a una historia real, lo poético debe estar apoyado en un conocimiento profundo de lo que se sabe”, añade.
Yo desconfío de los libros que necesitan una nota previa para avisar de que lo que se va a contar es una ficción
La ficción puede llegar a cualquier punto, siempre y cuando el punto de llegada sea iluminar la realidad. “Si es para apropiarse de una historia porque va a pegar, sólo será un ejercicio de oportunismo”, dice Giralt Torrente. “Yo desconfío de los libros que necesitan una nota previa para avisar de que lo que se va a contar es una ficción. Las ficciones no necesitan esa nota. Por eso uno debe ser muy escrupuloso con la historia real. Si utilizas una historia de alguien con nombres y apellidos debes tratar de conocer la historia por completo, no vagamente y de refilón, cogiendo sólo lo que te interesa”.
Gabriela Ybarra, como Marcos, decidió novelar la vida de su familia. Y mantener el nombre de las personas, a pesar de las limitaciones que eso implica. “Me llegué a plantear cambiar los nombres, pero no podía si lo que quería era no meter en la ficción las amenazas etarras contra mi abuelo. Si ocultaba su nombre no funcionaría. Si cambiaba el nombre, la historia y el libro habría dejado de tener sentido”.
El hecho convertido en relato supone ya una modificación de aquello que llamamos real
¿Debería haberse ceñido más a la vida de Adelaida?, preguntamos a Elvira Navarro, que mantuvo el nombre de la autora de El Sur y quiso homenajearla. “No, porque no hay grados de ficción. O haces ficción o no la haces, pero en el momento que empiezas a inventar, aunque sea un poco, entras en el terreno de lo ficticio”. Entonces, ¿ha tratado a Adelaida más como personaje que como persona? “En ningún libro puede aparecer jamás la persona de nadie. Eso es imposible, ni siquiera en las autobiografías, donde se da una visión interesada de uno mismo. El hecho convertido en relato supone ya una modificación de aquello que llamamos real”, responde.
“En Los últimos días de Adelaida García Morales se ficciona a la escritora de varias formas: modificando una anécdota con base real, en la historia que protagoniza una concejala de cultura, y desde las mujeres espectrales de sus libros en la parte protagonizada por una realizadora de cine. Y hay una tercera versión de ella en el epílogo, que incluye datos no contrastados sobre la escritora procedentes de internet, así como algunos testimonios que pueden encontrarse sobre ella también en la red. Esto último posee la función de señalar que incluso cuando se intentan apresar los relatos pretendidamente reales lo que se obtiene vuelve a ser algo difuso, ficticio”, profundiza Navarro.
Nos vemos en los Tribunales
Ybarra explica que se encontró con muchos debates morales que a día de hoy no ha resuelto. La autora de El comensal (Caballo de Troya) decidió consensuar con su familia lo escrito y modificar las partes en las que ellos no estaban de acuerdo. Cuenta que necesitó inventar partes o no tendría historia, pero “cuando inventaba trataba de ser leal al personaje, a mi abuelo”. “Pero esa lealtad no es la realidad, es una construcción. E intenté construir a los personajes desde el mayor de los respetos”.
La realidad es un material sensible y hay que asumirlo
Sin embargo, intervenir en la realidad tiene sus consecuencias y nunca será conforme a todos. Es muy complicado conciliar al protagonista con el autor, al autor con el contexto en el que aparece la novela, al protagonista con la promoción editorial, a la realidad con la ficción. “La realidad es un material sensible y hay que asumirlo”, acepta la autora.
Javier Moro publicó hace seis años El sari rojo (Seix Barral) y se enfrentó con la familia de Sonia Gandhi. “No querían que la publicara y amenazaron a todos mis editores. Pero me cuidé mucho de no inventar. No inventé nada, ficcionalicé escenas que había documentado”, cuenta a EL ESPAÑOL. “En principio, con la ficción se puede hacer de todo, pero el límite está en los Tribunales: si no difamas, nadie tiene derecho a parar la publicación. No lograron frenar la salida del libro y no pudieron llevarme ante un juez”.
La ficción es lo primero
Agustín Fernández Mallo, autor de la trilogía Nocilla Dream (Alfaguara), asegura que “la ficción siempre ha de estar sujeta a un rigor, ya sea un rigor externo histórico si el autor así lo quiere o a un rigor interno, propio del universo que cada obra particular crea”. “Cualquier elemento que aparece en una ficción, desde una persona a un cenicero, es personaje por definición. Ello no evita que pueda darse un conflicto entre el lector y el libro cuando aquel no lo ve de ese modo”, añade.
Para Fernández Mallo “toda ficción ha de ser moral y ha de ser dotada de una moralidad en tanto siempre se habla del mundo real”. “¡De la irrealidad es imposible hablar!”, cuenta el escritor gallego afincado en Palma de Mallorca. Eso no quiere decir que todo el mundo reaccione igual ante un trabajo moral. Pone el ejemplo de Sebastiao Salgado: “Para mucha gente es profundamente ética y comprometida con la vida de esos niños mineros que retrata, para mí es profundamente inmoral pues se apropia de la desgracia ajena para hacer una obra esteticista”.
El autor de Ya nadie se llamará como yo (Seix Barral) coincide con Elvira Navarro en la construcción de la ficción y sus consecuencias: “En mi opinión, todas las biografías (las autorizadas y las no autorizadas) pertenecen al género de la ficción. Esa y no otra es la diferencia entre la memoria (siempre ficción) y el archivo (una ficción pero susceptible de ser contrastada)”.