Chiquitán, chiquititantán, que tun, pan pan, que tepetepeté, pan, pan. Una y otra vez. Como un mantra ininteligible entre la danza tribal, la rumba galáctica y el delirio onírico en coches de choque -videoclip nonato de Camela-. Chimo Bayo (Valencia, 1961) ya no enseña el pezón tras la rejilla; ya no lleva en la comisura un micrófono de diadema y, definitivamente, ya no parece un enviado -medio alienígena, medio mesiánico- del néctar bakala. Las cosas tan hermosas sólo suceden una vez, y de aquellas rutas han pasado veinte años.
Ahora, el hombre que todo lo pudo en esa Valencia loca -de Exta si, exta no a Así me gusta a mí- vive para contarlo, o mejor, para escribirlo. Ya fue la cabeza visible del movimiento, ya se empapó de los ochenta tomando forma de dj, cantante y showman, ya se reinventó como productor musical y presentador de televisión. Sus trabajos se han editado y vendido en cerca de treinta países de todo el mundo.
Vamos al espacio exterior
Esa montaña rusa -que incluye vómitos- la ha canjeado en No iba a salir y me lié (Roca Editorial), un libro que es una declaración vital de intenciones, un diario sucio y excesivo, una crónica marciana que revienta de nostalgias: memorias volcadas -también- de la mano de la periodista Emma Zafón (Castellón, 1987) que se publicarán el próximo 13 de octubre. Plato fuerte desde la página cero. Bayo cita a Nietzsche: "Sólo creería en un Dios que supiera bailar".
El autor llama a la Ruta del Bakalao "hedonismo de masas" y el suspiro se le lee en papel, pero se repone diciendo que no puede pasar toda la vida intentando evocar "algo irrepetible"
No deja tomar aliento al lector y ya ha metido a Beckett: "Baila primero y piensa después, en orden natural". Vamos al espacio exterior con Chimo, como en aquella portada legendaria en la que el tipo salía desnudo y con los brazos en jarras haciendo pie en el universo. Sólo una gorra roja que rezaba "Bayo" le tapaba el miembro, colgada en perfecto equilibrio, como en un perchero de carne.
Chimo dice que la era de la Ruta del Bakalao es "una época muy difícil de entender si no se ha vivido" y que es "complicado explicar las sensaciones de cada persona que disfrutaba de, al fin y al cabo, un día inolvidable". Más de una jornada, en realidad: hasta 72 horas de una psicodelia cañí más dilatada que las bodas gitanas. El autor lo llama "hedonismo de masas" y el suspiro se le lee en papel, pero se repone diciendo que no puede pasar toda la vida intentando evocar "algo irrepetible".
Cielos. Cientos, miles de personas lamiéndose el sexo a sí mismas, con la lengua áspera de los perros que se repliegan hacia su propio vientre. Y después besándose entre sí, indiscriminadamente, llevándose a todo Cristo al asiento trasero de alguna furgoneta, cargando botellas de agua y tomando polvos y gastando pesetas y uniendo un amarillo con el siguiente.
El himno de la juventud
Da un poco de tristeza cuando Bayo escribe que había "un único himno con el que su joven existencia [la de la multitud] se sentía representada: exta sí, exta no". E intuye uno ese ambiente entre hueco y pringoso, no tan distinto al de esos chavales que echan bilis entre dos coches en Fabrik. La gente aprendió a volar rápido y a estrellarse pronto. Desarrolló también un sentimiento de pertenencia. Chimo describe a Toni, un joven hermoso y colocado que se mueve entre la gente. Es 1991. Está en El Templo. "Se sintió orgulloso, fuerte e integrado en un universo gobernado por la música electrónica. Como la suya, las mil voces de aquella sesión quedarían registradas para siempre en el hito musical de la Ruta del Bakalao".
Da un poco de tristeza cuando Bayo escribe que había "un único himno con el que su joven existencia [la de la multitud] se sentía representada: exta sí, exta no"
Toni se desliza como un pez fuera del agua por el local: corazón bombeante, oídos sordos, boca abierta. Éxtasis, torpe balanceo, repetición del mantra aborregante. Un "¿De qué vas?" en El Templo era como un "Niño, ¿tú de quién eres?" en cualquier pueblo de España, porque ir de algo era venir de alguien, proceder del químico, ser su prolongación. Era un mundo de "cantidades ingentes de droga que se consumían con total impunidad en los asientos de los coches". Verbenas en el Ford Fiesta.
El autor -que lo sabe- habla del placer que recorre la columna, del párking -un ecosistema en sí mismo-, de los amigos improvisados con los que compartir más que speed: ¡mejor cuatro tripis!, y hablar de lo de siempre; la sesión de la semana pasada en Barraka, la fiesta en Chocolate, la camarera tremenda en Puzzle.
Vuelta a las andadas
El drama sobreviene cuando Toni se despierta por la mañana y se da cuenta de que tiene cuarenta años y de que su barriga es otra: más flácida, gorda y muerta, tripa de señor acabado que viene de los años sombríos. Qué fácil llegó 2016. Da la sensación de que Chimo Bayo culpa a España de que los niños tuvieran que refugiarse en el Bakalao: habla de los internados religiosos, de las conductas que entonces eran "moralmente cuestionables" mientras el país se sumía "en su propio pozo de vergüenza". La vieja España felipista, bien cargadita de Transición. Ese era el bochorno antiguo, el del 91; pero el Toni del presente arrastra otros traumas: "la puta crisis". Se ha separado y está a dos meses de agotar la prestación del paro. Ha envejecido mal.
Chimo Bayo culpa a España de que los niños tuvieran que refugiarse en el Bakalao: habla de de las conductas que entonces eran "moralmente cuestionables" mientras el país se sumía "en su propio pozo de vergüenza"
La trama empieza a desarrollarse cuando se encuentra con su colega Paco. Todo tiene estética almodovariana: coinciden en el funeral de un amigo común y después quedan para tomar un par de copas en el prostíbulo de Paco. "Todavía bebes bicicletas, ¿verdad?". Hasta en el puticlub más modesto, dicen, the show must go on. "Live fast, die young and leave a beautiful corpse. Vaya mamarrachada. Aquella premisa era de sobra conocida por los fiesteros patrios antes de que ningún cultureta pusiera de moda el club de los 27", escribe Chimo.
Dice el autor que la Ruta del Bakalao es lo mejor, lo más puro de la historia reciente de este país. "El último suspiro de Luis Buñuel, la única patria de Espronceda. Los dos supervivientes de Manuel de Pedrolo". Toni y Paco volviendo a las andadas para recuperar el brillo de los sueños viejos. Pero no olviden que esto es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.