"Ya no tengo virtudes públicas. / No me quedan vicios privados. / Sólo en mi corazón se agravan / las lesiones...". Escribe Ángeles Mora (Córdoba, 1952), poeta de la experiencia. ¿Será que sólo se conoce lo que se vive? Los bares del mundo, el sueño, el tabaco, las arrugas, el beso. La ducha, el desayuno, Venecia, Cracovia, la Alhambra, los hombres de bien. La desgana de hacer gimnasia, los calcetines, los árboles. Algunas conversaciones. Ascensores. Quemaduras. "Yo sé que estoy aquí / para escribir mi vida (...) Sé que voy a contártela / y que será mentira".
Y no porque lo que cuente es falso, sino porque huye del diario íntimo. Parte de imágenes reales pero propone una reflexión, "para que la poesía sirva", para que "sugiera", para que "cada uno pueda entenderla como quiera": sus posibilidades son infinitas. Ha ganado el Premio Nacional de Poesía 2016, aunque escribe desde que tiene ojos. Y porque tiene ojos. Como decía Szymborska -y como cita Mora en Ficciones para una autobiografía, su último poemario-, "por alguna causa, yo estoy aquí y miro".
Dice mi amiga -digo- que a fin de todo y de cuentas / las mujeres no existen / sino / como apresuradamente sucias o amorales / -pero tan temblorosas por el frío-
Escribe, dice, para conocer sus contradicciones. Se agarra, cuenta, al "instrumento privilegiado" que es el verso para "establecer el carácter relacional de la intimidad", es decir, "la intimidad se relaciona siempre con los demás y la podemos comunicar, ¡si es que podemos!, con la poesía". Ha hablado sobre ser mujer y preferir leer el periódico antes que hacer ganchillo. Sobre aprender a amar lo que se quiere. Sobre los hombres que no barren la casa.
Sobre abrir un libro de poemas para aliviar la espera mientras se enciende el ordenador. Sobre la infancia -que, decía Matute, dura más que la vida-: rebanadas de pan con nata, cines de verano, hora de la siesta. Sobre ser feminista en conciertos. "Dice mi amiga -digo- que a fin de todo y de cuentas / las mujeres no existen / sino / como apresuradamente sucias o amorales / -pero tan temblorosas por el frío-. / (Aunque, niño, por verte / la punta del pie / si tú me dejaras / veríamos a ver...)".
Feminismo poético
Estudió Filología Hispánica en Granada, publicó su primer libro de poemas en el 82 -Pensando que el camino iba derecho-, fue profesora de Lengua y Literatura Española y ahora es presidenta de la Asociación de Mujer y Literatura Verso libre, además de miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada. De niña, se le quedaban los poemas en la cabeza como música. Después llegó Lorca. "Mi padre tenía sus obras completas, de Aguilar, que eran las que había por aquel entonces. Me leí ese libro y parecía una biblia, con aquel papel tan finito...", evoca. "Rosalía de Castro, Gustavo Adolfo Bécquer, Garcilaso de la Vega, Góngora, Quevedo: me gustaba la poesía bien construida".
Ángeles Mora es feminista militante. Y tiene montada trinchera poética. Lo demuestra cuando le dedica a Juana Castro un poema llamado Sola no estás. "Sola no estás, / el pensamiento no deja de latir, da golpes, bulle, / igual que si la tierra se moviera (...) tú eres la tierra que se mueve (...) Has de saber qué dicen esas voces / que ya no se conforman, / mujeres que callaron tanto tiempo, / razones que traen luz: / para nunca estar solas". Dice que a Juana la admiró como poeta y después la quiso como amiga. Valora su trabajo "por la poesía de la mujer, por la búsqueda del lenguaje femenino" y sostiene que ese pequeño homenaje "aboga por la lucha de las mujeres, porque la vida sea más igualitaria" y por "escuchar las voces que nos llaman a este camino".
En los ochenta, las mujeres que escribíamos nos dimos cuenta de que queríamos tener una voz de sujeto personal, y que funcionara, y que tuviera el mismo nivel y la repercusión que la de los hombres
Ella, por su parte, ha buscado una voz común, universal, para explicar su lente de mujer. No se olvida de las cosas que la conforman hembra -intelectual, emocional, social, sexual-. Se ha negado siempre a cruzarse de brazos, como las musas. "La poesía se ha considerado siempre de los hombres, y las mujeres éramos los objetos poéticos, más que los sujetos. Esto empezó a cambiar en los ochenta, cuando las mujeres que escribíamos nos dimos cuenta de que queríamos tener una voz de sujeto personal, y que funcionara, y que tuviera el mismo nivel y la repercusión que la de los hombres. Todavía no se ha conseguido del todo, pero estamos en ello", guiña.
Explica que, aunque las mujeres tienen ya las mismas oportunidades de publicar que los hombres, "el machismo empieza en la promoción": "Hay unas redes literarias en las que ellos son más fuertes, tienen más relaciones y se apoyan unos a otros. Las mujeres, tradicionalmente, hemos estado al margen, y vamos entrando poco a poco. Ya sabes que la literatura se mueve por relaciones de poder, y ellos lo ostentan aún", relata
"Quizá por eso la palabra 'poetisa' no me gusta, aunque haya poetas de ahora que la reivindican. Me da la sensación de que aparta a la mujer del término 'poeta', que es el auténtico". Recuerda que la lucha viene desde el XIX, "¡mira que era difícil que se les reconociera algo a las románticas!": "Les daba igual que las mujeres escribieran poemas, claro, las dejaban hacerlo, pero no entrar en la corriente general de la poesía".
Hay unas redes literarias en las que ellos son más fuertes, tienen más relaciones y se apoyan unos a otros. Las mujeres, tradicionalmente, hemos estado al margen, y vamos entrando poco a poco
Ella misma tuvo que reinventarse. Su primera poesía -la de Pensando que el camino iba derecho- era "más mística, más evanescente, más desligada de la realidad". Y lo justifica: "Yo tuve una educación tradicional, y me vi metida en un espacio... que no era el mío, no era mi espacio identitario, sino que era el que me había impuesto la sociedad, la ideología, las percepciones cercanas", evoca. "Me hicieron comprender que el papel de la mujer era uno y el del hombre otro. Tuve que escaparme de esa idea de sumisión, de subordinación. La poesía me ayudó a reflexionar y a salir de esa situación".
La otra sentimentalidad
Al movimiento granadino de La otra sentimentalidad -Luis García Montero, Javier Egea y Álvaro Salvador- llegó "un poco tarde", pero se adhirió al manifiesto. "Todo eso venía de las clases de la facultad del profesor Juan Carlos Rodríguez, que fue maestro mío, y luego mi compañero de vida hasta hace muy poco. Falleció hace dos semanas. El gran dolor que tengo al recibir este premio es no poder compartirlo con él, porque se ha ido. Se acaba de ir... y tengo mucha amargura dentro de la alegría".
"Manías de la ausencia y tus nostalgias", escribe en Casablanca. "Te noto tan cansado... / Quiero dormir contigo. / Busca sólo / un poco más de sueño y de tabaco. / Quiero morir contigo. / ¿Por qué no me prometes un cumpleaños más?". Todos los poemas son epifanías que regresan como boomerangs cargados de sentido. De dolorosas predicciones.
"Perteneces -lo sabes- a esa raza estafada / que el dolor acaricia en los andenes", dice en La chica más suave. Mora sabe que "la vida siempre acaba mal / siempre promete más de lo que da / y no devuelve nunca el furor". También que "dormir algunas veces cuesta mucho / lo digo por el whisky doble / y por los calcetines que preciso / y por cómo arrancaste mi foto de tu cuarto (...) Desde entonces yo trato de imitarte: / pongo cara de cínica, troceo tu corbata...".
La otra sentimentalidad venía de las clases de la facultad del profesor Juan Carlos Rodríguez, que fue maestro mío, y luego mi compañero de vida hasta hace muy poco. Falleció hace dos semanas
No le da miedo hablar de amor. Ni decir que necesita. Eso no la hace débil, sino que la reedifica. La pone en comunión. "¿Cómo va a ser que una mujer, por ser feminista, no pueda hablar de su amor?", exclama, al teléfono. "De nuestros hombres, de nuestras mujeres... que esto último no es mi caso, pero ahí está. Los poemas de amor siguen teniendo vitalidad. Yo hablo de amor. Hablo mucho en mi obra de mi particular relación amorosa.", sostiene. "Los hombres y las mujeres no tenemos que estar encontrados, sino hacer vida en común y reconocernos mutuamente".
No sabía que se fallaban los premios ayer. No le importaba. Estaba satisfecha ya con su Premio de la Crítica, que le llegó el pasado abril. Ella siempre escribe, y pisa, por aquellas compañeras a las que, como dijo Rosalía de Castro, sólo se las permitía escribir de palomas y flores. Poemas ñoños para niñas. Tules y néctares. La recita y se le ensancha la boca: "De aquellas que cantan a las palomas y a las flores / todos dicen que tienen alma de mujer; / pues yo que no las canto, Virgen de la Paloma, / ¡Ay!, ¿de qué la tendré?".