¿Tiene sentido sentenciar bajo la escala de valores actual el comportamiento de un dramaturgo decimonónico? Rotundamente no. Llevamos varios años soportando cómo la crítica feroz se ceba con el Tenorio, juzga su mensaje moral, obvia su mensaje artístico e incluso pide que se retire de las futuras carteleras. Una obra artística ha de ser juzgada de manera diacrónica, teniendo en cuenta los distintos periodos históricos a través de los cuales cruza su mensaje.
Sigamos con las preguntas: ¿Es el machismo uno de los temas principales del Tenorio de Zorrilla? Esta vez, obviamente sí. Pero, en lugar de analizar ese machismo desde la corriente moral instalada en pleno siglo XXI, lo justo es colocarlo sobre el tapiz del machismo histórico. Con estos parámetros, la sentencia es clara: Zorrilla condena al machista, por mucho que luego lo perdone.
En lugar de analizar ese machismo desde la corriente moral instalada en pleno siglo XXI, lo justo es colocarlo sobre el tapiz del machismo histórico: Zorrilla condena al machista, por mucho que luego lo perdone
Hablamos del mito transgresor por excelencia, el canalla elegante que es capaz de servirse de su extraordinario talle y de su verbo refinado para conquistar no sólo mujeres sino también conciencias. Por tanto, la mujer es cosificada en un primer momento, convertida en un mero objeto de cuyo uso jactarse en una taberna cualquiera junto al Guadalquivir. Como todo mito, su creación retrocede hasta épocas difusas, inconclusas, todavía más retrógradas que aquella que pisó Zorrilla.
Por tanto, el Don Juan que nace en algún lugar de la Edad Media; que se afama gracias al romance; que se va moldeando a través de las plumas de Tirso, Moliere o Byron; y que alcanza su punto más álgido sobre la escena que ideó Zorrilla es, en esencia, el arquetipo del hombre que coloca el acto por encima del individuo, el honor por encima de la razón y la lascivia por encima del amor. Un seductor impune, un canalla.
Pero es aquí donde Zorrilla rompe con el canon: presenta a un protagonista arrepentido, destrozado por su mala conducta. Además, se trata de la primera representación donjuanesca en la que autor y obra se ponen de acuerdo para cambiar el final de la obra. Es decir, el Don Juan de Zorrilla se arrepiente, ama, valora y, por último, se salva. Algo cambió después de la gran obra del escritor vallisoletano, y en ello tuvo mucho que ver el concepto romántico y la percepción de la injusticia social que el machismo traía consigo.
El contexto cambia
La obra es uno de los puntos de inflexión dentro de un movimiento, el romántico, que en España apenas contó con algún verso de Espronceda, algún artículo ante mortem de Larra y el verso-leyenda byroniano de Bécquer. El Romanticismo cambia por completo el estatus literario reinante, centrándose en la individualidad (de hecho, la identidad del escritor no interesa hasta entonces). El hecho de observar al hombre como entidad permite que salgan a relucir arquetipos hasta entonces repudiados: pícaros, figuras demoníacas, piratas, revolucionarios…
Digamos que el romántico, en esencia, busca la igualdad. La mujer, de pronto, no menos repudiada, se levanta en armas (cómo no recordar al romántico Delacroix con su Libertad alzada) reclamando esa igualdad. Es cierto que no se alcanza (aún hoy sigue sin hacerlo), pero la balanza cambia de tendencia. Es el momento de Gertrudis Gómez de Avellaneda, de Rosalía de Castro, de Cecilia Böhl de Faber, de las hermanas Brönte, de Jane Austen, de Emily Dickinson, de Mary Shelley… La mujer no sólo alcanza al hombre sino que, además, lo supera
Digamos que el romántico, en esencia, busca la igualdad. La mujer, de pronto, no menos repudiada, se levanta en armas (cómo no recordar al romántico Delacroix con su Libertad alzada) reclamando esa igualdad
En este contexto, José Zorrilla adapta la obra a ese cambio de tendencia. El argumento no puede alejarse del protagonismo que toma la mujer, que poco a poco van haciéndose dueñas y señoras de gran parte del argumento. Parece increíble, pero hasta el XIX es difícil incluso encontrar obras que sean protagonizadas por personajes femeninos. Sin embargo, éste es el siglo de Karénina, Emma Bovary y Ana Ozores; de la Teresa de Espronceda; de Fortunata y de Jacinta; de la Alicia de Carroll; de Berenice; de Jane Eyre. Y Zorrilla, insisto, no puede obviar este giro: su doña Inés no será, ya nunca más, la simple novicia que sucumbió al Tenorio.
El machismo redimido
¿Puede una obra protagonizada por Don Juan plantarle cara al machismo? En mi opinión, y teniendo en cuenta que este machismo es el germen de la obra, sí. En primer lugar, durante toda la obra se masca el arrepentimiento del Tenorio. No hay que olvidar que la primera parte, donde el protagonista se muestra más canalla, transcurre en tiempos de carnaval, fiesta pagana y rebelde por naturaleza, la excusa simbólica de Zorrilla.
Es en este tramo cuando el personaje se esconde bajo una máscara, como si quisiera representar una falta de naturaleza en su actitud canallesca. De hecho, la burla a Doña Ana no hubiera sido posible sin disfraz (se hace pasar por su prometido). Es, por tanto, un machismo disculpado por Zorrilla bajo el paraguas de la transgresión romántica, una especie de posesión diabólica de la que Don Juan terminará arrepintiéndose. La propia Doña Inés lo sugiere en uno de los versos:
DOÑA INÉS: Tal vez Satán puso en vos:
su vista fascinadora,
su palabra seductora,
y el amor que negó a Dios.
Sin embargo, como si Zorrilla quisiera redimir al reo, en la segunda parte de la obra Don Juan se muestra constantemente arrepentido, en busca de la tranquilidad moral perdida. No hay que olvidar que este acto se sitúa cinco años más tarde, cuando su insensata correría queda lejos y el autor se afana en demostrar que todo ha cambiado.
El metro, por ejemplo, pasa del verso popular, de las quintillas y el romance, al endecasílabo y el serventesio, mucho más canónicos y formales. El protagonista, en un viaje purificador que no comparten el resto de donjuanes (al menos no con tanta penitencia interior), se muestra enamorado, profundamente retractado. El Tenorio de Zorrilla lleva consigo una pena muy difícil de soportar que se escenifica durante el monólogo frente a la tumba de Doña Inés. La reflexión y la introspección se oponen al baile y a la prisa de la primera parte.
DON JUAN: ¡Imposible¡ ¡En un momento
borrar treinta años malditos
de crímenes y delitos!
Hay un punto clave en todo esto: es la propia Doña Inés la encargada de dictar sentencia, de ser juez además de parte en la obra. Esto quiere decir que la personalidad femenina se rebela por encima de la tarea que la historia machista le ha asignado. Sin ir más lejos, el Don Juan de Tirso, varios siglos antes, limita el papel de la mujer al de simple objeto deseo, condenando al infierno al protagonista sin que nada se sepa de la voluntad o la pretensión del personaje femenino (tan largo se lo fiaban).
El Don Juan de Zorrilla, por tanto, persigue el predominio del hombre protagonista, aviva el fuego del arrepentimiento, coloca en el imaginario del espectador la condena de una actitud reprobable y termina por colocar en manos de Doña Inés el fin de los acontecimientos. Condenar al Tenorio por machista es no conocer lo que supone el machismo a lo largo de los años, ni lo que el Romanticismo fue capaz de conseguir a través del arte y el pensamiento. Es la reivindicación romántica por excelencia, aquella por la que tantos cayeron: la libertad del individuo.
DON JUAN A DOÑA INÉS: Si es que a través de esos muros
el mundo apenada miras,
y por el mundo suspiras,
de libertad con afán.