“Necesita faltar más a la verdad, lo necesita imperiosamente porque si no, se le cae el castillo de naipes, porque toda su estrategia y todo su proyecto político se resumen en una máxima: cuanto peor, mejor para todos… cuanto peor para todos, mejor; mejor para mí -el suyo- beneficio político. (Aplausos)”. Así ha entrado a la historia del parlamentarismo la obra cumbre de los galimatías marianos, con la que el presidente del Gobierno Mariano Rajoy dejó boquiabierto al Congreso de los Diputados, incluido Pablo Iglesias a quien replicó leyendo.
Las taquígrafas de la Cámara Baja han pulido e iluminado gramaticalmente el trabalenguas ininteligible, al pasar la incoherencia a negro sobre blanco. Los signos de puntuación parecen salvar el guirigay. La intervención parece cobrar algo de cordura en las fuentes escritas. “La clave de la confusión es cuando se pone a mezclar el estilo directo con el indirecto. Leído se entiende mucho mejor que hablado”, cuenta Luis Magrinyà, filólogo y editor de Alba Editorial.
Sin embargo, no todo es coser y cantar al filtrarlo a la lengua común: “Por otro lado, este “mí” de la transcripción está mal: no debería llevar tilde, porque es un posesivo (“mi… beneficio político) y no un pronombre tónico”. Magrinyà advierte que habría quedado todo mucho más claro si el presidente hubiera dicho: “Cuanto peor para todos, mejor; mejor para mi beneficio político… es decir, para el beneficio político del señor Iglesias”.
La editorial Rialp acaba de publicar Animal del lenguaje. Hacia una visión integral de la capacidad humana del lenguaje, de Charles Taylor, donde asegura que nuestro lenguaje traspasa el límite entre mente y cuerpo. La capacidad lingüística es esencialmente compartida: fundamenta una conciencia compartida del mundo, dentro de la cual los individuos se distinguen porque se convierten en voces concretas de una conversación en curso. Pero, ¿qué pasa cuando en el intercambio una parte se hace ininteligible?
Incomunicación de ideas
“Nuestro lenguaje traspasa el límite entre mente y cuerpo”, escribe Taylor. Pero el habla es un “sistema opcional de signos que la mente puede usar para comunicar ideas, igual que usamos sistemas diferentes de escritura, o códigos para dar a conocer nuestro pensamiento a otras personas”. El problema aparece cuando, como en el caso de Mariano Rajoy, el habla impide la comunicación de ideas -en aras, paradójicamente, de la claridad- y sólo la transcripción puede convertirlo en un código común.
Para Magrinyà el gran error es que cuando trata de explicar que “mi beneficio político” es el de Iglesias (“el suyo”) es cuando, al decirlo, nos liamos todos. “Pero él se empeña en introducir el estilo indirecto en un inciso - “el suyo”- que, leído, bueno, puede uno reconstruir, pero que, dicho en voz alta, o lo dices muy bien o...”. “Leído se entiende perfectamente que todo eso de “cuanto peor para todos, mejor para mi beneficio” son palabras atribuidas a Iglesias”. Es decir, la escritura mejora a Mariano Rajoy en la Historia.
Un poeta experimental
Para Luisgé Martín, autor de El amor del revés (Anagrama), “Rajoy agota la paradoja”. “Exprime el lenguaje. No es un presidente del Gobierno, es un orador experimental, que intenta, como los vanguardistas de hace un siglo, obtener de la perplejidad su éxito”, señala con ironía el autor a este periódico.
Sobre las dos frases Cuanto peor, mejor para todos. Cuanto peor para todos, dice Martín que son dos “versos inigualables”. “Anafóricos, existenciales, rítmicos. Pero aún tienes sintaxis, y la sintaxis es enemiga de la poesía pura. Por eso es necesario rematarlos con una ruptura brutal: “Mejor para mí —el suyo— beneficio político”. Dos octasílabos rotos que logran, como nunca logró Neruda, cuestionar la esencia más profunda de la identidad humana y de la lucha social”. Para Luisgé, Mariano Rajoy es un poeta experimental disfrazado de presidente, pero en los anales pasará como el presidente que al hablar no se le entendía, pero por escrito mejoraba mucho.