El Nobel de Literatura Kazuo Ishiguro describió un presente sombrío y un futuro incierto, una época en que "la literatura es importante y lo será en especial mientras atravesamos este difícil territorio", pues la buena escritura y la buena lectura "derribarán barreras".
El escritor británico de origen japonés leyó en la Academia Sueca su discurso de aceptación del Nobel, que recibirá este domingo, por sus "novelas de gran fuerza emocional", que han descubierto "el abismo más allá de nuestro ilusorio sentimiento de conexión con el mundo", según el Comité Nobel.
"Mi velada con El siglo veinte y otros pequeños descubrimientos" es el título de un discurso en el que hizo un viaje por los momentos que marcaron un punto de inflexión en su forma de escribir, y en el que no olvidó temas que le son propios como el recuerdo del pasado o la búsqueda de la propia identidad.
Frente a un presente en que proliferan "ideologías de ultraderecha y nacionalismos tribales" y un futuro de avances tecnológicos que traerá "asombrosos beneficios", pero también puede crear "bárbaras meritocracias" y desempleo masivo, defendió el papel de la literatura y de los jóvenes escritores.
Así, lanzó su "¡llamamiento del Nobel!" en favor de incorporar muchas más voces procedentes de fuera de "la zonas de confort de las elitista culturas de primer mundo" para descubrir la culturas literarias aún desconocidas y no resultar "en exceso estrechos o conservadores" en la definición de lo que es buena literatura.
Y es que, la próxima generación llegará "con todo tipo de nuevos y en ocasiones desconcertantes modos de contar historias importantes y maravillosas", vaticino.
"Un sesentón que se frota los ojos e intenta discernir los contornos entre la bruma de este mundo (actual) que hasta ayer ni siquiera sospechaba que existiese", así se define el escritor, quien se dice dispuesto a seguir adelante para escrutar "este escenario desconocido" pero recurriendo a los escritores más jóvenes como inspiración y guía.
Puntos de inflexión
Ishuguro, que fue recibido y despedido con aplausos cerrados en un sala llena, hizo un alegato en favor de "escuchar" en unos tiempos de "divisiones peligrosamente crecientes" y consideró que hay que encontrar "una nueva idea, una gran visión humanista alrededor de la que congregarnos".
Los puntos de inflexión en la carrera de un escritor suelen producirse en situaciones cotidianas, "pero son reveladores destellos silenciosos e íntimos", aseguró.
Un relato que arranca en 1979, con 24 años, cuando empieza en la localidad británica de Buxton un curso de posgrado de Escritura creativa, donde "el silencio y la soledad inusuales" le ayudarían a convertirse en escritor.
Fue en ese periodo cuando se sorprendió escribiendo sobre su ciudad natal Nagasaki, de la que partió a los cinco años, y su primera novela Pálida luz de las colinas la ambientó allí.
Una forma de preservar un Japón que existía en su cabeza, "que quizás no fuera otra cosa que una construcción emocional orquestada por un niño mezclando recuerdos, imaginación y especulación".
El recuerdo y el olvido
El segundo momento clave llegó en 1983, cuando leyó En busca del tiempo perdido de Marcel Proust (1871-1922), donde descubrió "una manera más interesante y libre" de escribir su siguiente novela de un "modo similar a como un pintor abstracto distribuye formas y colores en un lienzo".
El autor de Los restos del día recordó 1999, cuando visitó el campo de concentración de Auschwitz, para tratar otro de sus temas recurrentes, el recuerdo y el olvido, tanto individual cómo en un país.
¿Qué debemos recordar? ¿Cuándo es mejor olvidar y seguir adelante? ¿Qué son exactamente los recuerdos de un país, donde se guardan, como se comparten y controlan?, se preguntó el nobel.
Es ya a comienzos de este siglo y durante una tarde en casa viendo la película El siglo veinte (La comedia de la vida en España) cuando Ishiguro toma conciencia de la importancia de las relaciones humanas antes que de los personajes. Y es que las buenas historias "deben incorporar relaciones que nos importen, nos conmuevan, nos diviertan, nos irriten, nos sorprendan".
Otro hilo conductor de la lectura fue la música. Desde su empeño en convertirse en una "estrella de rock cuando cumpliese los veinte" hasta sus referencias a cantantes como Bob Dylan, Nina Simone o Bruce Springteen de cuyas voces ha aprendido "lecciones cruciales", no tanto por sus letras sino por el modo en que cantan.
Una voz humana que canta es "capaz de expresar una mezcla inconmensurablemente compleja de sentimientos" y al captar algo en sus voces, Ishiguro se ha dicho a sí mismo: "Oh, sí. Esto es lo que necesito atrapar en esa escena".