Sergio Ramírez hace del Quijote un Cervantes caribeño
El galardonado traza en su discurso del galardón más importante de las letras en castellano un vínculo entre Rubén Darío y el autor del Quijote.
23 abril, 2018 12:52“Me declaró poeta”. Y rescató las palabras de Caballero Bonald, Premio Cervantes en 2012: “Esa emoción verbal, esas palabras que van más allá de sus propios límite expresivos y abren o entonan los pasadizos que conducen a la iluminación”. Antes de hablar del Quijote y de Cervantes, Sergio Ramírez halagó a Rubén Darío, “quien creó una nueva identidad”. “Rubén trajo novedades literaruas a la lengua que recibió en herencia de Cervantes, sacudiéndola del marasmo. Lo podemos llamar “el libertador”.
Arrancó su discurso dedicándole sus primeras palabras a los asesinados en su país estos días. Nicaragua vive un momento dramático y deseó que se restaurase la República.
La mañana fue el homenaje del homenajeado: Darío o “Rubén”. Él lo revolvió todo y sacó de ello una “rara quintaesencia”, tres siglos después de Cervantes. “Devolvió a la península una lengua que entonces resultó extraña porque venía nutrida de desafíos y atrevimientos, una lengua que era mezcla de voces revueltas a la lumbre del Caribe, de donde yo también vengo”. Por eso dice que se figura a Cervantes “un autor caribeño”.
Lo mágico
“Capaz de descoyuntar lo real y encontrar las claves de lo maravilloso, cuando nos habla en “El coloquio de los perros” de la Camacha de Montilla, que “congelaba las nubes cuando quería”. “La virtud de Rubén está en revolverlo todo, poner sátiros y bacantes al lado de santos ultrajados y vírgenes piadosas, hallar gusto en los colores contrastados, ser dueño de un oído mágico para la música y otro no menos mágico para el ritmo, sonsacar vocablos sonoros de otros idiomas, dar al oropel la apariencia del oro y a los decorados sustancia real, conceder a los aires populares majestad musical, hallar y ofrecer deleite en el acaparamiento goloso de lo exótico”
"Narrar es un don que no brota sino de la necesidad de contar, esa necesidad apremiante sin la cual, quien se entrega a este oficio incomparable, no puede vivir en paz consigo mismo. Desde el fondo de esa necesidad un novelista debe iluminar en su prosa todo aquello que yace en las profundas cavernas del sentido, acercar la antorcha a los rostros de los personajes ocultos en la oscuridad, revelar los entresijos cambiantes de la condición humana", explica Ramírez.
El compromiso
Ramírez reconoce que es Cervantino y dariano, que ata su escritura con un nudo que nadie puede cortar ni desatar. "Un nudo de palabras en mi oído desde la infancia, amamantado en una lengua híbrida que traía los viejos sones del siglo de oro representados en la arcaica Arcaida verbal campesina", señala, en uno de los mejores discursos que se recuerdan en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares.
Además reclamó un arte de la novela apegado a la realidad, a los problemas, a la desesperación de la actualidad. "Escribo entre cuatro paredes, pero con las ventanas abiertas, porque como novelista no puedo ignorar la anormalidad constante de las ocurrencias de la realidad en que vivo, tan desconcertantes y tornadizas, y no pocas veces trágicas, pero siempre seductoras". No habla de felicidad, habla de una tarea titánica contra la realidad que tanto nos abruma.
La libertad
Ramírez aclaró que un escritor fiel a un pensamiento único, no puede participar de esa aventura diversa, contradictoria, cambiante. "Una novela es una conspiración permanente contra las verdades absolutas", sentencia en una de las mejores ideas lanzadas desde el atril del Paraninfo. Porque, cree, que el novelista no puede cerrar los ojos, apagar la luz, bajar la cortina, porque eso sería "traicionar el oficio".
En este punto quiso retar a los historiadores: "Y lo que calla o mal escribe la historia, lo dirá la imaginación, dueña y señora de la libertad, por la que se puede y debe aventurar la vida, pues no hay nada que pueda y deba ser más libre que la escritura, en mengua de sí misma cuando paga tributos al poder".
La lengua
El escritor ha dejado claro que su lengua se empapa de Darío y Cervantes, de Latinoamérica y Castilla, y que el resultado es una lengua particular, propia. "Vivo en mi lengua, en el ancho territorio de La Mancha, según la dichosa frase de Carlos Fuentes, un territorio verbal y a la vez una mancha indeleble. La Mancha que no se deslíe ni se borra". La define como una lengua que mancha su escritura, que la hace viva, que la contamina de belleza y de verdades, de ilusión y de realidad. Y es por esto que recordó la deuda con los autores del boom (García Márquez, Carlos Fuentes, Cortázar y Mario Vargas Llosa).
Es la suya una "lengua híbrida", en la que se dan cita el náhuatl, la lengua mangue y la lengua Ñamborine. Y sin la pesadez de la retórica académica, donde el humor y la melancolía son "almas gemelas". Cervantes pierde la pesadez corpórea de lo cómico, vive de la ligereza, y en la ligereza. "Quijote nos hace reír porque su seriedad a la vez nos divierte y nos conmueve. No cree en el ridículo, porque para él el ridículo no existe".
El ministro feliz
“He aquí el verdadero rostro de la cultura en español, transfronteriza y global, de la cultura compartida de Iberoamérica”. El ministro de Educación, Cultura y Deporte dedicó su discurso (impudorosamente autobiográfico) a lo que él mismo llamó “los anunciadores de la felicidad”. Ha sido fiel a su política cultural: neutralizar las necesidades de la industria con un discurso mágico de los logros culturales en la sociedad. En su necesidad de protagonismo, el discurso se alargó más que el del propio galardonado.
El discurso de las promesas del ministro que canta al Novio de la muerte, señala desde su primer día al frente de la cartera, que no ha llegado aquí para hablar de los recortes económicos en la partida con menos inversiones en los Presupuestos Generales del Estado, sino para loar la felicidad que provoca la cultura. En definitiva, el Premio Cervantes honra “ a todos los anunciadores de la felicidad”. No a todos aquellos creadores que falten a la felicidad.
También definió la lengua española como una “lengua multinacional”. No internacional, no planetaria, no universal, “multinacional”. Porque la vocación de privilegio de la lengua castellana como la mayor empresa nacional se debe a los “más de 500 millones de hispanohablantes en el mundo”, “la segunda lengua materna del planeta por número de hablantes”, “la segunda en redes sociales”, “la tercera lengua más utilizada en internet” y “más de 21 millones de personas de alumnos lo estudian como idioma extranjero”.
El ministro avanzó sus palabras cual visionario y pidió que “entre todos” posicionemos al español “como lengua teconológica”. Y allá se lanzó sin miedo a un futuro muy lejos de la utopía: “Que las máquinas aprendan a hablar español, se programen ya en nuestra lengua”. Así es como el ministro sueña el “camino de la prosperidad inédito”. Y lo dijo precisamente ante Sergio Ramírez, quien escribió en Adiós Muchachos contra el mal que destruye a las revoluciones, “el síndrome de transformación instantánea”.
El ministro quiere una transformación sin inversiones económicas, ni la voluntad política para apostar por la investigación. “Es ahora, en definitiva, cuando podemos y debemos conseguir que el nuevo universo digital se escriba, se programe y se desarrolle en español”, remató Íñigo Méndez de Vigo, superando incluso a los futuros ficcionados por Stanislaw Lem. El ministro no se apea de los mundos de Yupi.