Daniel Gascón: "Sumando grupos independentistas al final inventaremos los partidos nacionales"
Daniel Gascón presenta la segunda parte de su 'Quijote posmoderno', con La muerte del Hipster (Penguin Random House).
29 septiembre, 2021 03:26Noticias relacionadas
Daniel Gascón es periodista, escritor y editor de la edición de Letras Libres en España. Un todoterreno con un ojo puesto en la política y otro en la literatura. De la conjunción de ambas surgió Enrique Notivol, un 'moderno' en plena era posmoderna, obstinado y carente de conciencia de sí mismo. En la segunda entrega de sus aventuras, La muerte del hipster (Penguin Random House), su protagonista deberá enfrentarse a la pandemia, la independencia de varias aldeas cercanas o la autodeterminación horaria que ha sumido al pueblo en un caos temporal.
Entre el absurdo y la sátira política, Gascón ofrece un divertido retrato de la sociedad española, todo desde un lugar ignoto en el Maestrazgo aragonés donde todo es posible. El amanecismo de Cuerda se mezcla con Mark Twain en un libro cargado de ironía y autocrítica, donde el blanco es uno mismo, siempre que estemos dispuestos a ello.
¿De dónde surge esta idea de un microcosmos hipster en pleno Maestrazgo aragonés?
Escribía columnas de análisis político en Letras Libres y para divertirme se me ocurrió hacer estas visiones humorísticas de la sociedad española. Cada tema iba acompañado de una idea distinta. Con la polarización se me ocurrió hacer uno que fuese un país que en vez de estar dividido entre izquierda y derecha, lo estaba entre seguidores de Tolstoi y Dostoievski.
Una de las que se me ocurrió fue un hípster en la España vacía. Siguiendo el hilo de un yanqui en la corte del rey Arturo de Mark Twain, me gustó la idea de personajes de ciudad con una visión muy ingenua del mundo rural llegando allí. Los artículos funcionaron muy bien y a mucha gente le divirtió y eso me animó a seguir. Descubrí que podía contar muchas cosas de la política española: desde la Guerra Civil hasta la apropiación cultural, todo desde un pequeño pueblo en el que podía pasar cualquier cosa.
El primer libro acabó siendo un poco fortuito, cuando tenía varios capítulos decidí darle forma de novela. El segundo ha sido menos azaroso y más pensado. Pero me divirtió la idea de una novela por entregas. Iba a terminarlo cuando su protagonista, Enrique Notivol, llega a alcalde, pero una vez cerrada esa aventura me pasó como al personaje y me quedé en el pueblo.
¿Qué te aporta la sátira a la hora de acercarte a estos temas de actualidad?
Creo que a veces la exageración puede ser iluminadora. Evidentemente, lo haces de una forma simplificada y se borran los matices, pero esos contrastes pueden ser muy educativos. Cuando hablamos seriamente caemos en estereotipos y esta es la mejor forma de huir de ellos. También tiene algo de liberador buscar simplemente que la gente se divierta. Cuando lo consigues es muy gratificante.
Es muy divertido, pero también tiene inquina, y repartes bastantes ‘hostias’ a lo largo del libro. Tocas muchos temas de los que la izquierda evita la autocrítica. ¿Es difícil plantear este tipo de análisis?
Siempre es complicada la autocritica, tiene un elemento muy desagradable. La izquierda siempre presume de una tradición de debate que acaba derivando en grupúsculos. De una escisión trotskista surge otra, y después otra más. En un momento como el actual de polarización y trivalización es difícil mirar hacia tus propios fallos cuando tienes un 'adversario' delante constantemente. Pero siempre es un ejercicio sano que en el peor de los casos te permite reírte de ti mismo que siempre es sano.
En los últimos años ha surgido precisamente el término 'Rojipardo' con relación a una izquierda que se ha asociado a libros como Feria o La Trampa de la Diversidad.
Como una izquierda más enfocada a las reivindicaciones obreras y otra más posmoderna ¿no?
Se les ha llegado a tachar de falangistas
Hay una parte que me dice que hay muchas cosas compatibles entre esas dos sensibilidades de lo que parece. Igual que en la derecha tienes a liberales, centralistas o regionalistas, en la izquierda también tiene que haberlo. Pero es un debate que ha cobrado mucha intensidad y que a veces el propio éxito de Feria hace que no hables del libro en si, sino de lo que crees que es y las atribuciones que le das.
Hablar de un mundo obrero que apenas existe es algo estéril. Al final la izquierda tiene o que hacer mención al mundo del trabajo que existía antes, o hacerlo atendiendo a otras sensibilidades, es normal. No sé hasta qué punto es un debate que nos entretiene mucho pero que no es realmente significativo.
Por ejemplo, esa visión que se tiene nostálgica del "antes de la UE" no la termino de compartir. Existen muchas limitaciones que tiene que ver con la pérdida de poder adquisitivo de los jóvenes en la actualidad, pero aún así miro a la vida de mis padres y tengo claro que la mía es mucho mejor.
Viviste en distintos pueblos Aragón durante tu infancia.
Mi madre es médica rural. No tenía plaza fija y durante mucho tiempo estuvimos viviendo en muchos pueblos. En Teruel, el Bajo Aragón, El Maestrazgo… Crecí en ese ambiente rural y cuando fui a la universidad seguía notando ese contraste entre ambos mundos.
Haces una distinción entre la España vacía y la España vaciada en el libro, está incluso presente en el título de la primera entrega.
Fue Sergio del Molino el primero usar esa expresión de la España Vacía. Es un término que al fin y al cabo describe un lugar en el que sigue habiendo cosas, no está vaciado. Hay iniciativas, patrimonio histórico y natural, es algo que a veces se olvida. Además, con el 'vaciado' de alguna forma buscamos culpables. Como si la gente hubiese sido la que ha decidido salir de allí, cuando existen una serie de condiciones que les han empujado a ello.
Parece que se pone el foco sobre el cómo repoblar y no sobre cómo mejorar la vida de las personas que viven en ella. Las infraestructuras o las comunicaciones son vitales, por ejemplo.
Que además sería lo interesante y lo más fácil. Creo que ha habido también descuidos y olvidos, provincias con muy poca relevancia política, que para los grandes partidos eran solo escaños. La fragmentación lo cambia aún más, quizás incluso para bien, concediéndoles más atención en el tablero político. No sé si la despoblación es en sí el problema, sino lograr que las personas allí puedan tener servicios y una calidad de vida al nivel de otros lugares de España.
Los planes de repoblamiento me parecen casi del siglo XX, y además ya fracasaron entonces. Es paradójico que haya proyectos que buscan crear infraestructuras para que la gente pueda ir a trabajar desde sus pueblos hasta las grandes ciudades, eso no soluciona el problema. Ahora que se habla de formas híbridas de trabajo, la conectividad es esencial, por ejemplo.
En este momento de polarización del que hablas están surgiendo proyectos políticos que paradójicamente parecen mucho más solidos desde el regionalismo. Teruel, sin ir más lejos, ha sido el caso estrella en las últimas elecciones generales.
Creo que la articulación de un país siempre debe ser la de un entramado de solidaridad, tiene que haber reivindicaciones particulares, pero deben ir también hacia un proyecto en común. Con todos estos partidos que tienen estas reivindicaciones regionalistas o independentistas, que además pactan entre ellos, siempre pienso que igual acabamos inventando los partidos nacionales cuando se junten todos. Igual que cuando el 15M poco a poco acabó inventando la democracia representativa (ríe).