La cita es una esquina del centro de Washington. Treinta minutos antes de la hora pactada, Hailu Mergia llama desde el aeropuerto internacional Dulles. Se retrasará: acaba de dejar un cliente y llegará media hora más tarde.
Hailu Mergia, además de uno de las decenas de conductores de taxi que trabajan en el aeropuerto de la capital estadounidense, es una de las principales estrellas del jazz etíope, y cuando no conduce por el entramado de autopistas de Washington, se sube a los escenarios en Nueva York, Berlín o Londres ante audiencias que bailan encendidas el funk y afrobeat que dio fama internacional a los clubes de Addis Abbeba en las décadas de 1960 y 70. Pero no siempre fue así.
"El taxi es un buen trabajo. Me pongo mi propio horario. Nunca te arruinas. Llevo en el maletero un teclado, y cuando espero por clientes, practico", explica Mergia , de 71 años, mientras conduce.
"¿Café o cerveza?", pregunta. No le gusta Washington por la falta de lugares para aparcar. Así que se dirige hacia el puente para cruzar el río Potomac; al otro lado está Virginia. Allí conoce un par de lugares. La mayor parte de sus más de tres décadas en Estados Unidos las ha vivido en Virginia.
Walias Band
En 1981, desembarcó en Washington en el cierre de una gira mundial con la Walias Band, uno de los grupos más exitosos de Etiopía y con los que grabó en 1977 el seminal Tche Belew, que contaba con la colaboración al vibráfono de Mulatu Askakte, el Miles Davis de la música etíope. Entonces Etiopía estaba gobernada por un régimen dictatorial, y no había muchas ganas de regresar.
De los miembros que decidieron quedarse en Estados Unidos, Mergia fue el único que siguió tocando, aunque lo hacía exclusivamente para la populosa comunidad etíope en la capital estadounidense. Poco a poco, sin embargo, la fama se fue diluyendo y su música quedó reducida a su casa.
"Nunca dejé de practicar. Si dejas la música, la música te deja a ti", dice entre sonrisas.
20 años de taxista
Para subsistir, abrió un local nocturno, desempeñó diversos empleos, y finalmente, el taxi desde hace veinte años. Nunca cesó de realizar grabaciones caseras. Una de ellas, publicada en cassette en 1985 y titulada Hailu Mergia and his Classical Instrument, se convirtió en una popular colección de canciones en su Etiopía natal, donde, desde la lejanía, seguía siendo un mito.
A veces, cuando sabe que acaba de aterrizar en Washington algún vuelo procedente de Etiopía, Mergia pone en el taxi alguno de los discos con su música para ver si sorprende a los pasajeros.
"Si son jóvenes, me dicen: 'Oh, eres Hailu Mergia, en mi casa siempre sonaba su música, a mis padres les encantaba'. Si son algo mayores, son ellos mismos quienes dicen que adoran la música", dice el multiinstrumentista.
La llamada de Shimkovitz
Los años pasaron, con esporádicas actuaciones en Washington, hasta que en 2012 recibe la llamada de un joven neoyorquino, Brian Shimkovitz, fascinado por la música africana en cassette, después de haber localizado una copia en un mercado de la capital etíope.
Shimkovitz es el responsable de Awesome Tapes from Africa, un blog convertido en discográfica. Para él, la música de Mergia es "algo completamente sublime procedente de una de las bandas fundamentales de la era del Ethiojazz y soul envuelto en funk".
Concierto en Berlín
"Cuando Brian me llamó no entendía nada. ¿Qué quiere este jovencito de Nueva York de mi disco de 1985? Apenas dos años después estaba en Berlín a punto de actuar con más nervios que cuando era un niño. Acabé tan emocionado que ese día no pude dormir. Llevaba más de dos décadas sin actuar ante el público", rememora sobre su primer concierto en Alemania.
Pocos meses después, y tras un concierto en Brooklyn en 2013, The New York Times celebró el regreso de una música, amplificada por los sintetizadores y cajas de ritmos, que "era una inquietante y remota meditación sobre un tiempo y un espacio que Mergia había dejado atrás (...) con los ritmos etíopes trasplantados a una moderna tierra desconocida".
Entre cerveza y cerveza, Mergia señala que el objetivo de "su música es arropar lo sencillo de un aura interesante", y dice que sus grandes ídolos siguen siendo Jimmy Smith y las big bands estadounidenses de la década de 1930 y 1940 como la de Duke Ellington y Count Basie. "Esos discos me vuelven loco", subraya.
Ya de regreso a Washington, pone su último CD en el taxi, una nueva grabación casera dedicada a la memoria de su madre, en la que toca el acordeón, el piano eléctrico y el órgano. Cabecea al ritmo de sus propias composiciones.
"Se me ocurrió en un sueño, alguien tocaba esa melodía en una flauta en el campo en Etiopía. Me desperté y lo grabé con la melódica para no olvidarlo", asegura.
Durante todo el recorrido por la ciudad, de más de dos horas y salpicado por las cervezas, el taxímetro ha permanecido apagado.