Edgar Martín bautiza melodías. Chuck Norris o Meg Ryan son para él los primeros movimientos de la sinfonía Júpiter de Mozart. “El primero es fuertote, muy intenso. El segundo es como una comedia romántica.”, explica el director de la orquesta Camerata Musicalis. “Mozart aporta a las sinfonías un tercer movimiento. Nadie lo espera y encima, acapara todo el protagonismo. Lo llamo el Pequeño Nicolás.”
Si Martín y su grupo tienen que hacer de cómicos además de músicos es porque la música clásica está sedienta de público. Según datos de la SGAE, de 2009 a 2014 se celebraron en España 2.617 conciertos menos; se perdieron más de un millón de espectadores y más de ocho millones de euros en recaudación.
Muchos músicos de la generación de Martín, nacido en 1979, creen que es hora de aligerar tanto protocolo. “La gente no sabe cuando aplaudir. ¡Yo les digo que aplaudan cuando algo les guste!” También cree que hay que llegar a más escenarios. “Mozart llevó su música a los parques. Nosotros debemos buscar recintos distintos al Teatro Real o el Palau de la Música.”
La música no basta
“Democratizar” o “acercar” son verbos recurrentes en muchas propuestas de los últimos años. “Música para todos”, ciclo que ofrece El Batel de Cartagena hasta el 16 de junio, es un ejemplo. A los conciertos de coros y orquestas universitarios les preceden cursillos express en asociaciones de vecinos y de la tercera edad. El objetivo es despertar el interés en un público no iniciado.
Martín lo intenta con el humor. “El público ríe, pero lo importante es que entienden la obra y la retienen”, explica el joven director que actuó por última vez en Júpiter, el 10 de abril, en el Teatro de la Luz Phillips. Su fórmula funciona pero es consciente del reto que tienen los músicos clásicos: "El espectador ya no se conforma con sentarse y escuchar. Quiere una experiencia".
El espectador ya no se conforma con sentarse y escuchar. Quiere una experiencia
La experiencia cultural que se valora hoy no es la que requiere un esfuerzo para desentrañar su valor, explica Raúl Rodríguez, profesor de Semiótica de la Comunicación de Masas. El espectador prefiere cambiar de asunto rápidamente o atender a varios a la vez en lugar de concentrarse en uno.
Martín lo sabe y por eso, para explicar qué es un minueto, pone al público a bailar al son de Coyote Dax. Y para reflejar la dualidad de drama y esperanza de la marcha fúnebre en la Heroica de Beethoven, los músicos se arrancan a cantar la banda sonora de Ghost.
¿Una música elitista?
El pianista Lang Lang o el director de orquesta Gustavo Dudamel han hecho cameos en Mozart in the Jungle, una serie que muestra a los músicos clásicos con defectos, inseguridades y problemas, no como modelos de perfección. Ambos son estrellas que venden entradas al mismo ritmo que Lady Gaga. Y al mismo precio, otro de los motivos por los que a la música clásica se la tacha de elitista.
Un asiento en platea para el último concierto de la violinista Anne Sophie Mutter en el Palau de la Música Catalana costaba 100 euros. Pero también había localidades a 15, precio medio de la entrada para la clásica en España en 2015, dos euros más cara que el resto de géneros.
“No cuesta lo mismo organizar un cuarteto que una orquesta”, cuenta Martín, que es partidario de que las entradas sean asequibles pero alerta de las condiciones en las que trabajan la mayoría de músicos. Un intérprete cobra entre 120 y 250 euros por actuación, incluidos cuatro ensayos, a cuatro horas de media la sesión. En el caso de una orquesta esos honorarios se multiplican por 40 ó 60.
Conciertos gratis sin espectadores
En 2015, hubo más conciertos de música clásica gratuitos que de pago y sin embargo, los primeros han perdieron más de 700.000 espectadores de 2009 a 2014. Los de pago, poco más de medio millón. ¿A qué se debe entonces la falta de interés?
“La música clásica es compleja y al público le sigue costando enfrentarse a la música pura, sin letra.” Edgar Martín cree que en parte se debe a la falta de formación musical que hay en España. “Pero no solo sucede en los colegios. En la carrera de Magisterio Musical te puedas matricular sin saber quién es Mendelssohn.”
La música clásica es compleja y al público le sigue costando enfrentarse a la música pura, sin letra
Para Martín es importante la divulgación en los medios públicos. Pero TVE eliminó Clásicos populares, después El Conciertazo y Pizzicato, el programa que presentaba el violinista Ala Malikian, otro ejemplo de músico talentoso a favor de instruir con desenfado. El This is Opera que dirigía el barítono Ramon Gener en La 2 terminó en diciembre. Gener explicaba la Carmen de Bizet como un caso de violencia doméstica y así, actualizando los temas, atrajo la atención de una audiencia que llegó al medio millón.
“Maestros como Leonard Bernstein, con sus Conciertos para jóvenes, ya quitaron el miedo a la clásica. Ahora es urgente seguir haciéndolo: las salas no pueden seguir vacías”, dice Edgar Martín que ya prepara gags para la Sinfonía Inacabada de Schubert que estrenará en mayo.
Reticencias al cambio
“¿Qué será lo próximo? ¿Traerse una mascota al escenario?”, exclama Thomas Pembridge cuando ve al nuevo director de la Filarmónica de Nueva York sacar una rosa en lugar de una batuta.
Thomas es en realidad el actor Malcom Mcdowell en Mozart in the Jungle y el diálogo es de ficción pero la reticencia es real. Sólo hay que echar un vistazo a las críticas que recibe Lang Lang de los historicistas. Nadie critica su técnica ni su talento pero le dicen de todo por tocar con Metallica o por juntar cien pianos para interpretar la marcha militar de Schubert. Él siempre replica que un músico también debe ser un buen comunicador.
Martín también lo cree y asume que parte de su trabajo sea ejercer de showman. Pero en la segunda parte de su espectáculo la orquesta interpreta la sinfonía íntegra, sin concesiones. Porque no cree que todo sirva. Por ejemplo, cantar con registro de ópera una canción de Alejandro Sanz como hacía Pópera o una de Frank Sinatra, como hace Il Divo. “Puede ser curioso”, dice prudente, “pero no es música clásica.”
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