Sobre una colina del barrio de Herne Hill, al sur de Londres, se alza poderoso un elegante edificio con más de un siglo de historia hoy tapizado de carteles de colores escritos a mano: “Salvemos nuestras bibliotecas”. “El conocimiento es poder, no tiene precio”. “Protege lo público”. Entre los carteles puede leerse esta frase del legendario empresario del acero y filántropo Andrew Carnegie: “Financiar una biblioteca es una de las cosas más productivas que puede hacerse por el bien común. Al margen de las instituciones que surjan o mueran, está claro que una biblioteca pública está destinada a permanecer y a convertirse en un lugar que favorece el bienestar de todos sus habitantes”.
La filantropía cultural sobrevive mal al paso del tiempo. Si hoy Carnegie levantara la cabeza se revolvería en su tumba al ver que esta biblioteca que lleva su nombre (abierta en 1906 con su dinero) va camino de convertirse en ese nuevo lugar de culto tan de moda en el siglo XXI: un gimnasio. Para evitar esta metamorfosis que espanta al vecindario y que la junta de distrito local justifica por ajustes presupuestarios -el gimnasio será de pago-, hace una semana varias docenas de vecinos ocuparon la biblioteca Carnegie.
En el Reino Unido las bibliotecas son un centro esencial en la vida de la comunidad y la labor de los bibliotecarios es clave para su existencia
La sede se ha convertido en el campo de batalla de una comunidad local cuya lucha refleja un problema que se repite a escala planetaria: el cierre de las bibliotecas públicas. “No se trata simplemente una habitación con libros. Aquí estudian los niños que no tienen espacio en su casa, aquí vienen los ancianos que están solos y no tienen dinero para comprar el periódico, aquí vienen las madres con sus hijos pequeños que no pueden pagar una guardería, aquí acceden a internet quienes no pueden pagar por conectarse en su casa. En el Reino Unido las bibliotecas son un centro esencial en la vida de la comunidad y la labor de los bibliotecarios es clave para su existencia”. Son las palabras de Micaela Lobner, profesora de educación infantil, lleva acampada dentro de la Carnegie Library junto a otras 40 personas desde el 31 de marzo, día en que el centro se clausuró oficialmente.
Micaela habla a través de una reja en la puerta principal, por donde otros vecinos les traen agua, comida y noticias. ¿La más reciente? Doscientos escritores han firmado una carta de apoyo a sus reivindicaciones, entre ellos Colm Toibin, Geoff Dyer, Neil Gaiman o Nick Hornby. “Sabemos que los gobiernos locales tienen que tomar decisiones duras a causa de los recortes que les impone el gobierno central pero el cierre de las bibliotecas afecta sobre todo a los niños y a los ancianos, los más débiles y vulnerables de nuestra sociedad”, clama la carta.
El año fiscal arrancó el 5 de abril con un presupuesto un 25% más bajo que 2015, para mantenimiento de bibliotecas
El distrito de Lambeth, en el sur de Londres, al que pertenece la Carnegie Library, tiene 10 bibliotecas pero dos van a reconvertirse en gimnasio y otras dos serán gestionadas sólo con voluntarios. Los políticos locales, del partido laborista, culpan a la austeridad: el año fiscal arrancó el 5 de abril con un presupuesto un 25% más bajo que 2015, para mantenimiento de bibliotecas.
Entre 2011 y 2018 el barrio tiene que reducir a la mitad sus gastos totales. Es un problema similar al que se enfrentan la mayoría de barrios en las ciudades británicas. A un mes de las elecciones locales, podría pasarle factura al partido laborista, al menos en este distrito, que el jueves recibía la visita en la biblioteca de la candidata verde a la alcaldía de Londres, Sian Berry, la única que hasta ahora se ha interesado por el tema.
Todo lleva crisis
Al igual que en muchos otros países, las bibliotecas británicas atraviesan la peor crisis de su historia: según un estudio de la BBC, de las 4.612 bibliotecas públicas que había en 2010 en Reino Unido se han clausurado 343 en los últimos seis años y en 2016 otras 111 echarán el cierre. Además, otras 174 han pasado a manos de organizaciones vecinales que las mantienen, gracias al trabajo de voluntarios y al menos 50 están gestionadas por empresas externas.
En ese apartado se incluye el futuro de la Carnegie Library si las protestas actuales no consiguen evitarlo. El plan es reconvertir este antiguo edificio que ha funcionado durante un siglo como centro neurálgico de esta comunidad en un híbrido inclasificable: un gimnasio de pago en el que seguirá habiendo estanterías con libros pero sin bibliotecarios. Más de 8.000 han perdido su empleo desde que comenzaron los recortes en 2010.
La fórmula ‘gimnasio con libros’, bautizada en un alarde de modernidad new-age como “centros de vida sana”, se está extendiendo por el Reino Unido de la mano de la empresa GLL. En muchos casos, como en el de la Carnegie Library, los vecinos prefieren tener una biblioteca en vez de un gimnasio decorado con literatura desperdigada por el edificio. “El barrio está lleno de gimnasios. ¿Para qué queremos otro? ¿A dónde voy a venir a estudiar ahora?” se pregunta Demi, una adolescente de 16 años, que se unió el primer día a la ocupación de la biblioteca y que se mostraba entusiasmada por el apoyo recibido por su escritora favorita, Francesca Simon, que al igual que Stella Duffy, se ha pasado por la biblioteca a mostrar su apoyo. La madre de Demi le lleva comida a diario. “Estoy muy orgullosa de mi hija” dice desde la puerta.
En un país donde las guarderías cuestan de media 1.500 euros al mes, las bibliotecas también constituyen una tabla de salvación para las familias
“Mis amigos y yo seguimos leyendo en papel y seguimos sacando libros físicos de la biblioteca. También venimos aquí a navegar por internet porque muchos no tenemos conexión en casa”. Un club de ajedrez y clases de idiomas gratis eran algunas de las actividades que también se ofrecían. Además, en un país donde las guarderías cuestan de media 1.500 euros al mes, las bibliotecas también constituyen una tabla de salvación para las familias, que acuden a las múltiples actividades que se organizan en ellas para los niños, desde cuentacuentos a clases de música, todo gratuito.
Leer para crecer
La inexorable metamorfosis del mundo de lo analógico hacia lo digital ha regado de cadáveres la cultura, sobre todo en el ámbito de la distribución. Murieron las tiendas de música y fueron sustituidas por Spotify, desaparecieron los videoclubs y ahora tenemos Netflix y en el mundo de las letras Amazon va socavando la existencia de las librerías. Pero, ¿por qué justificar con la llegada de internet el exterminio de las bibliotecas a manos de gobiernos locales y nacionales?
Según la Society of Chief Librarians, el 85% de las bibliotecas británicas tienen servicio de préstamo de libro electrónico, aunque el catálogo aún deja mucho que desear comparado con el físico, según esta organización, falta mucho para que sea equivalente. Y como decía Candida Gubbins, una madre que sujetaba un cartel de apoyo a las puertas de la biblioteca, junto a su hijo de diez años: “Aunque la prensa ofrezca la imagen de que todos tenemos un iphone o una tableta, la realidad es que hay millones de personas que no podemos comprar libros en Amazon y seguimos necesitando una biblioteca para poder leer”.