El cuento cubano de la orquesta Buena Vista Social Club suena a bolero con final feliz. Creado por casualidad a finales de los años noventa en La Habana, cuando nadie daba un duro por la música tradicional cubana ni dentro ni fuera de la isla, el conjunto que una vez reunió a Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Cachaíto López y Rubén González cierra ahora veinte años de música con dos conciertos en el teatro más emblemático de Cuba.
Sobre el escenario del Carlos Marx, después de casi dos décadas de discos y recitales, las voces de Omara Portuondo y Eliades Ochoa recordarán a los músicos amigos que ya no están. Con todo el orgullo genuino de unos artistas veteranos que primero derribaron el muro de olvido que arrastraban las músicas cubanas y, por último, han puesto banda sonora a la reconciliación política entre Cuba y Estados Unidos. En otoño, invitada por el presidente Barack Obama, la orquesta de la Buena Vista se presentó en la Casa Blanca.
El plan b
El camino que ha llevado a los dos conciertos de despedida en La Habana, los próximos 14 y 15 de mayo, comenzó por pura coincidencia a principios de 1997. La historia es bien conocida. Esa primavera Ry Cooder, el guitarrista californiano autor de la banda sonora de París, Texas y colaborador antiguo de los Rolling Stones, aterrizó en la capital cubana para colaborar en un proyecto de la disquera británica especializada en músicas étnicas World Circuit.
Objetivo: grabar a intérpretes de músicas cubanas con músicos venidos de Malí. Pero los africanos nunca desembarcaron en La Habana y el plan b derivó en una reunión de artistas más o menos olvidados de la generación de oro de la música cubana. Y a ver qué pasaba.
Con Juan de Marcos González, del conjunto Sierra Maestra, como director de los músicos cubanos para grabar con nuevo proyecto Afro-Cuban All Stars, la alineación de la primera orquesta Buena Vista Social Club reunió durante dos semanas en los estudios habaneros Egrem al veterano pianista Rubén González, ya retirado, que participó en el apogeo del cha cha chá con la orquesta de Enrique Jorrín. A la cantante Omara Portuondo, reina del bolero filin que con los años se había quedado en un limbo; y a un contrabajista versátil, Orlando 'Cachaíto' López, hijo y sobrino de los creadores del mambo y criado en el jazz habanero cuando el jazz en Cuba se camuflaba bajo el eufemismo de "música moderna".
También estaban el tresero Eliades Ochoa, que mantiene vivo al Cuarteto Patria allá en Santiago de Cuba; el trompetista Manuel 'Guajiro' Mirabal, veterano de la Riverside y Rumbavana; y el guitarrista Manuel Galbán, pionero del doo-woop en Cuba con el grupo Los Zafiros. Algo más jóvenes, también llegaron el tresero Papi Oviedo, el percusionista Miguel 'Angá' Díaz y el laudista matancero Barbarito Torres, integrante de la Orquesta Cubana de Cuerdas y músico de la histórica cantante de son guajiro Celina González.
Obrero de escenario
El colofón vocal de la orquesta se formó con Compay Segundo, la mitad del legendario dúo Los Compadres al que ya Santiago Auserón había rescatado cinco años antes en el disco La semilla del son. Con el veterano Manuel 'Puntillita' Licea, cantante en la Sonora Matancera y socio de escenarios de Benny Moré y Celia Cruz. Con el divertido Pío Leyva, un caballero, autor de la popular guaracha Pío mentiroso, antiguo socio de Bebo Valdés en la animada escena de La Habana anterior a la revolución. Mucho menos conocido era otra vieja gloria, un cantante jubilado que entonces se ganaba la vida limpiando zapatos.
Era Ibrahim Ferrer, acababa de cumplir setenta años y la primera vez que le hablaron de un americano que buscaba cantantes contestó que no. Cincuenta dólares que pagaban por canción, dos sueldos mensuales en la Cuba del periodo especial, le hicieron cambiar de opinión. "Toda la vida me dijeron que yo no servía para cantar", contaba años después a este cronista en Madrid, rescatado ya del olvido por un par de discos memorables. "Me había aburrido de ser siempre obviado. Si preguntaba por qué mi nombre no salía en los créditos siempre decían que tal o cual cantante era la estrella, así que opté por jubilarme".
A Ibrahim Ferrer, obrero de escenario que cantó cuando le dejaron en Los Bocucos (su único éxito como voz titular fue El platanal de Bartolo) y compartió conciertos con Benny Moré, el éxito de Buena Vista Social Club le dio una voltereta a la vida. Al disco de World Circuit se sumó algo después Win Wenders.
En 1999 el director de París,Texas presentó su documental sobre la historia de los músicos cubanos y el gran público supo del hombre que limpiaba zapatos por no poder cantar boleros. Entonces medio mundo bailó Candela y aprendió a enamorarse con Silencio, el conmovedor dúo de Ibrahim y Omara Portuondo, quizás el momento culminante de todas las grabaciones de toda la serie Buena Vista.
Amores y boleros
"Con el bolero no se necesitan medicinas", recordaba la cantante del filin, la voz preferida de Portillo de la Luz, sobre la resurrección del bolero con la serie discográfica Buena Vista Social Club. Hasta Olga Guillot, la gran dama exiliada, tuvo que volver con un álbum a la altura del mito: Faltaba yo. "El éxito del bolero es universal porque llega a todo el mundo", contaba Omara Portuondo en una visita a Madrid. "Es la cosa sentimental, todos tenemos nuestros corazoncitos y, más que menos, hemos tenido nuestros amores y desamores. El bolero no tiene fecha de caducidad. Y mientras exista el amor, siempre existirá un bolero".
Además de la gira Adiós que culmina en La Habana, la última etapa de la orquesta Buena Vista Social Club no ha dejado de deparar buenos ratos. A diferencia de los primeros años de la gira, con George W. Bush en el poder, cuando los músicos sufrieron problemas para entrar en Estados Unidos, las puertas están abiertas para los ritmos de Cuba. En octubre, por el mes de la hispanidad en Estados Unidos, el conjunto fue invitado a la Casa Blanca.
Antes del concierto, el presidente Barack Obama recordó que él fue uno de los miles de estadounidenses que compraron el disco original y celebró por "maravilloso" este nuevo encuentro entre las músicas cubanas y el gran público americano. "Durante dos décadas, este grupo ha sido un símbolo de los extraordinarios vínculos entre los americanos y los cubanos, vínculos de amistad, cultura, y por supuesto de música", dijo el presidente. "Les doy la bienvenida y solo espero lucir tan bien como ellos dentro de unos cuantos años".
Con los nuevos vientos políticos entre Cuba y Estados Unidos, los parabienes de Obama no son protocolo de despacho oval. Desde la aparición de los discos (y la película) de la serie Buena Vista Social Club, las músicas cubanas ejercieron como señuelo para llevar a un creciente número de turistas norteamericanos y europeos a La Habana. Hubo muchos, como Obama, que compraron los discos y otros se quedaron prendados con el concierto del 1 de julio de 1998 en el teatro Carnegie Hall de Nueva York.
El verano de Buena Vista
Fue la primera noche de gloria de las músicas cubanas sobre un escenario norteamericano después de cuarenta largos años de pleitos políticos y culturales. Y se armó tal revuelo que aquellos meses de calor en la ciudad quedaron en la memoria neoyorkina como "el verano de Buena Vista", como reflejó Salman Rushdie en una novela, Furia, cuando se publicó tres años después.
Ahora, cuando la semana que viene se despida la orquesta de la Buena Vista (que, por cierto, tomó nombre de un popular club social ya desaparecido en el barrio de Marianao), las músicas tradicionales de Cuba disfrutan ya de reconocimiento acorde a su categoría. Y como en un bolero, como ocurría hasta el ecuador del siglo pasado, muchos quieren visitar la isla de dónde son los cantantes... que los encuentro galantes y los quiero conocer, como cantaba Matamoros.
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