Los vikingos están de moda, y no es para menos. A la serie de The History Channel, que ya va por su cuarta temporada, se suman publicaciones como Los hombres del norte, de John Haywood (Ariel), que ofrece un completo fresco de la historia de uno de los pueblos más fascinantes de la historia occidental entre el 793 y 1241, un relato que demuestra que su papel en la configuración de la Europa medieval fue, en algunos casos, determinante.
Para Haywood, la necesidad de buscar constantemente lugares donde saquear más allá de su Escandinavia original es lo que hace de los vikingos una presencia constante en los escenarios más diversos del mundo surgido tras el derrumbe del Imperio romano: del norte de Francia, Flandes o la Península Ibérica, del germen de lo que luego sería Rusia (y que nació del asentamiento de escandinavos que fueron conocidos como rus y que situaron su capital en Kiev, lo que puede ayudar a comprender la obsesión actual de Putin con Ucrania), de Constantinopla a las puertas del califato de Bagdad, a Irlanda, a Islandia, e incluso más allá, al primer asentamiento documentado en América, los vikingos se revelan como una fuerza formidable que apenas dejó una estructura política estable tras de sí, pero que marcaron casi cinco siglos de devenir del Viejo Mundo como esa presencia constante capaz de interferir en la marcha de la historia.
Sigurd el Poderoso
Evidentemente, las sagas contenidas en las páginas del libro son terreno abonado para la epopeya, marcada siempre por los actos de extrema crueldad de quienes podían perderlo todo si rehuían la batalla y cuyo ascendente entre los suyos descansaba en lo que consiguieran en los lugares a los que llegaban, muchas veces subidos en sus característicos barcos longship, a los que ponían ruedas para desplazarse entre los ríos navegables a través de los que llegaban a buena parte del territorio europeo y de Próximo Oriente.
Hay historias sin épica, como la más bien estúpida muerte en 892 de un jefe vikingo, Sigurd el Poderoso, que gobernó sobre el condado de las islas Orcadas, situado al norte de Escocia
Pero también queda lugar para las historias donde no cabe mucho lugar para la épica, por mucho que también quedaran reflejadas en las sagas. Una de ellas se refiere a la más bien estúpida muerte en 892 de un jefe vikingo, Sigurd el Poderoso, que gobernó sobre el condado de las islas Orcadas, situado al norte de Escocia. Pero, presto a aumentar sus territorios, Sigurd llegó a una alianza con el gobernante vikingo de las Hébridas (islas al noroeste de Escocia) Thorstein el Rojo para repartirse la parte norte escocesa.
Dientes salidos
El plan siguió el desarrollo habitual, con batallas, actos de pillaje y una crueldad extrema, pues gaélicos y vikingos coincidían en la costumbre de no coger prisioneros y cortar las cabezas de sus enemigos caídos para llevarlas como trofeos colgando de sus monturas. En un momento dado, Sigurd convocó a un líder (jarl) escoto (el pueblo que habitaba el noroeste de Escocia en el siglo IX), lamado Máel Brigte, para acudir a un encuentro, acompañados cada uno por no más de cuarenta hombres.
El jarl aceptó la oferta pero, cuando ya estaba dirigiéndose al lugar del encuentro, Sigurd cambió de idea y decidió acudir con ochenta hombres armados y a caballo. El resultado fue el que cabía esperar: ni Máel Brigte ni ninguno de sus hombres salió con vida del encuentro.
Fieles a la tradición, Sigurd y sus hombres procedieron a cortar cabezas y colocarlas en las sillas de sus caballos. El líder vikingo, por supuesto, se reservó para sí la de Máel Brigte quien, como curiosidad, recibía el apodo de "Dientes Salidos". Y por lo que sucedió luego, es fácil suponer que era un sobrenombre bien ganado y que respondía a la realidad: en el transcurso del viaje de regreso, la cabeza, que iba bamboleándose en el caballo, acabó rozando la pantorrila desnuda con la cabeza de su enemigo, lo que le produjo una pequeña herida a la que no dio importancia.
En el transcurso del viaje de regreso, la cabeza, que iba bamboleándose en el caballo, acabó rozando la pantorrila desnuda con la cabeza de su enemigo, produciéndole una pequeña herida
Sin embargo, a los pocos días, esa pequeña herida terminó produciéndole a Sigurd una septicemia mortal. Como relata el propio Haywood, "está claro que Máel Brigte no practicaba una buena higiene dental". Sigurd fue enterrado con todos los honores, como si hubiera fallecido en batalla, en un túmulo cerca de la desembocadura del río Oykel, "probablemente en Cyderhall Farm, cerca de Dornoch", aunque en la actualidad no quede rastro del monumento funerario.
Las conclusiones principales que se pueden sacar de esta historia son que: a) nuestro Cid Campeador no fue el primero en ganar batallas después de muerto; y b) aún a riesgo de defraudar a los muchos admiradores de los protagonistas de la serie, puede que no fuera precisamente fácil estar cerca de los personajes reales, y no sólo por la posibilidad de poder acabar esclavizados o decapitados.
Noticias relacionadas
- Paca Sauquillo: "La Memoria Histórica se recupera con consenso"
- Los tres tenores de la izquierda inauguran la campaña electoral
- “Adolfo Suárez acabó con la dictadura gracias a la izquierda radical”
- Toni Cantó airea en escena la corrupción del PP y el PSOE
- Icíar Bollaín contra el expolio de nuestra memoria natural
- Las 10 estocadas de Pérez-Reverte contra la política