Debate es un espejo convexo. Uno de estos reflejos de vigilancia que advierten al espectador de lo que hay detrás, de lo que se roe al fondo. Una de estas cámaras amplias que cuidan los robos en las esquinas del techo de las tiendas de ultramarinos. El estreno de Toni Cantó como autor y director de teatro es un desquite, un diario de a bordo del barco político, un rosario de miserias gubernamentales. Dice que cuenta lo que ha visto, lo que sabe. Y si es verdad, en los caldos que se cuecen entre los dos partidos mayoritarios -únicos a los que retrata en la obra- flotan corruptelas -esto no hace falta que se jure-, pactos oscuros, trapicheos con la justicia, trampas, puertas giratorias -qué paraísos esos de Bruselas o el Senado- y hasta chantajes sexuales.
Pepe Ocio es el número dos del partido azul; Philip Rogers, su homólogo de la izquierda -en el teatro, el partido que está en el poder-. Dos hombres que celebran citas solitarias en las que negocian las condiciones del debate electoral entre los candidatos de sus grupos, con sus navajacitos de por medio. “¿Algún secretario de Estado te ha pedido alguna vez entrar por Cultura?”, bromea uno al comienzo. El otro comenta que, cuando le pasó, ya lo advirtió: “Lo más eficaz que puedes hacer por el partido, en este caso, es salir del armario, le dije”. Se ríen. Compadres a ratos, sinvergüenzas irredentos, parodia de sí mismos.
“Tú y yo hemos vivido del dinero público desde que nacimos”, “¿Desde cuándo nos importa lo que pida el país?”, “Es lo que tiene este sistema que nos toca: ah, la sagrada alternancia”
Cantó -diputado por UPyD de 2011 a 2015 e integrante de Ciudadanos por Valencia desde 2016- dibuja a los políticos tradicionales como a fantoches convencidos: “Tú y yo hemos vivido del dinero público desde que nacimos”, “¿Desde cuándo nos importa lo que pida el país?”, “Es lo que tiene este sistema que nos toca: ah, la sagrada alternancia”. Se pasan el balón de la bravuconería. “Frente a la mediocridad reinante, le ponemos un diez a lo que sólo es correcto, como a los huevos de [Casa] Lucio”. Cada uno piensa que el otro es el plato sobrevalorado: el espectador ve que ambos son zigotos podridos.
Eta, Franco, Cataluña
La trama se desarrolla en las idas y venidas de la planificación de los dos debates electorales: uno quiere que se oficien en jueves, otro en miércoles; uno que se hagan en tres bloques, otro en cuatro; uno que se retransmitan en cadena pública -es obvio quién-, otro, que en privada. Pero hay algo que tienen en común: ninguno va a permitir entrar en juego a otros partidos. El azul prefiere no hablar de ETA ni de Cataluña; al rojo le gustaría tratar el aborto, el feminismo, la religión, la lengua. Este último le cuenta al adversario que a su padre lo llevaron día a día -hasta cumplir el año- al pelotón de fusilamiento durante el franquismo. El liberal se descojona.
Hay algo que tienen en común: ninguno va a permitir entrar en juego en el debate a otros partidos
Nadie es santo aquí. Ni rastro de aureolas. Aunque, de entrada, Pepe Ocio (el que sería el vicesecretario del PP) pueda resultar más brusco -“cuando uno se acerca al pueblo, hay que quitarse el reloj para que no te lo robe la chusma”-, es Rogers, su contrario, quien ordena al controlador de realización que inaugure el juego sucio en el debate. También compra al tercer elemento en juego: la prensa, representada por la actriz Marta Flich, periodista de la cadena pública.
Los medios de comunicación son, para Cantó, una suerte de meretriz que se arrima al sol que más calienta. “Toda tu carrera vale dos polvos rápidos. No eres nadie”, le increpa Rogers a Flich, con quien -cuenta- tuvo relaciones sexuales hasta que ella consiguió el puesto deseado. Entonces, la periodista se fue con otro que no era cualquiera: sino el número uno de su partido. Rogers juega con Flich -que ejerce de moderadora en el debate- amenazándola con enseñar sus fotografías íntimas.
Adversarios y enemigos
Se piden cabezas, se graban conversaciones privadas, se sacan trapos sucios. Uno a otro, indiscriminadamente, con la periodista en medio, como una muñequita ridícula que quiere ser fuerte pero es vapuleada. Un ente permeable. “Para que luego digáis que no sois lo mismo”, reprocha ella. Hasta citan una anécdota de Churchill que resulta esclarecedora: cuentan que estaba el político británico acompañado de un becario en el Parlamento, y que el chico señaló a la bancada contraria y dijo “Esos son nuestros enemigos”. El primer ministro le contestó: “No, esos son nuestros adversarios; los enemigos están aquí detrás”. Y señaló al propio grupo.
Cantó también plasma esto en la obra, cuando Rogers -inducido por Ocio- comienza a fantasear con hacer fracasar a su líder para tomar él las riendas del partido. Qué más da ya, si los dos grupos están de comisiones y corruptelas hasta el cuello. Son siameses: un monstruo de dos cabezas gemelas. Sólo le permiten al resto de miembros del partido hablar en público para decir lo que ellos les han enviado previamente por email. Ah, y únicamente a los primeros de lista. Los demás están más guapos calladitos. En Debate pilla repaso hasta la Fiscalía, a quien el dramaturgo acusa de rebajar penas a condenados a cambio de información o silencio.
“En la oposición se hace ética, en el gobierno, política”, dicen, guiñando a Aranguren. Pero tampoco es cierto, porque aquí la oposición -Ocio- acaba confesando que sólo hay algo que le seduce más que la plata: el poder. “Está en mi mano colocar a quien sea en la Administración o en el partido. Es mejor que el dinero. Ese subidón…”, se frota las manos. Supura su orgullo de clase alta e influyente: “La gente teoriza con que seamos normalitos, de los suyos… pero a la hora de verdad, quieren algo extraordinario”.
Está en mi mano colocar a quien sea en la Administración o en el partido. Es mejor que el dinero. Ese subidón…
Todo basado en hechos reales, asegura Cantó. Le viene a la concurrencia la imagen de aquel remoto Felipe González, allá enfrente del Aznar del 93, como dos espectros raros que aún no se han ido del todo. Se celebraba entonces el primer debate electoral de España. Después Zapatero y Rajoy, después Rajoy y Rubalcaba. Por último, Sánchez espetándole al -ahora- presidente en funciones que sea tan ruiz y miserable. Twitter llovía. Y siempre esa otra farándula que es la televisión, esos focos artificiosos, esas promesas en plano corto, esa media audiencia que muere y esa otra media que bosteza. Ahora que -creen que- nadie les ve, Ocio y Rogers sacan su petaca y brindan. Por España.
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