2015 cerraba diciendo 'Hola'. A finales de noviembre Adele sacaba su nuevo disco y en las radios sólo se oía ese Hello roto con el que reventó las listas de éxitos. Hasta los villancicos de Mariah Carey y compañía quedaron mudos ante la voz de la cantante británica. 2016 empezó igual. Con Hello convertido en el himno de cualquier corazón dolorido. Parecía que, otra vez, este sería su año. No había en el horizonte nadie capaz de igualar el poder de Adele. Muy pocos pueden hacer converger el éxito crítico, los premios y la devoción absoluta de la gente. Es uno de los fenómenos musicales de la última década y 25 era su confirmación.
Los primeros compases del año fueron un monopolio. Miraras donde miraras estaba ella. En el karpool karaoke de James Corden, en decenas de entrevistas… Por supuesto, el éxito del álbum vino acompañado de su gira correspondiente. Daba comienzo el 29 de febrero, y por Barcelona anunció sólo una fecha, el 24 de mayo. Se agotaron en pocas horas y dobló fecha. Otro lleno sólo un día después.
Cuando todo parecía vendido a la reina Adele llegó ella, la plebeya, la chica de la calle, para demostrar que hay más de un gallo en el corral. Beyoncé apareció de nuevo como le gusta a ella, como un elefante en una cacharrería. Lo hizo delante de la mayor audiencia posible, en el descanso de la Super Bowl, el 7 de febrero. Ni siquiera era la estrella principal del espectáculo, sino el blandito de Chris Martin, pero ella arrasó con todo. Levantó un show tan bienintencionado como de color de rosa. No lo hizo sola, sino con un séquito de bailarinas negras, todas vestidas como las Panteras Negras que lucharon contra todo y todos por la igualdad de los afroamericanos.
Por si fuera poca reivindicación, entre sus bailes imposibles formaron una enorme X en el medio del estadio en honor a Malcom X y se partió la camisa para cantar Formation, el single del que sería su nuevo disco y que había presentado por sorpresa pocas horas antes. La canción no es una balada al amor como su famoso Halo, ni siquiera tenía los toques de r&b de Crazy in love. Se acabó la cantante que triunfaba en las listas Billboard y llegaba la cantante negra que se alzaba como voz de su gente en un momento en el que el racismo y la violencia policial contra ellos estaba en un auge preocupante.
“Adoro el pelo de mi hija con su pelo de bebé afro/ Adoro mi nariz negra con fosas nasales de los Jackson Five”, cantaba en el acto más yanqui que existe y la gente se quedó loca. Las reacciones de los sectores más conservadores no se hicieron esperar. Donald Trump lo calificó como “ridículo e inapropiado”, todo un escándalo para el que meses después se convertiría en nuevo presidente del país. Seguro que no había visto el videoclip de la canción en el que la diosa negra canta encima de un coche de policía que se hunde en el río.
La provocación de Beyoncé llegó también en las formas. El 23 de abril llegaba su nuevo álbum, Lemonade. Lo hizo acompañado de un documental de 50 minutos estrenado en HBO en el que el espíritu de Terrence Malick acompañaba a la cantante en su debut como directora. Además dejó claro que sus canciones no pasarían por Spotify.
Pelea de divas
Lo que había comenzado como 'El año de Adele' se convirtió en un duelo entre las dos grandes divas de la música actual. Más allá de las diferencias de estilo, ambas comparte varias características, entre ellas la de llenar estadios con una facilidad pasmosa. La guerra por ver quién es la estrella más exitosa en sus giras también se debate entre ellas. Beyoncé sólo pasó un día por Barcelona con su Formation Tour y arrasó. Adele lo hizo dos fechas porque llenó la primera.
Pero hay algo en lo que Beyoncé se ha colocado por encima, y que hace que su figura destaque como la más importante y fundamental del momento: su activismo político y feminista. En un 2016 en el que se ha vivido el auge de políticos de ultraderecha como Donald Trump, Beyoncé ha usado su figura pública y sus canciones como arma. Ha dicho 'BASTA', y la gente la sigue. Pocas estrellas de la música se hubieran jugado la promoción de su futuro disco con una actuación como la de la Super Bowl y mojándose en un concierto de apoyo a Hillary Clinton en plena campaña electoral. También en julio publicaba una carta en contra de la violencia policial contra los negros en EEUU. “Que dejen de matarnos decía la artista”, sin cortarse.
La posición política de la británica siempre ha sido mucho más liviana. Prohibió a Trump que usara una de sus canciones y apoyó tímidamente a Clinton, pero su postura hacia al brexit, aunque intuida, nunca fue explícita. Una crítica velada desde el Festival de Glastonbury fue su única referencia. Adele se limita a darlo todo en sus conciertos. Un derroche de voz y baladas a los amores perdidos. Beyoncé es el ruido y la furia. El grito contra lo que no gusta. Lo hace dentro de un estadio y fuera. Con sus videoclips y con sus actuaciones. Todo cuenta.
La guerra no ha terminado. Dentro de un mes se verá el combate final. Será en los Premios Grammy, donde ambas son las grandes favoritas y se enfrentarán en las categorías más importantes: Mejor disco y Mejor canción. Sólo puede quedar una.