Denis Suárez, el gallego errante que copia a Silva e imita a Iniesta
El centrocampista, que ha pasado por cinco clubes a sus 22 años, es la principal amenaza del Atlético de Madrid y la estrella del Villarreal. Suma cuatro goles y ocho asistencias esta temporada en 29 partidos.
21 febrero, 2016 04:05Noticias relacionadas
Hay personas -por lo que sea- que no desean salir de su pueblo. Quieren seguir yendo al bar de toda la vida, echarse novia en la verbena de la plaza del Ayuntamiento, trabajar cerca de la casa de sus padres y envejecer consumiendo minutos entre cartas de mus. Este tipo de vida, tan legítima como cualquier otra, podría haberla elegido Denis Suárez (Salceda de Caselas, Pontevedra, 1994). Sin embargo, él decidió emigrar. Una y otra vez, reiteradamente, casi cada año, pasando por Galicia, Manchester, Barcelona, Sevilla y, por último, por Villarreal. Y precisamente, en este último lugar es donde ha encontrado su mejor versión: el pasado jueves, confirmando su buen momento con un tanto que bien puede valer una clasificación, el anotado de falta directa contra el Nápoles en los dieciseisavos de la Europa League.
Así llegará Denis al Calderón para enfrentarse al Atlético. Sin presión, avanzando poco a poco, escalando su particular montaña paso a paso, en evolución constante, como el que no tiene prisa. Eso le enseñaron de pequeño, primero en el Porriño Industrial y después en la cantera del Celta, donde empezó a destacar sobre el resto. Hasta los 17 años, edad en la que decidió coger las maletas y emigrar a Manchester para fichar por el City. Y allí no le fue nada mal. Incluso, llegó a debutar con el primer equipo. Sin embargo, cuando recibió la llamada de Eusebio para recalar en el filial del Barcelona, no se lo pensó dos veces. Sacó un billete hacia la Ciudad Condal y se enfundó la casaca azulgrana.
En el Barcelona gustó su fútbol. Denis, virtuoso del toque y escultor de la fantasía del último pase, se hizo un hueco. Jugó 36 partidos, marcó seis goles y dio once asistencias. Es decir, se erigió como uno de los hombres de Eusebio deambulando por la medular. Incluso, a veces, escorado en la banda. Pero siempre con buenas actuaciones, llamando incesantemente a la puerta del primer equipo. Pero aguardando con esa paciencia tensa de niño inquieto, con ese hambre que solo gastan los genios. De tal forma que no se conformó. Habló con el club y decidió irse cedido a Sevilla para sustituir a Rakitic.
Sin embargo, a su llegada, quiso quitarse de encima la sombra del croata. “No vengo aquí para sustituir a nadie, sino a ser yo mismo. No me gusta compararme con nadie”. Y lo cierto es que demostró tener personalidad tanto dentro como fuera del campo. Se adaptó a un estilo que poco tenía que ver con el del Barcelona. Enterró el toque lento e interiorizó el vértigo de las contras impuesto por Emery. Y lo cierto es que le fue bien. Disputó 46 partidos, marcó seis goles y dio cuatro asistencias. Pero el viaje no terminó ahí. Volvió a hacer las maletas y fichó por el Villarreal.
El resultado, una vez más, fue satisfactorio. Denis, ese chico que creció idolatrando a Silva e imitando a Iniesta, ha encontrado esta temporada su mejor versión junto a Marcelino. Combinando preguntas de Trivial -dicen que se sabe cualquiera relacionada con fútbol- con asistencias, se ha convertido en uno de los líderes del equipo. Sonríe con 29 partidos, cuatro goles y ocho asistencias. Y con esa falta asesina marcada el pasado jueves contra el Nápoles: pegadita al palo, concluyente y definitoria. Una obra de arte. La primera de muchas, pero jamás la última. Su viaje, al fin y al cabo, acaba de comenzar, con la puerta del Barcelona abierta y el Atlético en el horizonte.