Los resultados no admiten dudas. España se impuso sin medida frente a la República Checa en la primera jornada (32-15) e hizo lo propio –aunque con algo más de timidez– en su segundo partido. Los objetivos, de primeras, por tanto, se han cumplido. Nadie puede quejarse. Funcionar, realmente, funciona todo. ¿Podría hacerlo mejor? Seguramente, sí, pero qué más da. Lo importante es que la exquisitez llegue en los días grandes. Ante Hungría (25-27), la obligación era ganar. Nada más. Sacar adelante el encuentro, sumar puntos de cara a la main round (segunda ronda) y corregir cosas antes del vital choque contra Dinamarca, la selección que medirá realmente el nivel de los ‘Hispanos’.
En general, con esto bastaría para que cualquiera se hiciese una idea de lo importante. Sin embargo, el análisis admite más matices. El primero es evidente: España, a pesar de la victoria, no hizo su mejor partido. Tras brillar ante República Checa, sufrió más de la cuenta en su segundo choque. Por momentos, no consiguió acelerar en pos de templar los nervios del respetable. Tuvo que esperar al final, con los húngaros vivos, para certificar su triunfo. Y, de nuevo, vino de la mano de ese chico ‘nuevo’, ese neófito al que muchos no localizarían en su debut. Ferrán Solé, que ya cuajó un buen inicio de campeonato, anotó el último frente al conjunto magiar.
Pero no sería justo señalar únicamente a Ferrán Solé. El protagonismo frente a Hungría correspondió, también, en buena medida, a Aitor Ariño, sustituto de urgencia de Ángel Fernández, lesionado contra la República Checa antes del descanso –tiene un esguince en el ligamento lateral interno de la rodilla–. El extremo izquierdo del Barcelona, recién llegado, no dudó al asumir el encargo de Jordi Ribera. Lo hizo sin complejos y como si llevara toda la vida con este grupo. Saltó ante Hungría, hizo de desatascador y acabó el partido con un pleno de acierto (4/4). ¿Se puede pedir más? Difícil.
Todo lo anterior exime a cualquiera de quejarse. Eso sí, también hay razones para lo contrario. No por el juego del equipo, sino por lo circunstancial. Aquella lesión de Ángel Fernández anteriormente comentada y las posibles de Julen Aguinagalde –inédito prácticamente frente a Hungría– y de Gedeón Guardiola –se fue al suelo tras hacer un bloqueo y tampoco pudo volver a entrar–. Esos infortunios coyunturales, lejos de afectar en este inicio, lo podrían hacer en el futuro. Aún así, todavía es pronto para caer en la desdicha.
España, a pesar de todo, se muestra solida. Las actuaciones de Álex (4/5), del propio Aitor Ariño, de Ferrán Solé (2/3) o de Adriá Figueras (4-4) invitan al optimismo. Y también lo hacen las dos victorias. La primera, contundente frente a República Checa; y la segunda, con sufrimiento frente a Hungría. Dos caras que permiten a los de Jordi Ribera calibrar su estado antes de jugar contra Dinamarca (miércoles, 20:30 horas). Suficiente por ahora. Al final, que nadie olvide una de las máximas del deporte: pocos se acuerdan del camino –de si se jugó bien o mal–, pero todos mantienen en la memoria a los campeones. Pues eso. A día de hoy, dos victorias. Y el resto poco importa.