Hay días en que sirven las excusas. Pero hay otros en los que, simplemente, hay que reconocer el mérito ajeno. Aplaudir, desear suerte y aceptar que se acabó, que ya no hay vuelta atrás. España hizo sus deberes en la primera fase, ganó a Eslovenia y se clasificó como tercera de grupo, pero se encontró a Noruega. Y, claro, capituló. Hizo lo que pudo, pero cayó como preveía el público español, el mundo del balonmano y cualquiera que haya seguido mínimamente este deporte a lo largo de su vida. Las noruegas, para qué engañarnos, eran mejores antes de comenzar el partido y terminaron siéndolo al final (23-31). Seguramente, son peores que en otro tiempo, pero aún así… Ocurrió lo lógico, y qué se le va a hacer. Bastante se luchó.



Lo que mal empieza, dicen, mal acaba. Y, de hecho, España cometió más errores de los recomendables contra una selección como Noruega. Saltó al campo nerviosa, sumó imprecisiones y hasta alguna jugada que, vista con posterioridad y sin ponerla en contexto, podría parecer hasta histriónica. A saber, una pérdida de balón cerca de la portería, Carmen Martín protestando, una rival robando y una portería vacía. ¿Qué pasó? Da igual. Tras ese desliz y un tiempo muerto de Carlos Viver, España volvió a plantar cara. Llegó a estar 6-11 por debajo, llegó a claudicar en cualquier pensamiento esperanzador y estuvo a punto de caer. Sin embargo, reaccionó. Sí, quizás cuando nadie lo esperaba, cuando todos (periodistas y aficionados) la daban por vencida. Entonces, ellas reaccionaron. Llegaron al minuto 26 sólo dos por debajo (9-11), tuvieron en su mano colocarse a uno, pero acabaron tres abajo al descanso (10-13) y en inferioridad. Pero la garra, bueno, no dura eternamente. La calidad, a menudo, en deporte, se suele imponer. 



La actual España aguantó hasta ese momento, quizás hasta el minuto 40, como reconoció Carlos Viver. Pero, entre la superioridad Noruega y la omnipresencia de Nora Mork (11 tantos en todo el partido), se desvanecieron las posibilidades de España. “Que no nos pidan mucho”, decía Silvia Navarro, en la previa, en conversación con este periódico. Y Nerea Pena, en otro Facebook Live con EL ESPAÑOL, lo anticipaba: “El objetivo es llegar a octavos y luego ya veremos”. Y ambas sentencias se cumplieron. Nadie puede negar que las ‘Guerreras’ volvieron a luchar. Sí, lo hicieron. Pero sería de necios negar la evidencia: el nivel de esta selección es inferior al de aquella que brilló en Londres 2012. Y, claro, después de que todos vivamos la época más gloriosa del balonmano femenino de este país, queda un regusto amargo.



Esas son las dos sensaciones que perdurarán durante los próximos días. Por una parte, el mal sabor de boca. Por otro, la esperanza de que la juventud de parte de esta selección consiga en el futuro paliar todos los males del balonmano nacional, esos consabidos por todos: el bajón de nivel de la liga femenina Iberdrola, la forzosa emigración de cualquier jugadora que quiera dedicarse a este deporte y la incapacidad de que todas compartan equipo y generen complicidad. Pero, obviamente, esto puede cambiar. Un día lo hizo a peor. Otro, quizás, lo haga a mejor. No lo parece, pero, oye, por qué no ser optimistas. Y entonces, si llega ese momento, España volverá a ser competitiva. Tiene los mimbres: una Federación que hace las cosas muy bien, una buen cuerpo técnico y un aparato mediático preparado para afrontar cualquier circunstancia. Sólo falta el juego, y ya llegará. O eso, o habrá que acostumbrarse a caer en octavos. Qué se le va a hacer. 

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