Tengo amigas (muchas) que se acostarían esta misma noche con Zidane –y que jamás lo harían con usted o conmigo–. “Además, en persona, gana”, decía una de ellas, el otro día, sin que sepa precisarles el motivo de la conversación. “¡Lo que faltaba!”, esgrimía, a mi lado, un culé. Qué envidia (sana). Entrenador del Madrid, con imán, flor, simpático, agradable y elegante. Y, encima, sonríe –y mucho–. ¡Hasta gana! Qué le falta. Ya ni siquiera puede atribuírsele aquella vieja etiqueta de mal técnico –el cambio de Isco por Asensio en Múnich lo bendice como estratega– y el pasado domingo, después del calentón del Clásico –y de una actuación arbitral presuntamente parcial del colegiado–, espera cinco minutos en el vestuario a Iniesta para despedirlo, darle un abrazo y desearle suerte. Díganme –sin que sus colores les cieguen–, ¿no lo invitarían a su casa a cenar? ¿No le darían el banquillo de su equipo mañana?
Resulta complicado –y lo dice uno que no es sospechoso del gusto por el blanco (sólo profeso el azul del Puertollano)–, encontrar tipos como Zidane. En un mundo cada vez más polarizado, donde el grito oprime el raciocinio –si tienen alguna duda, pongan la televisión–, el susurro del francés en rueda de prensa es una bendición. Regatea la polémica, esgrime una sonrisa y parece guiñar el ojo como lo hacía Clint Eastwood en los western. Pero con el estilo no se conquista al enemigo. Con el abrazo a Iniesta, en cambio, sí. Ese gesto –y los ‘valors’ que implica– ponen a sus pies a cualquiera, incluso al eterno rival.
Zidane, en realidad, es el entrenador perfecto para el Barcelona. No lo será jamás, pero le sentaría como un guante. El culé podría llegar a admirarlo. De hecho, en los últimos tiempos, comulga con uno que se le parece. Valverde compila muchos de los valores del francés en su carácter (corrección, tranquilidad, balones fuera en las polémicas...), pero no posee la pompa de Zinedine. Esa volea en Glasgow, ese imán para la Champions… Eso no lo ha tenido ningún técnico de los que ha pasado por el Camp Nou en los últimos tiempos. El único que podría rivalizar con el entrenador del Madrid en influencia sería Johann Cruyff. Nadie más.
¿Y Guardiola? Tuvo la oportunidad de serlo. Es más, está a tiempo. Pep, posiblemente, reúne los ‘valors’, las maneras y los gestos, pero no es el entrenador de todos los azulgranas. Me explico: el hoy técnico del Manchester City, con su entrada en política –y su apoyo incondicional al independentismo–, ha perdido el favor de algunos de los culés del resto de España. La concepción del conjunto azulgrana como algo universal no contempla esa afiliación política. Zidane, en cambio, elude las proclamas y circunscribe su rol a lo meramente deportivo –como debe ser–. Porque, aunque el Barcelona sea més que un club, lo es también de los manchegos, de los extremeños... –no de aquellos que pretenden utilizarlo como un arma política–.
Zidane, ya ven, sería el técnico perfecto para el Barcelona. Ellos no lo saben, pero es así. ¿El problema? Nunca lo podrán tener, aunque lo admiren -o le deban un aplauso tras el abrazo a Iniesta-.
En fin, ojalá más tipos como Zinedine.