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Rubén Orihuela (Valencia, 1987) estaba en un camping cuando vio a dos niñas jugando con unos aros. Aquel verano, se quedó observándolas, pensando qué era lo que veía, y mantuvo la imagen en la mente. Permaneció quieto y, en voz baja, se dijo: me gusta esto. Pero ni siquiera sabía si él podía practicar aquel deporte. Hasta que años después, en su casa, durante los Juegos Olímpicos de Atlanta 96, gritó: “¡Eso, eso, es eso!”. Sus padres no cambiaron de canal y él vislumbró su futuro ligado a la rítmica. “Entonces, en el 98, me di cuenta de que tenía un gimnasio al lado de casa y podía entrenar”.
Han pasado dos décadas de aquello. Rubén tenía 10 años. Al gimnasio acudió con otro niño, pero se quedó solo y hasta 2005 compitió únicamente con chicas. “Era un ser extraño, exótico”, repite ahora. Pero él creía que eso era cosa de su pueblo. “Y me di cuenta de que todo era mentira, de que no podía competir con ellos”. Allí no había nadie. Entrenaba con niñas, competía contra ellas y ‘sufría’ al mismo tiempo que hacía lo que le gustaba en un deporte tradicionalmente femenino. De hecho, su madre pensaba que no duraría nada. “Por eso me dejó”. Y su padre tampoco quería, pero “nunca le negó la oportunidad”.
Ahora, pasado el tiempo, se da cuenta de lo que consiguió: ser el pionero en la gimnasia rítmica femenina siendo hombre y erigirse como el responsable directo de que la federación creara una competición oficial masculina, proclamándose hasta en nueve ocasiones campeón.
— ¿Usted era el único?
— No había ningún otro. A nivel más bajo, cuando empecé a competir, lo hacía con chicas y la gente me miraba. Imagínate, un niño en el tapiz, lo nunca visto. Todos me miraban y yo, que era un novato, pues lo hacía fatal, aquello era un desastre. Eran competiciones que no estaban reguladas por la federación y mis entrenadoras hablaban para que adecuaran las normas y yo participara. Luego subió el nivel y la cosa se complicó… Hubo un jaleo tremendo, porque en la normativa de la Federación Internacional por ningún lado aparece la palabra hombre en este deporte.
— ¿Cómo veía su entorno aquella incursión suya en la rítmica?
— Mis entrenadoras siempre me apoyaron porque yo era un niño muy trabajador y que me esforzaba mucho aún sabiendo que no podía llegar a nada. En el colegio, mis amigos se lo tomaban bien. Además, les parecía extraño e incluso exótico que yo pudiese abrirme tanto de piernas y esas cosas. Del resto de chicos del colegio tuve que escuchar palabras muy feas durante muchos años.
— ¿Qué le decían?
— Me insultaban y lo peor es que cuando yo trataba de defenderme me decían: ‘¡Haces un deporte de niñas!’. ¡Y llevaban razón! No podía contradecirles. ¡Era un deporte de niñas! Ahora, los que lo practican pueden demostrar que también hay chicos, pero cuando yo lo viví era muy diferente.
— ¿Psicológicamente, cómo lo afrontaba?
— Siempre he sido muy fuerte. Tenía mis momentos de reflexionar en los que me daba cuenta de dónde me había metido y pensar si quería continuar. Y siempre dije que sí. Gracias a eso soy una persona completamente diferente a la que habría sido.
Al principio, participó en los campeonatos de España en la categoría Open. “Por un lado, lo hacíamos con chicas todos mezclados y en la otra éramos sólo chicos”. El problema vino después. La Federación Internacional de Gimnasia Rítmica no reconocía la figura del hombre y la española mandó un correo electrónico a todas las regionales para que prohibieran todas las competiciones masculinas. “Y entonces se armó una buena. Hablé con todos los medios y el Ministerio de Igualdad se metió para solucionarlo”. Al final, crearon un campeonato de España y Rubén pudo competir. Entonces, compitieron seis hombres y ahora lo hacen más de 50. Cualquier ganador absoluto es reconocido como deportista de élite.
— ¿Cómo afrontaban sus compañeras que fuera el único chico entrenando?
— Para las entrenadoras era como un experimento, pero como yo entrenaba mucho, pues ellas se esforzaban por tenerme allí. Para las compañeras siempre fue raro.
— ¿Vivió alguna situación incómoda al principio?
— Sí, ellas no me hablaban. Me hacían el vacío siempre.
— ¿No podría ni participar en sus conversaciones?
— Para nada. Ellas hablaban a escondidas de mí o dándome la espalda. Yo era algo que había llegado ahí de repente y que era muy raro para ellas.
— ¿Y lo sigue siendo para los niños de ahora?
— Sí, es muy complicado. Yo en mi club tengo entrenando a un chico y a 60 chicas. En algunos otros hay cinco niños, y eso ya es mucho.
— ¿Cuántos de esos niños ha visto aparatarse del camino?
— Muchos. Son chicos que se lo han currado y que llegan a competir a buen nivel, pero que deciden dejarlo por malas palabras o falta de apoyo.
— ¿Se sienten marginados, como usted en su día?
— Yo al principio me sentí así, luego ya no. Te haces mayor, sabes a qué tipo de personas hay que tenerlas lejos para que no te hagan daño y mostrar un buen trabajo en el tapiz. Eso te hace que consigas el respeto de personas que nunca han confiado en que tú pudieras hacer gimnasia y gusta. Pero hay que currar mucho para que lo vean.
— En todo este tiempo, ¿le ha llamado algún político?
— No, nunca.
— Y, mientras tanto, da la sensación de que los deportes tradicionalmente masculinos (boxeo, rugby…) han evolucionado algo más hacia la igualdad que los meramente femeninos.
— Claro, porque a los hombres es muy fácil criticarlos por no darle paso a ellas. Hacer lo contrario es más difícil. Son ellas las que no quieren que entremos en este mundo. Yo lo tengo claro. Los hombres somos más simples de pensamiento. ¿Que quieres ponerte una pelota en la cabeza y bailar una sevillana? Pues hazlo. Pero las chicas, no. Ellas le dan 7.000 vueltas a todo y mientras te están criticando por la espalda. A mí me lo han hecho. Si hubiese dejado la gimnasia, pues no me habría enterado, pero con el tiempo hay mucha gente que te cuenta cosas…
Tanto es así que en 2006 se planteó dejar la gimnasia porque no se encontraba bien, pero decidió continuar. “¡Con lo que hemos luchado!", pensó Rubén. No quería perder lo conseguido. Y siguió. Compaginó el trabajo como técnico con su entrenamiento y fue sobreviviendo. Ganó campeonatos de España y soñó con llegar a los Juegos, aunque le ha sido imposible. Ahora, retirado, buscará hacerlo como entrenador. Tiene un club de gimnasia rítmica y va a continuar luchando para que los hombres tengan un hueco en un deporte que sigue siendo femenino. Sabe que fue el pionero, se siente orgulloso por ello y se ofrece a la Federación española para seguir abriendo camino.
— ¿Ha tenido mucha voluntad?
— Es que esto ha sido y sigue siendo una carrera de fondo y hay que llegar al final.
— ¿Cuántas noches le ha quitado el sueño esta lucha?
— No demasiadas. Yo estaba convencido de que iba a salir. Es verdad que en el día a día le das a la cabeza y piensas cómo puedes hacerlo. Pero siempre he confiado en que las cosas irían bien.
— ¿Ha echado de menos el apoyo de las instituciones?
— Sí, porque te esfuerzas exactamente igual. Hay chicas de la España que fue subcampeona olímpica con las que he competido y a las que he ganado. Pero ellas son chicas y pueden optar a ganar una medalla y yo me tengo que quedar en mi club. Ya que no tenemos esa posibilidad, que nos apoyen.
— De hecho, la Federación Internacional sigue sin organizar campeonatos oficiales para hombres. ¿Son un poco homófobos?
— De alguna forma, sí. Mi sueño (además de ir como entrenador a los Juegos) es que existan competiciones internacionales. Y no necesariamente tienen que ser iguales que las de las chicas. Habría que hacer una adaptación a la rítmica masculina para que sea más espectacular, porque todos competimos delante de un público y de un jurado. De hecho, hay más gente viendo los ejercicios masculinos en el canal de Youtube que retransmite las competiciones que en los femeninos.
— ¿En otros deportes, por ejemplo, las marcas son diferentes?
— Pues aquí, no. Cuesta todo mucho. Fíjate, hasta hace un par de años, alguien que quisiese competir con falda, podía hacerlo. Menos mal que ahora no se puede porque había cada uno… [risas].
— Y gracias a eso las cosas van avanzando poco a poco. Pero, dígame, y para terminar, ¿faltan más quijotes masculinos en mundos de ‘mujeres’ como la rítmica?
— Podrían. Cuanta más variedad haya, mucho mejor. Es más, te digo, cuando entrenaba con chicas porque no podía competir con chicos es posible que su nivel subiera, y eso nos beneficia a todos.