Curry: "Cuando me dan el balón, no sé muy bien qué va a pasar"
Dicen en EEUU que Stephen Curry es el mejor base de la historia tras Jordan. El Messi de la NBA habló con EL ESPAÑOL.
10 diciembre, 2015 01:58Noticias relacionadas
No se cree que Messi haya pasado de 30 millones de seguidores en Instagram: “Es imposible”, bromea tras fijar el récord de victorias consecutivas de inicio en la historia de la NBA en 22 (ya van 23) anotando 28 puntos en el Barclays Center de Brooklyn.
Lo que sí empieza a asumir Stephen Curry (Akron, Ohio, 1988) es la dimensión de su juego. Algo que ha dejado de ser simplemente un increíble estado de forma para hacer de este jugador el mejor en la mejor liga del mundo. “Desde agosto de 2014 todo ha pasado muy rápido. Fuimos campeones del Mundo en España y desde entonces todo empezó a ir de cara. Ganamos las finales de la NBA en 2015 y fuera de la pista la racha siguió. Nació mi hija pequeña y todo va rodado. Somos una familia feliz y sólo quiero dar gracias por tener salud para poder disfrutarlo”, afirma un Curry aún tocado por el sentimiento de agradecimiento que inunda a todo americano que se precie tras vivir el “Thanksgiving”. “Esta semana ha sido tremenda, pero también muy cansada y tuvimos que dosificar la energía para ganar en Brooklyn. Ahora toca reponer fuerzas y seguir trabajando, pero más cerca de la familia”, concluye.
Y es que la familia es fundamental para el hijo del mítico Dell Curry, uno de los 20 mejores anotadores de la historia de la NBA desde la línea de tres puntos, y hermano mayor de Seth, aún bomba latente, que despuntó en Duke antes de comenzar una intermitente carrera NBA. Curry es una versión americana de Juan Carlos Navarro: ese tipo de jugador por el que merece la pena pagar una entrada y sentarse a disfrutar.
Sin límites conocidos
Su entrenador actual sabe lo que es desprenderse de la presión de un apellido ilustre. Luke Walton, hijo de uno de los mejores pívots blancos de la historia (“The big red head” Bill Walton), no acierta a poner fin a las posibilidades de su jugador franquicia: “Es imparable. Cuando se enciende tiene carta blanca para hacer lo que quiera, y lo mejor es que es capaz de anotar 40 puntos lanzando apenas 20 tiros a canasta. No sé si Stephen tendrá un límite. No sé si él mismo lo sabrá. Lo que está claro es que está por llegar y mientras tanto disfrutamos del privilegio de verlo jugar”.
Especie a proteger, Curry desvela que “sólo me preocupan dos cosas cuando empieza una temporada. Cómo puedo ser mejor jugador que la anterior y cómo puedo ayudar a mi equipo a ganar más partidos. No es un objetivo para mí ser MVP o máximo anotador. Lo que persigo, por lo que trabajo, es ser más consistente, generar mejores tiros, crear más juego para mis compañeros, ser más listo que la temporada anterior. No ponerme presión encima”.
De momento lo está consiguiendo, porque ha conducido a su equipo al récord de partidos consecutivos ganados en la NBA (23) de inicio. Una marca para la historia. Su mujer, Ayesha, le promete sesiones extra de cariño cada vez que hace un buen partido incendiando Twitter, mientras que sus hijas comienzan a tener casi tantos seguidores como su padre. Y es que todo en la familia Curry representa los valores del 'American way of life'; por eso no extraña que sea la imagen de una pujante marca deportiva que está multiplicando su popularidad en los Estados Unidos a la sombra del genio.
"Simplemente fluye"
Él reconoce que “cuando salto a una pista de baloncesto y me dan el balón, no sé muy bien qué va a pasar. Me concentro en lo que sé hacer bien, como el tiro con un paso atrás, pasarme el balón por la espalda, armar rápido el brazo, pero eso son sólo herramientas puestas al servicio de la creatividad. Juego por inspiración, y cuando esta llega creo que soy imprevisible, porque no me paro a pensar demasiado cómo tengo que solucionar una situación. Simplemente fluye”.
“Sigo aprendiendo. Siempre hay que seguir aprendiendo”. Curry ha prometido de hecho a su mentor en la Universidad que regresará para acabar su licenciatura. Esa que dejó aparcada para dar el salto prematuro a la NBA y que ha impedido que se le retire la camiseta en Davidson. Cumplirá su promesa de acabar sociología, pero antes intenta digerir que en 12 meses ha pasado de ser un buen jugador a una estrella mundial.
Stephen Curry se mueve en el vestuario con la delicadeza con la que lo hace en la cancha. Esconde su famoso protector bucal en una bota mientras que en la otra sobresalen anillos y cadenas de oro. De reojo observa tímidamente al ejército de periodistas de diferentes nacionalidades –muchos de ellos orientales- que escrutan cada gesto, cada mirada. Algo abrumado, reconoce en voz baja que “no soy muy consciente de la que estoy liando. De momento sólo me concentro en seguir mejorando. Quizás cuando acabe todo me pare a pensarlo”.