Sus ojos no podían estar más abiertos. Había llegado temprano a cenar, algo nervioso y con el estómago rugiendo no sólo por el hambre. "Los partidos son la parte fácil, Jimmy. Lo difícil es trabajar todos los días, dar un extra en cada entrenamiento para asegurarte de que estás haciendo lo que se supone que debes estar haciendo”, le dijo su compañero de mesa el día que se conocieron. “El entrenamiento no es suficiente, tienes que llegar temprano, tienes que quedarte hasta tarde, tienes que volver por la noche a casa". Jimmy Butler asentía lentamente intentando memorizar hasta la última palabra. No todos los días se puede hablar en persona con Michael Jordan.

"Nos sentamos en la cena durante el verano y hablamos un poco de todo", reconoce Butler. "Es un tipo increíble. Aprender de él sabiendo que es el mejor jugador de la historia es un sueño. ¡Es que él cambió el juego!", afirma la estrella de los Chicago Bulls en declaraciones a EL ESPAÑOL. El hombre que pasó de dormir en camionetas y casas de compañeros de instituto a ser uno de los mejores anotadores de la NBA compartiendo vestuario con Pau Gasol y Nikola Mirotic.

EL VUELO IMPOSIBLE

Sustituir a Michael Jordan es imposible. Lo sabemos todos, pero sobre todo Jimmy Butler, el escolta de los Bulls que luce el número 21 porque “nunca podré llegar a ser el 23” y que, desde la discreción, la sobriedad y sobre todo el talento se ha convertido en el líder silencioso de los Bulls.

El mítico ex base del equipo campeón de la NBA y actual vicepresidente del club John Paxon tiene claro que "no se trata de lograrlo sino de seguir el ejemplo de Michael. Y su ejemplo es simple: trabajar duro, competir y respetar el juego. Desde luego es el mejor espejo en el que Jimmy puede mirarse".

UN CAMINO DE PELÍCULA

Su historia no salió de la imaginación de David Mamet, reputado guionista y autor teatral que estrena estos días en Times Square con Al Pacino de protagonista. Realmente el máximo anotador de los Bulls (21 puntos por partido) nació en una familia desestructurada en la que su madre le echó de casa con 13 años porque no le gustaban sus pintas. “Te tienes que ir”, fueron las últimas palabras que Butler escuchó antes de un portazo que sonó a desamparo. Tres años siguieron a aquel desafortunado incidente en los que durmió en los sofás de las casas de sus compañeros de clase comiendo cualquier cosa siempre que fuera gratis.

Jimmy Butler, jugador de los Chicago Bulls. Mark D. Smith Reuters

Jimmy mataba el tiempo en la cancha de su pueblo cuando se cruzó en su camino Jordan Leslie. Un adolescente que le retó a un uno contra uno que cambiaría su vida. Al enterarse de su desesperada situación, su nuevo amigo le ofreció pasar algunas noches en su casa, en la que vivía con sus padres y seis hermanos. Sería su nueva familia.

“Le tuve que decir a Jimmy muchas veces; este no es un amor condicional. Esto es para siempre. Podemos discutir y quizá no estemos de acuerdo, pero no hay nada en el mundo que te tiene que hacer pensar que te doy la espalda”, declaró recientemente la señora Lambert, madre adoptiva de un jugador que seguiría luchando para llegar a lo más alto.

SOLO BALONCESTO

Porque Butler tuvo que especializarse como jugador defensivo para encontrar sitio en su equipo de instituto. “De todos los chicos que alguna vez dirigí, ninguno pasó más tiempo en el gimnasio o vio más partidos conmigo”, comentó Brad Ball, su entrenador del instituto Tomball High School cuando Butler hizo pública su historia hace un par de años.

“Quería ser conocido y respetado por mi trabajo en la pista y nada más”, reconoce el jugador, explicando por qué la mantuvo en secreto tanto tiempo mientras pelea porque “los Bulls volvamos a jugar como un equipo. Estamos siendo irregulares y hay que volver al camino”, reflexiona tras una dura derrota en el Madison ante los Knicks de José Calderón.

Pero, pese a crecer en los individual hasta las puertas del AllStar, Butler no quiere distracciones. Ordenó desinstalar internet y la televisión de su apartamento para no pensar en otra cosa más que en baloncesto y ha quitado los retrovisores de su coche “para no mirar atrás” confiesa sin inmutarse haciendo dudar a su interlocutor sobre si está bromeando.



Mantiene su pose reservada pese a tener motivos para sonreír. La vida le sonríe por fin y el dinero no le ha descentrado “¿Por qué lo iba a hacer ahora si no lo hizo cuando no tenía nada?”, zanja el superviviente que hizo suyo el sueño de Picasso: “Tener mucho dinero para vivir tranquilo, como los pobres”.

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