Lo importante no es cómo se empieza, sino cómo se acaba. Cuando una frase se utiliza tantas y tantas veces, significa que es un mantra acertado. Y, en el caso de la sección de baloncesto del Real Madrid, vuelve a serlo. Porque empezar el cuarto partido de la final con dudas y acabarlo con una victoria (91-84, narración y estadísticas) lo cura todo. Como concluir la temporada de la misma forma que hace un año, ganando la liga al Barça. Por mucho que el palmarés haya empequeñecido este curso (dos títulos frente a cinco el anterior) y que haya habido más sombras de las deseadas/esperadas.
La voracidad de títulos es algo realmente difícil de contener. Más si cabe cuando no te cansas de ganar. Y eso parecía sucederle a este Madrid, que, volviendo a hablar de comienzos y finales, arrancó la nueva campaña como terminó la anterior: ganando. Esta vez, una Copa Intercontinental que no festejaba desde 1981. Quién les iba a decir a los hombres de Pablo Laso que aquel viaje transoceánico a Brasil, perdiendo la ida y ganando la vuelta de la final, les pasaría tanta factura.
El núcleo duro del equipo, compuesto por jugadores nacionales (los Sergios, Rudy Fernández y Felipe Reyes), llegaba exhausto tras conquistar el Eurobasket con España. Y el físico no tardó en recordárselo. Concretamente, en una Supercopa donde el Madrid cayó a las primeras de cambio, apeado del torneo por el Unicaja en semifinales. La temporada apenas había nacido, pero las incertidumbres empezaban a estar a la orden del día.
Lo confirmó la derrota en el primer partido liguero ante el Valencia Basket. Algo no funcionaba tan bien como el curso anterior. Aunque el rumbo se enderezó en la liga, las urgencias acompañaron al equipo desde el día uno en Europa. Tanto como para perder hasta cinco partidos en la fase regular de la Euroliga y ver peligrar el pase al Top 16. La lesión de Rudy en diciembre y el pobre rendimiento de los fichajes veraniegos tampoco mejoró la situación. El Madrid había perdido el carácter y el alma que le habían servido para dominar todo y a todos tan sólo unos meses atrás.
Gustavo Ayón y Sergio Rodríguez sacaban la cara a los blancos mientras Sergio Llull y Felipe Reyes, también castigados por las lesiones, alternaban sus más y sus menos. La derrota en el Clásico liguero ante el Barça no provocó grandes sobresaltos, pues Laso acababa de ser renovado hasta 2018. Ya se encargó de traerlos de vuelta, otra vez, la Euroliga, con un arranque de Top 16 no demasiado esperanzador.
La Copa y el asalto liguero al Palau, puntos de inflexión
Sin embargo, llegó febrero y con él la Copa del Rey. El Madrid se presentó en A Coruña cediendo el favoritismo a otros equipos más pujantes, como el Baskonia o el Valencia Basket. Sin nada que perder y con mucho que ganar, acabó plantándose en la final haciendo muy bien sus deberes. Y, a la hora de la verdad, no falló ante el Gran Canaria de Aíto. Una vez más, el reloj biológico de los blancos, siempre en los pensamientos de Andrés Nocioni, marcaba la hora precisa justo con un título de por medio.
Pero las dudas no se disipaban del todo. Al menos, no en Europa, donde tocó echar cuentas hasta la última jornada para estar entre los ocho mejores equipos del continente. Entretanto, la liga deparaba más alegrías: el “churro” de Llull en Valencia, el regreso de Rudy, los récords de triples, anotaciones centenarias e incluso asistencias… Y eso que todavía hubo algún susto en forma de derrota, como en Tenerife.
Aunque si hubo un momento en el que se tocase fondo, ése fue la eliminación en la Euroliga. Tras estar a punto de ganar al Fenerbahçe en casa en el primer partido de cuartos, el Madrid fue vapuleado en los dos siguientes. Ni siquiera pudo levantar el ánimo en el Palacio, talismán al borde de la eliminación continental hasta ese momento. El vigente campeón no estaría en la Final Four de Berlín, y aquello fue el acicate perfecto para empezar a dar rienda suelta a los rumores.
Pero el Madrid cayó para después levantarse. Entre la retahíla de altas decepcionantes (la segunda etapa sin pena ni gloria de Rivers, el arriesgado experimento con Ndour, los pocos minutos de Willy, la fugacidad de Taylor), se recuperó para la causa al elemento más inesperado: Trey Thompkins. Capaz de tumbar al Barça en el Palau Blaugrana y de poner la primera piedra de la resurrección blanca.
A partir de la victoria ante el eterno rival, llegó un último mes de liga regular sin quejas y en el que el Madrid estuvo a punto de asaltar el primer puesto, vetado hasta entonces. Aun así, las dudas seguían agazapadas a la vuelta de la esquina, esperando causar algún que otro quebradero de cabeza a los blancos en los playoffs por el título. Y lo hicieron, obligándoles a jugar tres partidos de tres posibles contra el UCAM Murcia en cuartos de final. También a quedarse al borde de disputar un quinto encuentro ante el Valencia Basket en semifinales.
El Barça esperaba en la final, con el factor cancha de su lado. Al conjunto azulgrana también le había acompañado la irregularidad durante todo el año, así que los pronósticos no podían ser más inciertos. No obstante, el Madrid empezó a acariciar el título aun perdiendo el primer encuentro. Que el campeón de la liga regular cambiase su estilo de juego radicalmente para sorprender a los de Laso denotaba algo: una oportunidad.
Si Tomic, Doellman, Navarro y compañía llegaron a tener miedo en algún instante, el Madrid lo olió y aprovechó la circunstancia sin ningún tipo de remilgos. No sólo dio un clínic ofensivo durante el resto de la eliminatoria, sino que además recetó su propia medicina a Pascual y los suyos a partir de un nivel defensivo soberbio. Con Llull y Ayón como líderes indiscutibles, el campeón lo fue con total merecimiento. Porque, en última instancia, una temporada sólo se recuerda por su desenlace. Por mucho que la introducción y el nudo tengan sus sobresaltos hasta el último día.