Repasar la figura de José Luis Sáez es ratificar que una imagen vale más que mil palabras. La clave para demostrarlo es analizar una de las fotografías protagonizadas por el expresidente de la Federación Española de Baloncesto (FEB), recurrente en Internet durante los últimos años. Fue tomada en verano de 2013, justo después de que la selección femenina se proclamase campeona de Europa por segunda vez en su historia en Francia. En ella, Sáez y dos leyendas que se retiraban bañadas en oro, Amaya Valdemoro y Elisa Aguilar, celebran la victoria con puros y copas (no sólo la de campeonas) de por medio. Ahí aparecen, fusionados a la perfección, el éxito y el despilfarro que han marcado de forma inexorable a este dirigente.
Envuelto en una espiral de escepticismo desde que el Consejo Superior de Deportes (CSD) encargó una auditoría complementaria a los fondos de la FEB en diciembre de 2015, Sáez está siendo investigado judicialmente hasta por siete posibles delitos: malversación de caudales públicos, apropiación indebida, administración desleal, falsedad documental, blanqueo de capitales, delito fiscal y pertenencia a grupo criminal. Este lunes se hizo oficial su renuncia a los puestos de responsabilidad que todavía ocupaba en la Federación Internacional de Baloncesto (FIBA) al desvelarse un posible fraude fiscal del ente federativo español durante su gestión.
Quién le iba a decir al directivo estrella de la canasta española que una historia como la suya, que empezó cargada de éxitos, acabaría tornándose en una tragedia que, como en las mejores obras griegas del género, todavía podría sorprender al espectador con un nuevo giro de tuerca más dramático que el anterior.
Aplauso deportivo y organizativo
En la vertiente amable de su historia, una retahíla de hitos inagotable que empezó a gestarse en la Sevilla de su corazón, extremeño de nacimiento. Allí quemó etapas a un ritmo envidiable. Primero, fue un personaje clave en la fundación del equipo profesional de la ciudad, fichando incluso al primer americano de la historia del hoy Betis. Después, logró ser presidente de la Federación de Baloncesto local y miembro de la junta directiva de la FEB y de la Asociación de Entrenadores con tan sólo 25 años. Por último, dirigió la Federación Andaluza entre 1992 y 1996, el año en el que subió su apuesta: asaltar la capital.
Tras perder las elecciones para presidir la FEB, asistió a los primeros cantos de sirena de los júniors de oro como vicepresidente hasta que, en 2004, al fin tocó el poder en su máxima expresión. Y vaya si lo degustó, con oros, platas y bronces por doquier. La selección absoluta masculina le dio sus mayores satisfacciones, con tres grandes gestas: el triunfo en el Mundial de 2006, los tres oros europeos y las platas olímpicas. Tampoco pudo quejarse del rendimiento de las chicas, con una victoria continental y un subcampeonato mundial, ni de las categorías inferiores, que colmaron de gloria todos y cada uno de los veranos de sus mandatos.
Era tiempo de compadreo con los jugadores, los políticos y el resto de 'capos' del baloncesto mundial. Ni Sáez quería dejar de posar en una foto ni otros querían dejar pasar la oportunidad de fotografiarse junto a él. A nivel organizativo, tampoco parecía haber nada que reprochar. Traer un Eurobasket y dos Mundiales (uno masculino y otro femenino) a España, modernizar la FEB y ganar peso en la FIBA sólo generaba ventajas. Tanto como para percibir un salario superior al del mismísimo presidente del Gobierno: más de 220.000 euros anuales en 2014, por encima de cualquier otro dirigente federativo del deporte español.
El 'cortijo' de Sáez
Sin embargo, al personaje se lo acabó comiendo su vertiente negativa. La que provocó el divorcio irreconciliable con Pepu Hernández tras el Europeo de 2007. En aquel torneo, primaron más los actos promocionales que el baloncesto (o eso se dijo siempre). En la relación con el seleccionador capaz de hollar la cima mundial en Japón, ganó lo personal frente a lo profesional. Quedó la sensación de que aquella aventura terminó demasiado pronto.
Fue una batalla de Sáez, como todas las que mantuvieron las distancias bien claras entre FEB, ACB y Euroliga. Bien lo demostraron la polémica de los no ascensos y descensos y la amenaza de sanción a España por parte de la FIBA el pasado año, por ejemplo. Tampoco hubo sintonía con el Comité Olímpico Español (COE) ni con su presidente, Alejandro Blanco, fruto de algunos de los peores dardos del Sáez más oscuro. Queda claro que esa sonrisa casi perenne frente a las cámaras, fruto de una personalidad arrolladora, no le acompañó siempre.
Tampoco en el día a día en la Avenida de Burgos madrileña, con el egocentrismo, las amenazas, el mobbing y el menosprecio a las opiniones distintas a la propia imperando en muchas ocasiones. Había que estar preparado para el “O estás conmigo o estás contra mí” continuo que suponía trabajar a las órdenes de Sáez, que gustaba de un control prácticamente omnipotente de la federación. No sólo en el ámbito nacional, sino también en el autonómico. Una buena comilona en el Txistu o unos cuantos regalos podían arreglar cualquier problema con los dirigentes territoriales.
Tal era el 'cortijo' del presidente, al que el poder llegó a hipnotizar tanto como para utilizar los fondos de la FEB a su antojo: participación en una cabalgata de Reyes en Sevilla, compra de puros, copas, comidas, viajes y gastos familiares, líneas telefónicas de más, coches de alquiler, el pago de una suscripción mensual a Spotify… Nada más y nada menos que un coste mayor a 1,2 millones de euros entre 2011 y 2014 para el ente que presidía: cuatro tarjetas de crédito por cortesía federativa y hasta 35.000 euros anuales de media cargados en ellas.
A partir del descubrimiento de estas irregularidades, que empiezan a tener poco de casualidad, el descenso a los infiernos de Sáez se precipitó. Cuando empezó a ser investigado, nadie se creyó la “baja médica” por la que abandonó su cargo hasta febrero de 2016. Entonces, volvió para adelantar las elecciones y marcharse… parcialmente.
Chocaron sus apariciones públicas en los Juegos Olímpicos de Río junto al ya exsecretario de Estado para el Deporte, Miguel Cardenal, y su sucesor al frente de la FEB, Jorge Garbajosa. Todavía pertenecía al Comité Ejecutivo y al Central Board de la FIBA (también implicada en la trama). No abandonó los cargos en el organismo internacional hasta el pasado fin de semana.
Sáez ha dejado muchos cadáveres a su paso en los últimos meses. Hombres clave de su equipo como Ángel Palmi (director deportivo), Luis Giménez (secretario económico), Juan Martín Caño (vicepresidente primero, jefe de equipo en la selección absoluta masculina y presidente en funciones durante la baja de su superior), Paco Barranco (director de eventos) o Pascual Martínez (director de marketing y ventas) ya no trabajan en la FEB. Y, aun así, se sigue hablando de continuismo en su antigua casa, imputada en el proceso abierto contra el expresidente, que para muchos sigue manejando los hilos federativos en la sombra.
Quedan cabos sueltos tan intrigantes como la participación de su hijo Pepo en todo el escándalo (con la polémica Casa España de Dakar de por medio). O el porqué de la permanencia de Sáez en la cúpula de la FIBA hasta más de un año después de destaparse su caso. Lo que sí parece evidente es que Sáez ha dejado de ser el “presi”, el hombre del que todos hablaban y con el que todos querían estar. Ahora, apenas se le nombra, antiguos colegas han pasado a repudiarle y casi todos los pensamientos o comentarios sobre él conducen al mismo lugar: la duda.