Las jugadoras españolas sólo tenían una cosa en la cabeza: repetir el marcador victorioso de la final del Eurobasket de 2013. De ninguna manera se podía caer ante Francia, como en las semifinales del anterior torneo continental o en el último amistoso preparatorio del actual. La despedida soñada debía ser la de Laia Palau y no la de Céline Dumerc. El balance de los encuentros entre ambas selecciones tenía que sumar un triunfo más, el séptimo, para las nuestras. Todas lo tenían claro y así lo demostraron en otro partido sin apenas tacha. La mejor generación del baloncesto femenino español fue capaz de humanizar a un combinado francés que no tenía nada que envidiarle sin cambiar ni un ápice de la identidad que le ha hecho grande durante todo el torneo. Una vez más, la defensa fue la mejor aliada posible para que las chicas se colgasen el tercer oro europeo de nuestra historia: el del disfrute más absoluto durante todo el campeonato (71-55).
En el día más señalado, el de la final, volvió a contemplarse la mejor versión de Sancho Lyttle. Ella es un auténtico talismán para este grupo, que únicamente no ganó medalla con la sanvicentina en nómina en aquel fatídico 2011. Lejos queda ya ese campeonato infame, en el que España se quedó sin Juegos Olímpicos de Londres. Los días de vino y rosas se han prolongado de continuo desde entonces, y Lyttle tiene mucha culpa de ello. Con su simple presencia interior, el equipo de Lucas Mondelo ya tiene varios puntos más en su casillero antes incluso de empezar los partidos. Y lo mejor de todo: no sólo sabe anotarlas bajo el aro, sino también a media distancia.
El tiro le dio muchas alegrías a las nuestras este domingo. Con buenos porcentajes tanto de dos como de tres puntos, el acierto exterior resultó clave para marcar distancias desde el principio. Apenas se fue por detrás en el marcador. En cuanto Alba Torrens (MVP del torneo) y Marta Xargay empezaron a enchufarlas, la cosa empezó a pintar bien. Qué importantes fueron los triples para distanciarse. Pero, sobre todo, qué importante fue no perder la templanza cuando Francia intentó meterse en el partido una y otra vez durante la primera parte.
Había argumentos para pensar en un encuentro complicado y decidido por los pequeños detalles. La fortaleza de Miyem en la pintura y el saber estar de Dumerc a la hora de llevar la batuta de las francesas les permitió soñar. Pero no por mucho tiempo. Pesó más la enésima exhibición ofensiva de Alba Torrens. O la fe que mueve montañas, y pares interiores, de Laura Nicholls. También los minutos, más que importantes, de Silvia Domínguez, con una canasta a aro pasado deliciosa. Y cómo no mencionar a otra jugadora que, como en algunos de los días más señalados de esta generación, volvió a dar el do de pecho: Anna Cruz.
El deseo había acompañado a España durante todo el campeonato. Se notaba en la actitud y en la aptitud de sus representantes. La duda les ofendió en cada día de campeonato, porque apenas les visitó. Estas chicas tenían tan claro lo que querían y cómo lo querían que nada ni nadie ha sido capaz de frenarlas en este Eurobasket. Ya son cinco veranos consecutivos de éxitos, todos ellos con Mondelo al frente y un bloque contrastado a la par que unido en la pista y fuera de ella.
Todo empezó ante Francia, y en Francia, en 2013, con un oro continental. Siguió en Turquía en 2014, con el oro de los mortales, plata en la teoría, ante Estados Unidos. La racha no cesó en 2015, porque el bronce continental de aquella ocasión no restó ni un ápice de mérito a esta selección de leyenda. Muchos pudieron pensar en 2016 que el culmen llegó en esos inolvidables Juegos Olímpicos de Río, con otra plata ante las estadounidenses y un concurso de ensueño durante todo el campeonato. Pero no, 2017 tenía reservado otro primer puesto europeo digno de merecimiento y de ejemplo.
Porque, quizá, la mejor enseñanza que puede dejarnos este equipo es la de la humildad. La de Leticia Romero y María Conde, las más jóvenes, una mañana calurosa de principios de mes (“No nos sentimos interiormente favoritas en absoluto”). La que, desde la primera jugadora hasta el último miembro de la expedición, no ha faltado ni un solo día. Pero no en este torneo, sino también en los cuatro anteriores. Y que dure. Ni un día sin creerse más, ni menos, que nadie. Ni un día sin bajar los brazos y dejar de soñar, pero con mesura. Ni un día, en definitiva, sin querer ser las mejores. No de boquilla, sino demostrándolo desde el primer salto inicial hasta el último bocinazo. Toca disfrutarlas y mimarlas. No se puede dejar más alto el listón.
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