Hay días en los que los grandes equipos tienen que fabricar sus victorias sin brillo. Vivir cerca de la perfección siempre es imposible. Así que es en esas jornadas menos lúcidas, en las que cada canasta vale su peso en oro y con las hostilidades a flor de piel, cuando hay que dar la talla. Partidos en los que los conjuntos del montón pasan a ser legendarios y en los que las leyendas continúan escribiéndose con mayúsculas. Así fue el España-Turquía de octavos de final del Eurobasket: una batalla fea, amarga, engorrosa y sin cuartel en la que ganó quien más se dejó la piel sobre el parqué. Es decir, una selección española cuyos integrantes se agarraron con una fuerza sobrehumana al marcador para no dejar de dominarlo desde el minuto uno hasta el 40. Para ir de menos a más y, ya en el último cuarto, disfrutar por fin [Narración y estadísticas: 73-56].
Por la dureza del encuentro, no sólo parece mentira que los hombres de Scariolo siempre fuesen por delante. Lo que parece un espejismo es, sin duda, que España llegase a mandar por más de cinco o 10 puntos. Señalase lo que señalase el electrónico, siempre parecía que el vigente campeón estaba sólo un punto por encima del rival. Un anfitrión que, sabiéndose inferior, buscó dar la sorpresa a base de cortar de raíz el ritmo vertiginoso que suelen esgrimir los nuestros. A base de faltas, de una actividad reboteadora nunca antes vista por parte turca en el torneo y de una defensa que prácticamente anuló a los Gasol, los locales, por un momento, consiguieron lo que querían: desnortar al favorito.
España no encontraba la fluidez ofensiva de la primera fase. Ganaba el partido desde la defensa, a lo Limoges de Boza Maljkovic. Que se lo pregunten a Cedi Osman, que apenas pudo multiplicarse como acostumbra. O a Semih Erden, que bastante palió en el rebote su escasa aportación ofensiva. Del ataque ya se encargó el otro NBA turco, un Korkmaz que asumió el protagonismo de los suyos con descaro y acierto. Tanto a unos como a otros les era imposible romper el partido: el equipo grande no podía jugar como acostumbra y el pequeño no terminaba de explotar del todo. Y, aun así, la selección española no dejaba de estar por delante. Baloncesto control puro y duro.
Tan pronto parecía que España se liberaba, a base de los chispazos que insuflaba al juego Sergio Rodríguez, como pasaban varios minutos sin canastas que festejar. El ambiente, que se presumía gran enemigo español este domingo, hacía de las suyas: el público apretaba, los árbitros aparecían con alguna que otra decisión cogida con pinzas y Turquía se venía arriba. El conato de rebeldía fue especialmente peligroso en el tercer cuarto, cuando Mahmutoglu también cogió las riendas turcas y Veyseloglu quiso hacerse con el protagonismo interior que llegó a atesorar Sanli al principio. El marcador estaba en un puño y a la selección empezaba a hacerle falta algo más que defensa para seguir adelante en el torneo continental.
Entonces, ya con los 10 últimos minutos a la vuelta de la esquina, el defensor del título se liberó definitivamente. Cuando Turquía acababa de ponerse a tan sólo tres puntos de distancia, algo cambió para siempre en el equipo español. El Chacho cerró el tercer cuarto con un triple y, por fin, la victoria empezó a verse cercana. Poco después, llegó el desenfreno general: un tapón de Pau por aquí (en defensa también es clave), un 'bingo' cantado por Juancho Hernangómez por allá, un Ricky Rubio de escándalo a última hora (otra vez en irresistible combinación con Sergio Rodríguez)...
Había llegado la hora de que la eliminatoria pasase a jugarse al ritmo que España quería: la espera ya era demasiado larga. La acumulación de talento español acabó saltando por los aires y los turcos sólo pudieron oír, ver y callar. Después de haber tenido muy cerca el control del ritmo y de las emociones del cruce, de tener en sus manos acabar con el último superviviente del podio europeo de 2015 (ya eliminadas Lituania, plata, y Francia, bronce), se veían abocados a rendirse. Hasta los Gasol volvían a sonreír.
Cómo no iban a hacerlo, con el equipo nacional encontrando por fin el camino hacia el éxito en su primer partido en el temible Sinan Erdem Arena. Todo tuvo mucho más sentido, por enésima ocasión en este campeonato, gracias al trabajo, esta vez más sucio, de los suplentes. Navarro lo reflejó bien, aprovechando sus minutos con la mayor frialdad y cálculo posibles (y con 'bomba' incluida). Cuando más tendencia marcaban los parones en el encuentro, con técnicas incluidas a favor y los tiros libres resultando capitales, no le tembló el pulso. Como le ocurrió al resto de esta España en un partido tan durísimo, físico y tenso como el planteado por Turquía.
No se equivoquen: en los cuartos de final del martes, contra Alemania, el sufrimiento tampoco es descartable (2015, octavos, un epílogo de infarto que bien pudo acabar en prórroga e incluso eliminación). A veces, hay que sudar antes que brillar para ganar. Y, de momento, la selección española ha sabido entenderlo a la perfección.
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