Hace cinco años, Pablo Laso decidió emprender la búsqueda del Santo Grial baloncestístico. Se caló el sombrero de explorador y, a lo Indiana Jones, llegó hasta el templo donde se encontraba tan preciado cáliz: el Barclaycard Center madrileño. Para salir airoso de tan magna expedición, financiada por el Real Madrid, tenía que superar tres pruebas. Y lo hizo, reivindicado una vez más tras la conquista de Liga y Copa la pasada temporada. Aprovechando que la plantilla con la que contará el técnico vitoriano la próxima campaña está prácticamente cerrada, te contamos su "Última Cruzada" en EL ESPAÑOL.
La penitencia
La primera prueba llevó a Laso a entrar en un territorio desconocido para él, lleno de sombras e incluso telarañas. Se trataba de recuperar para la causa a la sección de baloncesto, sumida en una etapa oscura y sin éxitos durante demasiado tiempo (13 títulos en 25 años). Mientras avanzaba entre los cuerpos de los entrenadores que fracasaron en la empresa antes que él (Messina, Imbroda, Scariolo, Lamas), el técnico vitoriano repetía sin parar una consigna: “Sólo el penitente pasará”.
Cuánta razón tenía. Había llegado a Madrid sin haber hecho demasiado ruido en sus anteriores experiencias como entrenador, con el ascenso a la ACB con el Gipuzkoa Basket como mayor logro. Parecía otro exjugador más que decidía probar suerte en los banquillos, nada nuevo bajo el sol. Sin embargo, Laso creyó desde el principio. Tanto como para desoír las dudas y críticas que le han acompañado desde el minuto uno en el club. Todo ello a pesar de devolver la credibilidad, la estabilidad y el prestigio al baloncesto blanco (12 trofeos en cinco años).
“El que duda de mí no va a cambiar. Ése va a seguir dudando. Es inevitable. Soy entrenador. Para lo bueno y para lo malo, para mí tenemos la profesión más bonita y jodida a la vez”, reconocía a EL ESPAÑOL entre risas en sala de prensa tras alzar su tercera ACB. Al preparador vitoriano le ha tocado afrontar malos tragos en los últimos años: las dos finales de Euroliga perdidas de forma consecutiva, la derrota en la final liguera de 2014 ante el Barça, la eliminación en cuartos de final coperos en 2013 (también ante el Barça), la no clasificación para la Final Four por primera vez en tres años la pasada temporada…
Y, sin embargo, ha aguantado y asumido estoicamente cada castigo, golpe o culpa, levantándose para volver con más fuerza. Todo se le ha acabado perdonando, aunque todavía haya detractores. “No me preocupa mucho la gente que duda de mí. Me preocuparía si dudasen de mí dentro. Estamos en los ojos de la gente y tenemos que aceptar eso. No podemos variar nuestro trabajo por lo que diga la gente. Otra cosa es que vivamos de espaldas a eso. No, eso no se puede, o por lo menos yo no”, confesaba.
El salto de fe
Después de demostrar su penitencia y aguante ante el ruido que siempre acompaña a un entrenador del Real Madrid, Laso alcanzó la segunda prueba en busca del Grial. Tenía que recorrer su camino hacia la gloria saltando al vacío, recorriendo de lado a lado la senda entre los dos extremos de un auténtico precipicio. La temporada 2006-2007 era la última con una Liga de por medio, la Copa del Rey estaba vetada desde 1993 y la Euroliga resultaba una utopía tras levantarla por última vez en 1995.
Pero las estadísticas están para romperlas. Primero cayó la Copa (2012, 2014, 2015 y 2016), después la Liga (2013, 2015 y 2016) y, por último, la guinda del pastel: la Euroliga (2015). Laso comentaba en rueda de prensa una anécdota con Florentino Pérez, presidente del Real Madrid. Después de la primera final copera saldada con éxito, el mandatario le preguntó cómo era posible que el equipo no hubiese ganado el torneo del KO en 19 años.
La respuesta estaba en la fe que Laso ha traído de vuelta. Reconvertir al Madrid en un equipo ganador, con unas señas de identidad nítidas, no habría sido posible sin su convicción. La que ha transmitido a todos en el club, desde los jugadores hasta sus compañeros del cuerpo técnico. Pasando por utilleros, fisioterapeutas, jefes de prensa, encargados de mantenimiento y, cómo no, aficionados.
Ese ímpetu por creer en el trabajo bien realizado y por hacer sentir importantes a todos se demuestra con ejemplos. Como el detalle de acordarse de las aportaciones de Maurice Ndour, KC Rivers y Augusto Lima durante la última temporada en sus palabras de agradecimiento ante la prensa. Los dos primeros no disputaron los playoffs ni seguirán en el club; el tercero apenas jugó en ellos y también está lejos de continuar.
Aunque no los mencionó, seguro que Laso también se acordó de algunos exjugadores del Madrid nunca suficientemente ponderados. Como Marcus Slaughter, clave en los aspectos intangibles y también en el vestuario. Como Dontaye Draper, un auténtico factor clave defensivo saliendo desde el banquillo, y que ahora regresa al equipo blanco. O como Tremmell Darden, muchas veces titular durante su etapa en Madrid y siempre cumplidor en la sombra.
Todos ellos demostraron ser expertos en un trabajo sucio tan valorado por Laso como el de las estrellas. Para muestra, las recientes renovaciones de Jeff Taylor y Andrés Nocioni. Uno gracias a su trabajo silencioso atrás. El otro, por un carácter ganador fundamental tanto dentro como fuera de la pista.
La elección del cáliz adecuado
Después de superar el salto de fe, Laso por fin alcanzó la sala del Grial. Allí, siempre eligió el cáliz adecuado en cada ocasión. Incluso cuando venían mal dadas. “Este año sabíamos que era una temporada dificilísima. Habíamos ganado todo el año pasado. ¿Qué puedes hacer? ¿Ganarlo todo otra vez? Todo el mundo te lo exige. El problema es que todos los de atrás también te quieren ganar”, reconocía ya con el campeonato liguero bajo el brazo.
Que el Madrid promediase 92.75 puntos en los playoffs y que tenga uno de los mejores ataques del baloncesto europeo no quita para respetar, y mucho, a todo tipo de adversarios. A los vencedores, como el Fenerbahçe en los últimos cuartos de final de la Euroliga. Tanto como para que Laso reconociese que el Palacio estuvo espléndido en la final liguera… y que estuvo mejor en el tercer partido contra el conjunto turco.
También hay buenos gestos con los vencidos. Para muestra, el abrazo de Laso con Xavi Pascual, ya exentrenador del Barça, y la posterior charla entre ambos tras la conquista del doblete. Un gesto que demuestra no sólo lo alejados que están el mundo del fútbol y el del baloncesto, sino también la prudencia y, sobre todo, la humildad del técnico vasco. Grande tanto en la victoria, con la que nunca quedó saciado, como en la derrota, que no consiguió achantarle en ninguna ocasión.
Con penitencia, fe y prudencia siempre presentes, Pablo Laso ha alcanzado todo lo que él y su grupo humano se han propuesto durante estos cinco años. Pero al entrenador del Real Madrid no se le pasa por la cabeza abandonar la arqueología baloncestística. Aunque seguirá dando clases magistrales a sus pupilos en los entrenamientos y el vestuario, continuará sacando el látigo a pasear en la cancha. Siempre habrá un nuevo Santo Grial que encontrar. Empezando por el de la temporada 2016-2017.