Ay, las barreras psicológicas. Qué caprichosas pueden llegar a ser. Cuando todo va bien para un equipo, por delante en el marcador minuto tras minuto y la suerte de cara, las tornas cambian de repente. El adversario pasa a gobernar el partido con todo a su favor y donde antes había dudas ahora hay certidumbre. Todos los tiros errados pasan a ser acertados y los fallos contrarios que no llegaban hacen acto de presencia. Entonces, se cae en la cuenta de que lo que parecía tuyo ya no lo es. De que el triunfo que esperaba el Valencia Basket en Madrid, como hace un año, acabó volviéndose en su contra en el tercer cuarto para acabar siendo derrota (Narración y estadísticas: 85-71).
Quién les iba a decir a los hombres de Pedro Martínez que acabarían sucumbiendo ante el Real Madrid después de maniatar al vigente campeón durante toda la primera mitad. No hubo ni un sólo atisbo de dudas en las filas visitantes en los dos primeros cuartos. Cada vez que los locales amenazaban con asaltar el liderato del partido tras ir a remolque desde el 2-11 inicial, había golpes sobre la mesa continuos de los taronja. Ya que Laso y sus chicos aceptaban el desafío triplista valenciano, había que intentar marcar las diferencias por otro lado: la pintura.
Poco podían hacer en ese ámbito Vives, San Emeterio o Sastre. Era territorio de los hombres altos, sobre todo de un Kravtsov inmenso. El alley-oop que convirtió en la primera parte dejó claro por qué el partido le era completamente esquivo al Madrid: por la defensa. No había ni un atisbo de dureza interior. Llull, Rudy y Carroll se esforzaban en que las cosas funcionaran en ataque, sí, pero faltaba mucha intensidad atrás y el conjunto blanco le rezaba demasiado a La Virgen del Triple. Era acercarse lo más mínimo al Valencia Basket y morir una y otra vez en la orilla.
Sin embargo, llegó un momento en que los cinco-siete puntos de habitual renta visitante claudicaron. Había mucho trabajo pendiente en la canasta contraria, pero se acabó llevando a cabo. A la llegada del tercer cuarto, la pegada defensiva del Madrid resucitó. El catalizador fue Anthony Randolph. Importaron sus triples, desde luego, pero mucho más el alley-oop que le brindó Llull en ese penúltimo periodo. Una imagen tan sintomática de que el Madrid había pasado a comandar el encuentro como lo fue el mate en idéntica jugada de Kravtsov en los 20 primeros minutos.
No tardó en quedar claro que el quebradero de cabeza del Madrid en la zona, con los rebotes y los marcajes, ya no existía. La batalla interior se equilibró sobremanera, los tapones hicieron acto de presencia (impecable Nocioni) y Rudy Fernández dejó de ser el único baluarte defensivo madridista. La entereza del Valencia Basket desapareció en cuanto el líder sacó músculo y el partido quedó roto incluso antes de afrontar su último acto. El ataque nunca fue una preocupación, y tan sólo contribuyó a atar todavía más la victoria (26-8 de parcial favorable a los blancos tras regresar de los vestuarios).
Una vez más, el Madrid fue capaz de reconducir una situación preocupante ante un rival temible. Ya lo ha hecho varias veces esta temporada, tanto en la ACB como en la Euroliga. Esa capacidad de reacción en la gran mayoría de entuertos, esa autocrítica imperecedera en la cancha, acaba superando toda barrera psicológica que se precie. Desde luego, una señal suficiente como para confiar en que, a estas alturas de curso, Laso y sus chicos siguen en una posición inmejorable para pelear por todo.
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