Mentiríamos si dijéramos que el Real Madrid no jugueteó con la eliminación de los playoffs de la ACB, todavía en cuartos de final, este domingo. Habría sido la primera vez en toda la historia en la que los blancos y su eterno rival, el Barça, quedasen fuera de las semifinales ligueras al mismo tiempo. Un hito que quién sabe si no habría causado una serie de catastróficas desdichas en la sección de baloncesto madridista, pero que ya queda en el terreno de la especulación. Porque el Madrid, con el tercer partido ante el Andorra empatado a 71 en pleno último cuarto y muchas dudas en el zurrón, supo reaccionar. El carácter grupal de los últimos minutos, por mucho que este flaquease en los anteriores, sirvió para lograr el pase a la siguiente ronda, donde tocará medirse a Unicaja (Baskonia y Valencia Basket protagonizarán la otra semifinal). Eso será a partir del miércoles. Lo que importa ahora es que la “guerra” contra un conjunto andorrano tan incómodo como cabía esperar ha terminado con victoria del defensor del título [Narración y estadísticas: 95-84].
El duelo por el todo o nada en el Palacio no tuvo nada que ver con el del primer partido. Hubo más reminiscencias con el segundo encuentro de la eliminatoria. Si Andorra se achantó el pasado miércoles, no lo hizo en absoluto unas horas después, ante una oportunidad tan histórica como la que se le presentaba. El Madrid llegó a escaparse hasta por 13 puntos, pero los hombres de Joan Peñarroya no se inmutaron. Trabajaron para que la cosa no quedase vista para sentencia demasiado pronto y les salió bien. En la segunda parte, se salieron. Con los sospechosos habituales: Shermadini, Antetokounmpo, Jelinek, Stevic… Las mejores galas en el mejor día posible.
Por su parte, al Madrid volvió a costarle un mundo ratificar su teórico favoritismo. Pero sobrevivió sin la aportación de Llull, y con decencia, durante muchos minutos. Fue una buena noticia, al igual que aprovechar la carencia de tiro exterior de los visitantes en los 20 primeros minutos y sacar músculo en la zona. Ahí, por dentro, volvió a reivindicarse, con toda la razón del mundo, Felipe Reyes. ¡Qué partido del capitán madridista! Nadie luchó más que él. Por pegarse, casi se pegó hasta con los árbitros. Su clase magistral en el rebote (siete de sus ocho capturas fueron ofensivas) señaló a los suyos el camino por el que debía transitar la victoria: el arrojo.
También salieron reforzados Anthony Randolph y, sobre todo, Gustavo Ayón. El mexicano empezó el tercer partido con ganas, picándose con Shermadini, uno de sus grandes dolores de cabeza esta temporada. Quería demostrar que puede volver a ser el 'Titán' interior que el Madrid necesita y lo consiguió. Suyo fue, por ejemplo, el dos más uno que selló el pase de los de Laso a semifinales en los últimos 44 segundos. Y se quedó a punto de consumar el doble-doble, pues anotó en dobles figuras además de capturar nueve rebotes.
Uno más que su compañero de pintura norteamericano, que también puso de su parte en defensa y tuvo sus momentos en ataque. Además, Othello Hunter volvió a dar una lección de la productividad que gasta habitualmente en los minutos que estuvo en cancha. Más allá de los hombres altos, mención especial para Rudy Fernández, quizá en su mejor actuación desde hace bastante tiempo. Fue el auténtico catalizador del Madrid en el tercer cuarto y lo suyo pesó que asumiese ese rol. También se le señalizó una antideportiva dudosa e innecesaria, que bien pudo cambiarlo todo… porque despertó al Andorra cuando peor lo estaba pasando.
Después de la gesta de la 'Bombonera', los de Peñarroya se habían propuesto protagonizar otra: ganaron dos de los cuartos del partido de este domingo. Y, que a nadie se le olvide, tuvieron contra las cuerdas al Madrid, una vez más en lo que va de temporada, a la hora de la verdad. Fue entonces cuando Llull se puso el traje de superhéroe y, con 12 puntos, despejó la incógnita a favor de su equipo. Ni él dudó ni lo hicieron sus compañeros a base de seguir su ejemplo. No lo hizo Doncic, que protagonizó sus mejores minutos de la serie en los momentos más decisivos. Ni Carroll, que sacó a pasear la muñeca. Ni Reyes y Ayón, que no podían ni debían bajar su nivel de dureza cuando peor dadas venían. Sólo así, sudando y bregando hasta los últimos instantes, fue como en el Andorra se vieron obligados a sacar la bandera blanca (nunca mejor dicho) de la rendición.
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